Son el yin y el yang, las dos caras de la misma historia. Uno es el pastor Emilio, el hombre que a partir de su rol en la Iglesia de la Luz abusó de menores y llegó a la presidencia de la nación bajo el halo religioso y su carisma como líder espiritual. El otro es Tadeo, el joven creyente que dirige el Hogar de la Luz, desde donde trabaja con chicos en situación de calle, poseedor de una fe desde la que confía en que la bondad de los seres humanos se va a terminar imponiendo en la Tierra. Uno es la oscuridad; el otro es la luz. Representantes del mal y del bien, ambos son el contrapunto, los protagonistas alrededor de los cuales gira la segunda temporada de El reino, la serie que se mete de lleno con el vínculo entre la religión y la política, y cuyos últimos seis episodios Netflix pone a disposición de sus abonados a partir del miércoles.

Emilio y Tadeo son, en realidad, las ajustadas composiciones de Diego Peretti y Peter Lanzani, los actores que se prestan a la entrevista con Página/12. De larga trayectoria, ambos profesionales reciben al cronista con la tranquilidad de saber que la primera temporada de El reino tuvo un buen recibimiento del público, más allá de las críticas furibundas y desmesuradas que algún sector de la Iglesia Evangélica hizo sobre la serie y principalmente sobre Claudia Piñeiro, la coguionista de la ficción junto a Marcelo Piñeyro, también director con Miguel Cohan. Toda la polémica alrededor de El reino no hizo más que reafirmar la relación -a veces explícita, otras veces tácita- entre política y religión. Y también exponer la peligrosidad que esa conjunción puede resultar para la vida democrática.

“Nosotros no nos podemos hacer cargo”, dice Lanzani sobre las lecturas que los otros pueden hacer sobre El reino. “Nuestro trabajo es ser actores. Después, cada cual se podrá sentir herido o no. Nosotros no podemos hablar por lo que les sucede a otros. No es el fin de la serie, tampoco. El reino es una historia de ficción”, subraya -como si hiciera falta- quien interpreta a Tadeo. “La serie habla más de los hombre, de los seres humanos. No por nada tiene guiños shakespearianos, como los soliloquios y monólogos, el ejercicio del poder, los problemas morales, la venganza… Trata de cosas más importante que el evangelismo”.

A su lado, Peretti remarca que la serie analiza un posible vínculo entre religión y política, pero que la historia que se cuenta en la serie es la de la ficcionalizada Iglesia de la Luz, no representa a toda una comunidad religiosa. “El reino no se hizo para agredir a nadie. Participé de la elaboración y de la investigación sobre el evangelismo, y doy fe de que está ficcionada Iglesia de la Luz evangelista y perversa, con todos los defectos morales que pueda llegar a tener, no es una proyección de toda la Iglesia evangélica”.

-Esta temporada se mete de lleno en los entresijos del poder, dejando claro que siempre hay una instancia más que maneja todo desde las sombras. Plantea que el manejo del poder trasciende, incluso, a la figura presidencial, casi como una entelequia invisible a los ojos de la ciudadanía.

Diego Peretti: -Hay una maquinaria del poder que se repite en la historia de la humanidad: el ascenso hacia el poder, el ejercicio y el descenso. Nadie escapa de eso, ni el bueno ni el malo. Es el gran mecanismo humano dentro del ejercicio de poder, donde hay impunidad. Es un tema que no lo tenemos resuelto como humanidad.

-Dicen que nadie sale mejorado del ejercicio de poder.

D.P.: -Estoy seguro de eso. Es más: tiendo a pensar lo contrario.

La segunda y última temporada de El reino se compone de seis episodios. La trama gira en torno a Emilio, ya consagrado finalmente presidente y cuestionado fuertemente por la ciudadanía, ante un escenario de crisis económica y social, profundizado por el ajuste que aplica con el paquete de políticas que le dicta el representante del poder real, Ruben Osorio (Joaquín Furriel). Acorralado, consciente de su baja popularidad, Emilio decide redoblar la apuesta y organizar una tropa propia compuesta de oficiales retirados y en actividad de las fuerzas de seguridad para construir un monstruo superior. En esa estrategia de infundir el terror en la población, Emilio elige apuntar sus cañones a Tadeo -que tras su recorrida por Bolivia, Perú y Bolivia regresó al país para seguir con su trabajo social-, a quien denuncia públicamente como el hombre detrás del caos y la violencia que él mismo se autoprovoca para incrementar su poder. Acompañados por laderos y traidores, entre ellos se librará una batalla mediática y política de consecuencias inimaginables.

-En esta temporada, sus personajes son el contrapunto de la trama. ¿Trabajaron juntos a la hora de componer los personajes, teniendo en cuenta ese duelo narrativo?

D.P.: -Trabajamos mucho previamente para la primera temporada. No fue una serie en la que nos encontramos dos veces con el director y después la filmamos. Hubo una lectura individual, luego grupal de los ocho capítulos en la primera temporada y ahora de los seis de esta, nos pusimos de acuerdo… Sabíamos con lo que nos íbamos a encontrar.

Peter Lanzani: -No lo hablamos nosotros dos en particular, porque tuvimos muchas escenas juntos en la primera temporada. Entonces, más allá de que en esta temporada se acentúan las posiciones, nos conocemos la energía y la data que cada uno le imprime al personaje. Más allá de que sabía por guión lo que iba a pasar con Emilio, y aunque no lo estaba viendo, conozco bastante cómo trabaja Diego a Emilio. De hecho, son dos personajes que la trama de El reino necesita mucho, pero que sin embargo uno no necesita del otro para construirse.

-En efecto, son el motor de la trama de esta temporada, pero los personajes no se cruzan en ningún momento, aunque todo el tiempo están reaccionando a lo que el otro hace: acorralado por la situación social y las internas, Emilio piensa la presidencia construyendo a un Tadeo maléfico.

D.P.: -En esta temporada vamos a ver a un Emilio que está en shock, porque la política no es lo suyo. Al menos no la que debe ejercer en términos partidarios, culturales, administrativos y sociales… Lo suyo es conectarse con la palabra de Dios y atravesar al auditorio desde un discurso religioso. Y de repente se encuentra sentado en el sillón presidencial y habiendo conocido al verdadero mesías (Jonathan), que es argentino, como no podría a ser de otra manera (risas)... Entonces, ejerce la presidencia desde esa órbita, pero no está conectado absolutamente con la coyuntura intensa y compleja con al que le toca lidiar. La que está conectada con los quilombos diarios es Elena (Mercedes Morán). Emilio transita la presidencia con ese contrapunto con la realidad, lo que hace que llegue a un final muy degradante y degradado como persona. Se entiende su lógica religiosa, pero es tan extraviada que provoca desacoples en la interpretación. Tiene una enorme capacidad camaleónica para adaptarse a los diferentes auditorios, pero es un saco vacío. Solo lo contiene haber conocido a un mesías, a un verdadero poder milagroso, con el que está obsesionado por recuperarlo. Emilio está atascado en el claroscuro de la Luna.

-¿A Tadeo le pasa algo similar? Se encuentra asumiendo un lugar de líder social que nunca quiso ocupar ni mediática ni políticamente.

P.L.: -Le sucede, claro. No es una búsqueda. El camino que elige Tadeo es el de tratar de entender y aceptar el lugar en que se encuentra sin perder su manera de ser ni sus creencias. Quizás en esta segunda temporada Tadeo está menos pacífico, menos tranquilo, porque también el mundo está diferente. Antes era una persona más sumisa y ahora enfrenta sus reclamos con mucha más fuerza y potencia.

-En ambos casos se da la construcción de un liderazgo político basado en la fe religiosa. Algo que se ve que muchas veces también se traduce en la realidad, con el peligro para la democracia de que cuestiones de la fe se transformen más importantes que las que se dan en el raciocinio. ¿Creen que El reino expuso ese fenómeno con más penetración social que otros medios?

D.P.: -Ese es un tema: la falta de raciocinio en la política real, que no es otra cosa que la búsqueda de resolver los conflictos para que la gente viva mejor, es un problema. Si se pierde el raciocinio y se coloca la posibilidad de que una gestión se realice por un poder superior se está ante la entrada del diablo en la manera de dirimir los problemas que tiene la humanidad. Me van a escuchar algunos religiosos y me van a matar, pero yo no creo que haya un poder superior que maneje las voluntades de la realidad. Ese es un problema grande. Y El reino es una obra que toca ese tema primordialmente.

-Más allá de que sea una ficción, lo cierto es que muchas de las cosas que ocurrieron en la primera temporada y que suceden en la segunda que pasaron recientemente en América latina y el mundo.

D.P.: -¡Pero claro! Porque incluso el personaje de Tadeo llega por la fe a expandir una bondad y termina solo, sacrificado. Si en cambio fuera un dirigente político que estuviera dos pasitos adelante de la masa probablemente estaría más apuntalado. También desde el lado del bien quedás despegado como héroe, porque es una fe que lo descuelga de la realidad. Tadeo es pura fe, no es estratega, no está construyendo una fuerza política. Y es ahí donde termina en un destino trágico.

Ventajas y desventajas

Actuar en la era del streaming

Tanto Diego Peretti como Peter Lanzani comenzaron sus carreras audiovisuales en el viejo esquema televisivo, cuando la ficción inundaba la pantalla chica a través de las producciones independientes. Luego, los actores vivieron la etapa de las coproducciones entre los canales de TV abierta con los de la TV paga, que permitió sortear crisis económicas y darle proyección internacional a sus trabajos. La actualidad los sitúa, ahora, siendo parte de la revolución que imponen los servicios de streaming, tanto en la producción como en la exhibición del contenido audiovisual. ¿Qué es lo mejor y lo peor de esta nueva era?

“Lo bueno es que da trabajo. Al carecer de ficción en los canales abiertos y al estar el cine tan malherido por la pandemia, las plataformas empiezan a ser un lugar de mucho trabajo”, no duda Peretti. “Quizá lo que ocurre es que se globaliza mucho la opinión de algo que querés decir, por lo que se despersonaliza en pos de cierta fórmula o de cierta virtualidad de un presunto público-clientela al que va dirigida la obra. Ese tamiz te puede hacer perder la idea de lo que querés contar. En el caso de El reino, la personalidad se mantuvo, hubo libertad y creatividad. Es un ejemplo de las cosas positivas de las plataformas”.

Lanzani coincide en que lo mejor de las plataformas es la voluminosa producción de ficción que generan en el país: “Lo bueno es que se puede laburar y nosotros tenemos que seguir luchando para construir una industria que permita seguir dando más oportunidades y que otros actores puedan llegar a tener posibilidades. Las plataformas cambiaron la manera en que se filma: hoy se ruedan las series de forma mucho más parecida al cine. El ojo está más fino y eso nutre al espectador. Personalmente, lo malo es esa inmediatez que tiene el consumo online, de poder poner 'pausa', de ver unos capítulos en un momento y después por semanas no ves ninguno, y poder verlo en tu casa y ver el teléfono mientras ves una serie o película… Por eso me gusta ir al cine. Pero el combo es inevitable”.

La popularidad

Cómo elegir un personaje

En la dimensión que alcanzan hoy los “éxitos” en las plataformas, El reino posee una popularidad alta. De hecho, Peretti confiesa que su Emilio es muy requerido en la calle. “Dando las 'bendiciones'causo mucha gracia. Es tan malo mi personaje que la gente lo tiene presente y le causa mucha gracia cada vez que saludo así”, detalla.

“Ante eso no hay ninguna fórmula más que interpretar los papeles de la mejor manera. Siempre el mejor parámetro es la calle. Para bien o para mal”, se suma Lanzani. Los actores sostienen que nunca son del todo conscientes de lo que puede provocar un personaje en el público. “Estoy lejísimo de pensar la consecuencia que tal o cual papel puede tener en mi vida diaria, en cómo lo va a tomar el público. Ni cuando hacés un personaje más bueno ni cuando haces de malo. Es lindo que te reconozcan”, explica Peretti.

¿Qué es, entonces, lo que ponderan a la hora de elegir ser parte de una serie? “En mi caso -se adelanta Lanzani-, la lectura del guión, entender una historia, sentir si me pasa algo o no con lo que está escrito. Lo lees y te sucedió o no te sucedió. Quizá no lo aceptás, y después ves la peli o la serie y decís: “Ah, mirá, era esto”. Por lo general, acepto personajes que tengan algo para decir. Si no me sucede nada, no me resulta interesante. No sé, tal vez me ofrecen un personaje metido en una historia de poliamor… y no me pasa nada. Está todo bien, pero no me pasa nada. Y tal vez tres años después cambio de parecer y me doy cuenta que hubiera estado bueno hacerlo. Yo voy más por lo emocional. Me pasa algo en el pecho, por lo general lloro y ahí me doy cuenta de que hay algo para decir”.

Peretti detalla que, en el caso de la serie de Netflix, lo atrajo mucho el tema que aborda la trama. “En El reino me pareció muy entretenida la temática. No se suelen hacer series sobre el poder y la religión, sobre una Argentina diferente a la que vivimos en la actualidad pero posible, que se meta con la teocracia, con el evangelismo… Obviamente está bien escrita. Me gusta cuando se genera un grupo de gente de mucho talento y que haya un sostén de eso, no que no podamos hacer una escena çon un helicóptero porque no hay presupuesto… Uno la vivió eso. El reino es operística, tiene de todo”, concluye.