La nueva vida de Toby, disponible desde hace algunas semanas en Star+, comienza con un enigma que va a recorrer gran parte de su narrativa. Podríamos resumirlo así: “¿Dónde está Rachel?”. Sin embargo, la serie no juega con la pesquisa policial sino que explora la crisis de mediana edad de Toby Fleishman (Jesse Eisenberg) luego de su divorcio, el repentino redescubrimiento de su soltería vía apps de citas y la misteriosa desaparición de su esposa Rachel (Claire Danes) sin demasiadas explicaciones. Así es que el interrogante que funciona como disparador de la historia condensa tanto la intriga por el paradero de Rachel como la problemática existencial de Toby. ¿Dónde está ella ahora que ya no son aquel matrimonio del Upper East Side de Manhattan que parecía tener una vida perfecta? Pero la serie escrita por Taffy Brodesser-Akner, basada en su propia novela del 2019, escoge un nuevo desvío al situar como narradora a Libby Epstein (Lizzy Kaplan), amiga de adolescencia de Toby, escritora confinada a la vida doméstica en los suburbios de Nueva York, quien reinventa su vida profesional ante la aventura de su antiguo compañero de fiestas y fraternidades. Una caja dentro de otra que dan lugar a múltiples enredos y puntos de vista, a un pasado que regresa como respuesta al presente, y al ejercicio placentero de la narración como forma de asomarse a la vida de los otros y encender la propia.

Toby Fleishman es médico hepatólogo de un hospital de Manhattan. Esa profesión elegida con conciencia y servicio es vista siempre con rostro de compasión en los círculos exclusivos en los que se mueve. Es que su esposa Rachel es dueña de una importante agencia de talentos en el corazón de Broadway y se mueve en restaurantes de moda, fiestas a puro glamour y vacaciones en Los Hamptons. En el inicio del relato, nuestro protagonista intenta dilucidar qué fue mal en su matrimonio y cómo llegó hasta ahí, a ese presente no del todo comprensible. Su primer impulso es la vorágine del sexo casual a los 40, la elección de un nuevo departamento de soltero y la reconexión con sus viejos compañeros de aquella adolescencia febril y prometedora. Pero también la conciencia de la paternidad, lidiando con los dilemas de la pubertad de sus hijos, el régimen de visitas y niñeras, la irremediable soledad que se avecina. Mientras tanto, Rachel demora su regreso de un retiro de yoga hasta que su ausencia se torna preocupante. ¿Dónde está realmente y qué implica su desaparición para la nueva vida de Toby?

La elección de Libby como narradora ofrece a la historia una cualidad misteriosa, la perspectiva de un narrador testigo que reúne pruebas y apreciaciones para darle un sentido posible a ese desorden que resulta la vida de Toby después del divorcio. En la voz de Libby, Brodesser-Akner también imagina un posible alter ego, una escritora sumergida en la rutina de los suburbios que descubre en ese torbellino alrededor de su amigo la materia prima perfecta para su regreso a las letras. El uso de la voz en off funciona entonces como hilo conductor de una historia que va y viene en el tiempo, desde el romance juvenil de Toby y Rachel hasta sus problemas conyugales, para también recorrer la amistad que Toby y Libby comparten con Seth (Adam Brody), el tercero de los tres mosqueteros lanzados a una realidad adulta que todavía intentan dilucidar. Y en el retrato de Toby emergen sus divertidas contradicciones, su longeva timidez y su avidez por el sexo y el amor ideal, travesías por una Manhattan calurosa que no ofrece respiro y la difícil tarea de reinventar la propia vida tras 15 años de placentero conformismo.

Pero la historia tiene definitivamente un enigma. Y esa ausencia de Rachel es apenas la punta del iceberg que promete revelar qué es lo que estamos viendo y de qué manera alguien lo está contando. En cierta medida, La nueva vida de Toby es una ocurrente reflexión sobre las estrategias de construcción de la literatura (y la narrativa audiovisual) y los recortes que ellas ofrecen sobre esa inmensidad que a menudo bautizamos como realidad. ¿Es el mundo tal como lo ve Toby? ¿O siquiera como lo cuenta Libby? ¿Qué pasaría si Rachel pudiera ofrece su punto de vista sobre lo ocurrido, la vida marital, el divorcio, su inesperada ausencia? La propia Libby explora el poder de su voz en la creación de una historia en la que pugna por ser también protagonista. Con un pasado escribiendo para una revista masculina sobre historias ajenas y con el telón de fondo de la elección presidencial que daría el triunfo a Donald Trump, el ojo de Brodesser-Akner se posa sobre esa voz que intenta asumir su protagonismo y rebelarse al condenado resquicio de la mirada testigo. ¿Estará Rachel, acusada de snob y pretenciosa, de banal materialista frente al servicial y bonachón Toby, prisionera bajo el perfecto velo de la villana?

La serie esconde en su último acto esa pieza que sabíamos que estaba faltando. Y lo hace simplemente dando la vuelta al tablero, ofreciendo al comprometido espectador del laberíntico presente de Tobby una nueva mirilla sobre aquello que había quedado fuera de foco. El notable trabajo de Claire Danes revela asombrosos matices sobre un personaje que nace como parte de un recuerdo, cargado de rencores y reproches, sustituido en su ausencia por una demanda siempre insatisfecha y casi asfixiante. En ese retrato sobre la vida social en Manhattan, la pluma de Brodesser-Akner destila una oficiosa ironía que evita tomárselo del todo en serio. El propio Toby, enredado en sus celos e inseguridades sexuales, no hace más que desnudar la insistente mirada sobre sí mismo que compensa el dolor del fracaso con el pulso de la victimización.

La agudeza del texto de Taffy Brodesser-Akner, cuyo oficio se modeló en los perfiles de celebridades en las páginas de la revista de The New York Times, consiste justamente en develar aquello que resulta tan esquivo a una primera mirada. Sus personajes, egoístas y ensimismados, no deben rendir méritos para validar el interés que pueden despertarnos. Y todas sus diatribas autoindulgentes funcionan justamente en ese revés que nos dejan entrever, con el narcisismo como patrón cultural contemporáneo y la vanidad como ejercicio de supervivencia. El interrogante recurrente sobre “cómo llegué hasta aquí” que acucia a Toby en la voz de Libby también impulsa el interés del espectador por desarmar las narrativas que resultan a menudo tan solventes para explicar nuestras fallas y clamar por soluciones. Los personajes de Brodesser-Akner batallan con su propia desorientación, asimilando que esa esperada brújula para guiarnos por la vida no siempre llega. Es la propia historia hilvanada alrededor de ese caos la que nos lleva a aceptarlo, no sin protestas, rebeldías y esa cuota de incomprensión que nos hace humanos.