Juan Onofri Barbato pide disculpas de antemano por las inexactitudes que pueda tener su relato sobre la creación de Vendo Humo, la obra que estrenó recientemente en su sala PLANTA. Su cabeza, dice, es un lugar lleno de imprecisiones: nunca tuvo lo que uno llamaría una memoria prodigiosa. En parte por eso se declara, medio en broma, un vendedor de humo: todos los recuerdos que pone a circular en este trabajo, sin dudas el más personal de su extenso recorrido artístico como coreógrafo, performer y director, son un poco nebulosos, tamizados por el paso del tiempo y una mente que no logra recuperar los hechos del pasado con demasiada precisión.

Mezcla de conferencia performática y de ensayo coreográfico, Vendo humo pone a convivir dos planteos artísticos a priori muy distintos, que se van trenzando y terminan conformando una totalidad llena de capas. Por un lado están las escenas vinculadas con la danza. La danza del performer junto al humo: ese elemento producido por las clásicas máquinas a las que recurren cientos de espectáculos, pero que acá adquieren un papel central, casi podríamos decir coprotagónico. Durante gran parte del año pasado, Onofri empezó a ensayar con la única compañía de esos aparatitos negros y a bailar entre las nubes blancas que escupían, a embolsar la neblina artificial y liberarla posteriormente para crear unas esculturas efímeras que empezaron a fascinarlo. “Yo estaba muy desencontrado conmigo y con mi creación. Y hubo algo de las coreografías del humo, de esa materia no humana con la que empecé a ponerme en diálogo, que me desneurotizó”, recuerda. “Empecé a pasar horas entre el humo, probando cosas y encontrando formas”.

Por otro lado está el archivo familiar. Hace mucho tiempo que el artista atesora un video en el que se lo puede ver a los cinco años y medio, rodeado de todo su primer cordón de afectos. La filmación nos transporta directamente a la Neuquén capital de 1989: la familia del pequeño Juan y su entorno más cercano se juntan a grabar un saludo en movimiento para Jorge Onofri, el papá del niño, un conocido titiritero neuquino que viajó a formarse en el Marionettentheater de Estocolmo gracias a una beca que se extenderá más de lo previsto. En Argentina, mientras tanto, la madre de Juan intenta terminar la casa que está construyendo para ella y para su hijo en un contexto de hiperinflación. Y están los amigos, que ensayan su mejor sonrisa incluso cuando le cuentan al exiliado que las cosas no están fáciles, pero que igual están haciendo lo posible para seguir adelante.

Onofri intuía que en ese material había algo potente, le rondaba la idea de hacer algo con él, pero no terminaba de animarse a usarlo en escena. Ya se había valido de las biografías de otros para hacer sus obras, sobre todo junto al grupo KM29, en el que dirigió durante varios años a un grupo de bailarines de González Catán. Pero la idea de poner su propia vida en el centro del relato le generaba un poco más de dudas y pudor. “A quién pueden importarle mis pequeños dramas”, era la pregunta que se hacía con insistencia.

En determinado momento del proceso, Onofri recurrió a la actriz y directora Elisa Carricajo, una de las integrantes de Piel de Lava, que además es su mujer y la madre de su hija. Le pidió ayuda para empezar a ordenar las ideas que tenía y darles forma de obra. Carricajo, que colaboró en el proceso como dramaturgista y codirectora, le hizo ver que ese video casero trascendía la historia personal: era –es– una muestra áspera de lo que significa vivir en un contexto inflacionario, pero también sobre las fantasías que los argentinos solemos tener sobre la vida en los países centrales. También, un pequeño ensayo involuntario sobre las tensiones que puede haber entre las responsabilidades que conlleva la vida familiar y las ganas de cumplir un deseo personal.

Cuando se animó a darle rienda suelta a la pulsión de hurgar en la propia biografía, Onofri empezó a bucear también en su vida adulta y en sus propias reflexiones sobre la paternidad. Finalmente, Vendo humo terminó cargado de anécdotas del presente y del pasado reciente del artista. Muchas, en mágica sintonía con el pasado más lejano. En su monólogo de autoficción Juan cuenta por ejemplo algunas de las peripecias que le deparó la construcción del espacio escénico que fundó hace cinco años junto a Carricajo. PLANTA (la segunda sala que gestiona Onofri, que ya había cofundado el Teatro del Perro) fue construido en 2017, después de ganar un concurso del Instituto Nacional del Teatro que cofinancia la creación de espacios escénicos. Pero el dinero que recibieron Onofri y Carricajo por parte del Instituto era en pesos, y las propiedades argentinas, se sabe, jamás se compran en moneda local. De ahí que, tanto la adquisicón del espacio como la refacción para convertir el galpón en una sala preparada para recibir espectáculos estuviera llena de sucesos kafkianos, con una economía nuevamente inestable como trasfondo de la escena.

A diferencia de otros artistas argentinos que indagaron desde el biodrama en la economía personal –o mejor dicho, en su neurótico vínculo con la plata–, la obra de Onofri incorpora un elemento insoslayable para pensar este problema: el de la familia. Si en siglos anteriores los hijos de la nobleza contraían matrimonio con el fin último de anexar tierras y la institución familiar sigue estableciendo, todavía hoy, modelos bastante precisos para cada uno de sus miembros con el objetivo de garantizar la subsistencia material, es interesante pensar cómo esa institución social primaria habilita, pero también limita, las propias búsquedas económicas y creativas. Por eso resulta tan atinada la incorporación de Carricajo en el proceso de creación: sus reflexiones, que comparte desde un mensaje grabado para la obra, ponen en jaque al protagonista y lo salvan de creerse su propio relato de héroe. Onofri es el único artista en escena, una suerte de hombre-orquesta que baila, narra, opera las máquinas y los sonidos, pero nunca está del todo solo en su narración: siempre está pensando junto a otros. Entre la tensión que le genera esa tríada de deberes y deseos –el dinero, los anhelos familiares, la construcción de una carrera artística– navega esta pieza. O quizá sería mejor decir que flota, como el humo.

Vendo humo se puede ver los sábados a las 21 h en PLANTA (Inclán 2661, Parque Patricios). Las reservas se hacen a través de plantainclan.com, el precio de la entrada lo pone cada espectador el día de la función.