Desde Bahía Blanca

No tengo recuerdos nítidos del 24 de marzo del 76. En parte porque era chico entonces, apenas diez años, y en parte porque Bahía Blanca se había vuelto una ciudad oscura un tiempo antes, con el accionar de la Triple A. Además era alumno de la Escuela Normal, que compartía edificio con las Escuelas Medias de la Universidad, pegada a la sede bahiense de la Universidad Tecnológica Nacional, por calle 11 de Abril, y antes del 76 era común ver corridas por esa calle, presencia policial, o el ejército entrando a la UTN o a las EMUNS. Sí tengo una imagen nítida, o una sucesión de imágenes nítidas, mejor, que con el tiempo asocié a la dictadura, y tiene que ver con las cabezas: de pronto un día dejó de haber pelos largos en los estudiantes de la UTN y en los estudiantes del secundario de las escuelas de la universidad ¿Cuándo? No lo sé. Es más, yo mismo y mis compañeros de primaria dejamos de tener el pelo largo en algún momento, porque pelo largo usaban las mujeres, y nadie quería que esas cosas se mezclaran. Tampoco sé bien cuándo fue eso. El pelo largo se corta en minutos, sí, pero el cambio en las cabezas fue evidentemente paulatino, por goteo, más en esas cabezas infantiles que estaban recién tomando forma y a las que no había que dejar que crecieran mucho, ni por afuera, ni por adentro.

El otro recuerdo nítido es la voz en la radio y en la televisión diciendo el comunicado n° 1: “Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las FF. AA.” Si el comunicado tenía la función de producir un corte en el tiempo, y dar comienzo al gobierno militar, no funcionó sólo como inicio, fue un anuncio omnipresente, una amenaza de tiempo continuo: “Se recomienda el estricto acatamiento”, “extremar el cuidado”, “evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones”. No puedo decir tampoco cuántas veces lo escuché, pero en un momento, ya en mi adolescencia, sin intención de hacerlo, lo recordaba casi de memoria. Y me consta que no era algo que me sucediera sólo a mí. Ese comunicado suena todavía en mi cabeza, nunca se fue de ahí una vez que se instaló.

Durante años el 24 de marzo del 76 fue una especie de hueco oscuro en mi memoria. Y eso que en mi casa escuché hablar de los Bustos, sindicalistas de la UOCRA, de la izquierda peronista, que vivían en Villa Libre, ahí nomás de Sanchez Elía, donde vivíamos nosotros. Y de “la fiambrera” de Rodolfo Ponce, personaje nefasto, sindicalista de URGARA, diputado peronista, miembro de la Triple A. La “fiambrera” era un Fiat 125 azul sin patente que circulaba por la ciudad con la banda armada. También escuché a mi abuelo, municipal y sindicalista, hablar maravillas de Eugenio Martínez, intendente electo en el 73, y decir “no me nombren a ése” cuando asomaba el nombre de Víctor Puente, el intendente de la dictadura que sepultó en cemento el arroyo Napostá. Lo que quiero decir es que no crecí en la ignorancia absoluta de lo que pasaba en la ciudad, y sin embargo, toda la dictadura fue una niebla mental en mi memoria, en la que se recortaba la precaución de no andar nunca solo, ni muy tarde en la noche. 

Incluso al ingresar en la UNS en 1985, luego de haber cumplido con el servicio militar obligatorio (donde ya en democracia nos hacían correr y saltar inútilmente porque nos estaban preparando, nos decían, para “eliminar subversivos”) la mención a Remus Tetu sonaba a pasado remoto. Tetu había sido rector interventor de la UNS en 1975, jerarca de la Triple A y responsable directo del asesinato, ese mismo año, del estudiante de Ingeniería y secretario general de la Federación Universitaria del Sur, David “Watu” Cilleruelo, en el hall de la universidad. Pero de remoto nada, Tetu se había desempeñado como profesor titular con dedicación exclusiva en las materias de Sociología y Sociología Económica (sin que presentara nunca un título habilitante) hasta 1984, es decir, meses antes de mi ingreso.

Ese borramiento, o niebla mental, o mancha imprecisa de la memoria, o como se nos ocurra llamarlo, no fue algo personal, ni casual, fue parte de un programa de desinformación, mentira y ocultamiento. En Bahía Blanca tiene un nombre: La Nueva Provincia. Llevó muchos años, los lleva todavía, desandar esa trama de distorsión de la realidad que operó el diario, que estuvo acompañado, hay que decirlo, durante mucho tiempo por un poder judicial afín a la dictadura y por instituciones, como la Universidad Nacional del Sur, que demoraron demasiado en estar a la altura de las circunstancias que reclamaba la época.

Hay una acción del 2012, organizada por el grupo Arte Memoria Colectivo (que coordinaba el artista plástico Jorge González Perrín), junto a H.I.J.O.S Bahía Blanca. Se llamó 30.000 Homenajes, y partió de una convocatoria abierta, masiva, a participar recortando una cartulina de 5cm x 5cm, pintándola con acrílicos de colores, de manera libre. Cada cartoncito, que había que enviar a una dirección determinada, era un homenaje a una víctima del terrorismo de estado. Con esos miles de pequeños cuadros de colores se armaron pancartas, y con esas pancartas se movilizó desde temprano al rectorado de la Universidad Nacional del Sur, el 12 de septiembre de 2012, para escuchar ya la sentencia del primer juicio en el que se juzgó a represores por crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura cívico militar en Bahía Blanca, la causa de los responsables del V Cuerpo de Ejército. 

Ese día la lectura de la sentencia que condenó a la jerarquía del V Cuerpo, del Batallón de Comunicaciones, del Servicio Penitenciario que habían actuado en la cárcel de Villa Floresta y a integrantes de la Policía Federal, resonó ante una multitud que reunía a quienes habían padecido el golpe en su juventud, con los y las que habíamos crecido en dictadura, y una mayoría de pibes y pibas que habían nacido en democracia, y dió en el centro de una emoción colectiva en la que se mezclaba llanto, abrazos, alivio, alegría. Esa sentencia venía a coronar y dar nuevo impulso al esfuerzo de años de la Asamblea Permanente por los DDHH con figuras como Ernesto Malisia y Eduardo Hidalgo, al trabajo y la conducta del fiscal Hugo Omar Cañón, del juez Luis Cotter, y al empuje que empezaba a dar H.I.J.O.S. Además, junto a la sentencia, el Tribunal de ese momento compuesto por los jueces Martin Bava, Jorge Ferro y Mario Triputti, instó a investigar el rol de la Nueva Provincia, el diario de la familia Massot, lo que derivó posteriormente en la imputación de Vicente Massot, por Delitos de Lesa Humanidad. 

Ese día, en medio de todo eso que cuento, sentí que algo se empezaba a acomodar ya no en mi cabeza a la que le habían cortado el pelo y vaya uno a saber qué más después de marzo del 76, sino en cada parte del cuerpo, en cada célula, como esos 30.000 cuadraditos que se habían acomodado en las pancartas, y eran la suma de pequeños retazos dispersos e insistentes de memoria, verdad, justicia. Algo parecido a una reparación. Y me consta que no fue algo que me sucedió sólo a mí.

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