Guillermo Vilas multiplicó su imagen ante el mundo en 1974, cuando ganó el Campeonato de Maestros en el césped de Kooyong sin que nadie pensara que fuera posible. Ya había empezado a popularizar el tenis en la Argentina, un país en el que el ecosistema de las raquetas estaba sólo reservado para una pequeña porción de la elite. Todo lo que vino después fue una revolución. En plena era fundacional para la construcción del tenis actual el argentino emergió como un actor principal: cuatro títulos de Grand Slam, entre 1977 y 1979; 62 trofeos del Grand Prix; una final de la Copa Davis (1981) y la increíble permanencia entre los diez mejores durante una década.

Ya fuera de la primera pelea, en 1982, cuando ya lo había ganado todo y transitaba los 30 años —una cifra avanzada para la época—, protagonizó una suerte de resurrección: volvió a jugar una final de Roland Garros —cayó contra un joven Mats Wilander—, ganó siete títulos en un total de doce finales y acabó la temporada como el 4° del mundo.

En el arranque de 1983 moldeó acaso la mejor actuación de su vida en un partido de lujo. El 6 de marzo derrotó a John McEnroe en un colmado estadio del Buenos Aires Lawn Tennis Club: perdía 4-2 en el primer set pero hilvanó 15 games para sentenciar una paliza por 6-4, 6-0 y 6-1. Argentina deliraba con un memorable triunfo contra Estados Unidos.

El rumbo vislumbraba otro gran año del eterno Vilas, pero hubo un suceso que, con el correr de los meses, devino en la génesis de su debacle y hasta lo amenazó con el retiro: "el caso garantías". Se trata del dinero extra que invierten los organizadores de los torneos para "asegurar" la presencia de las grandes figuras, hoy naturalizado aunque lejos del blanqueo —Carlos Alcaraz, por caso, cobró más de medio millón de dólares por jugar el Argentina Open—. En aquel tiempo era ilegal y se había vuelto global en 1970, dos años después del origen de la Era Abierta.

El escándalo se desató el 7 de junio, a tres meses de una polémica presencia de Vilas en el torneo de Rotterdam, apenas una semana después de aquella Copa Davis ante Estados Unidos. Ion Tiriac, entrenador y manager del argentino, estaba en el departamento que su jugador tenía en la Avenue Foch, en París, cuando escuchó el timbre. Era la secretaria de Marshall Happer, el administrador general del Men’s International Professional Tennis Council (MIPTC; Consejo Profesional de Tenis Masculino). Llevaba consigo una notificación para el tenista.

“Por la presente se le notifica al señor Guillermo Vilas que el MIPTC resolvió, en la reunión del 6 de junio, suspenderlo por un año y aplicarle una multa de 20 mil dólares, ya que obran en su poder elementos probatorios de que recibió dinero en carácter de garantía para participar en el certamen de Rotterdam, realizado el 14 de marzo último. Ello está expresamente prohibido en el artículo 6 del Código de Conducta. La sanción será dada a conocer el 8 de junio por intermedio del presidente de la Federación Internacional y usted dispondrá de 30 días para apelar la decisión”. Firmaba Happer, administrador del Council, quien realizara toda la investigación y fuera el impulsor de la sanción a Vilas.

De esa manera el 8 de junio detonaba una bomba cuyas esquirlas llegarían a cada redacción del mundo. Vilas era objeto de una sanción sin precedentes en la historia. Los medios titulaban en modo catástrofe: “Severa sanción: Guillermo Vilas fue sancionado con inusual dureza por haber aceptado dinero en garantía para participar en un torneo en Holanda. Un año de suspensión y una multa de 20 mil dólares".

El Consejo había surgido en 1974, dirigía el Grand Prix —el circuito principal de entonces— y estaba compuesto por tres representantes de la ITF —el presidente Philippe Chatrier, entre ellos—, tres delegados de los organizadores de los torneos y tres miembros de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP). Además del circuito también manejaba, con su Código de Conducta, la Copa Davis, la vieja Copa de las Naciones y la extinta Copa del Rey.

El organismo decía poder probar que Vilas había cobrado una garantía en Rotterdam, torneo en el que había sustituido de urgencia a Jimmy Connors, quien se había retirado, y en el que había perdido la final ante el estadounidense Gene Mayer. El monto era de 60 mil dólares, en ese momento una pequeña fortuna —Vilas había embolsado, por caso, 33 mil por haber ganado el Abierto de Estados Unidos en 1977—.

“El tenis mundial necesita sanearse. El Consejo está decidido a terminar con la práctica ilegal de las garantías. Haremos una limpieza y si los principales jugadores deciden alguna acción lo lamento por ellos: terminarán sus carreras”, sostenía Chatrier, el máximo dirigente del tenis internacional. Desde el Consejo aseguraban que las pruebas contra Vilas habían sido aportadas por los propios organizadores de Rotterdam y que, también, habían abierto expedientes contra el checoslovaco Ivan Lendl y contra McEnroe, aunque nunca recibirían sanción alguna.

Vilas había transgredido el artículo 6 titulado “Faltas graves de los jugadores”, según el inciso de las garantías, que rezaba: “Ningún jugador debe aceptar dinero o toda cosa de valor que se le haya otorgado para influenciar o garantizar su participación en un torneo del Grand Prix. Si el jugador no respeta esta regla arriesga una multa de hasta 20 mil dólares y una suspensión de los torneos reconocidos por el MIPTC de uno a tres años". Con buenos antecedentes, el argentino había recibido la pena menor: un año.

La noticia había visto la luz en la previa de Wimbledon, donde los jugadores respaldaron a Vilas. El argentino, en tanto, estaba refugiado en Croydon, condado de Surrey, en un castillo medieval en medio de la campiña de Londres con dos canchas de césped y dos de ladrillo. Recluido, su única compañía era la de Tiriac.

Guillermo Vilas junto a Ion Tiriac en un entrenamiento. / Gentileza El Gráfico.


La desazón de Vilas

“Estoy destrozado. Lo único que puedo decir es que soy inocente. Jamás cobré nada de Rotterdam que no fuera el premio. No puedo entender cómo Chatrier puede decir que hará limpieza como si fuéramos todos delincuentes. Tengo 13 años de profesional, con seriedad y respeto. No me lo merezco. Voy a apelar: soy inocente y no tengo nada que ocultar. Mi abogado Thomas Betz, en Virginia Beach, se ocupará de mi defensa. Es el momento más difícil de mi vida”, decía Vilas.

“Queremos que Vilas se mantenga alejado y siga concentrado en el tenis. Está destruido. Pero no tenemos nada que ocultar: la verdad está de nuestro lado y Guillermo es inocente”, deslizaba el abogado apenas tomado el caso.

El director del torneo Peter Bonthuis negaba de manera taxativa haber participado de la entrega en una garantía para el argentino, pero las autoridades del AHOY Stadium, el recinto del torneo, aseguraban que el dinero había sido retirado de las cuentas y entregado a un tercero que, a su vez, se lo había dado a Tiriac el 14 de marzo de 1983. "Ellos nos pedían 75 mil, pero aceptaron 60. Era una urgencia: habíamos vendido casi 40 mil entradas porque jugaría Connors", expresaba Coek Hoekwater, director del estadio.

La sanción era muy severa para Vilas: una interrupción de 12 meses en el circuito para un jugador de su edad podía ser un golpe terminal para su carrera. Se trataba del primer caso que penalizaba a un jugador de la talla de Vilas, el número cinco del ranking mundial.

“Si me suspenden me mato. No sé, es injusto, pero si viene habrá que aceptarlo y luchar para superarlo. Pelearía por volver a estar entre los diez primeros; si no lo logro me retiro. No puedo pensar en eso ahora porque no podría seguir jugando. Me fui a un crucero para sacarme la suspensión de la cabeza. Necesitaba ese bloqueo mental antes de la Davis porque le tengo mucho respeto”, advertía Vilas, que respiraba tenis las 24 horas, luego del éxito 5-0 ante Italia en Roma. El jugador transitaba por el circuito sin buenos resultados generales y con la cabeza en otro sitio.

Como Vilas había apelado dentro de los 30 días luego de conocida la sanción, cada una de las partes debía elegir a uno de los 20 funcionarios de revisión disponibles en una lista de especialistas. Las dos personas consignadas designarían a una tercera y, entre las tres, analizarían las pruebas para definir por mayoría simple. El argentino había elegido a William Talbert, un ex jugador de los años '50.

¿Apuntado por el poder?

¿Por qué Vilas y no otro? Todos los grandes jugadores ya cobraban garantías: los organizadores necesitaban a uno de los 10 o 15 primeros para que sus torneos fueran rentables, en un contexto en el que el circuito WCT (World Championship Tennis) empezaba a absorver grandes jugadores del Grand Prix. El propio Vilas, en la previa del US Open, exponía su postura: “Es muy sencillo: hace diez años que estoy ranqueado entre los seis primeros del mundo. Ocupo un lugar codiciado. Soy independiente, no pertenezco a ningún monopolio (NdR: Tiriac amenazaba el negocio del gigante IMG). No tengo conexiones. Soy sudamericano y no se rompe ninguno de los resortes de intereses de este deporte. Si fuera McEnroe, ¿se hubieran vendido todas las entradas para Flushing o hubiera pagado lo que pagó la televisión? Yo soy más fácil y ellos saben que si me paran un año estoy acabado. Hay 900 jugadores ranqueados por la ATP: si no juego por un año quedo 900 y necesito otro año para volver. Hacerlo en 1985, con 32 años, sería una quijonada".

El tiempo corría y no había acuerdo extrajudicial. En septiembre, luego de la derrota en la Copa Davis ante Suecia en Estocolmo, Vilas se sentía impotente. Todo el tiempo le preguntaban por la suspensión: en todos los torneos, en cada conferencia de prensa. "Anduve a los tumbos toda la temporada, con la mente en cualquier lado menos en el tenis. Me entrenaba pero sólo estaba allí físicamente: no tenía ganas ni incentivos. Empecé a bajar en el ranking y me duele (NdR: ya estaba décimo del mundo, su peor posición desde 1974). Es simple: si me suspenden me retiro. Si me aplican el año de suspensión haré el juicio civil y lucharé para que no se me coarte la libertad de trabajo, pero a mi edad es imposible estar un año parado".

Desde principios de octubre, luego de la final de Barcelona –perdió con Wilander–, apenas jugó un torneo: Johannesburgo. Eliminado ante Vitas Gerulaitis, se quedó sin pasaje al Masters. Su nivel había mermado como nunca desde que era profesional. Luego de varios meses sin éxitos, sin impulso emocional, en diciembre llegaron las audiencias.

Vilas respondió ante la junta evaluadora, en la Asociación de Abogados de Nueva York, a las acusaciones del Consejo. No hubo ninguna prueba concluyente luego de cinco días de audiencias. Juró decir toda la verdad y escupió: “El señor Tiriac es mi amigo, entrenador y manager. A pesar de ocuparse de todos los contratos comerciales y designaciones de todos mis torneos siempre consulta conmigo antes de actuar. Cuando me enteré le pregunté si había recibido el dinero: me contestó que no y era lo único que yo necesitaba saber". Tiriac probó, con su pasaporte, que no había estado en Holanda el 14 de marzo, fecha en la que, según Bonthuis, había sido realizada la transacción.

En medio de la audiencia Martin London, otro abogado del equipo de Vilas, demostró que Bonthuis había querido extorsionar a Vilas y a Tiriac para testificar que nunca les había dado el dinero. El letrado presentó una conversación privada en la que se lo escuchaba al holandés decirles: "Quiero declarar que no les he pagado ningún dinero. ¿Hay algo que puedan hacer por mí?".

La sentencia imperfecta

A mediados de enero de 1984 llegó el dictamen, con un fallo incompleto: “La suspensión de Gullermo Vilas debe terminar de manera inmediata. En primer lugar se cree que el tenis de Vilas ha sido afectado de forma adversa al menos durante nueve meses. En segundo término la conducta profesional de Vilas durante 14 años ha sido ejemplar. Pero deberá pagar los 20 mil dólares de multa porque no podemos declararlo inocente. El hecho está demostrado: los 60 mil dólares salieron del ABN Bank de Rotterdam el 14 de marzo pasado y fueron entregados a una persona que, a su vez, se los otorgó a Tiriac, el apoderado de Vilas. Creemos que la evidencia ofrecida por el Consejo tiene más peso que la creíble evidencia presentada por Vilas”.

Las agencias internacionales informaron que la junta de evaluadores había encontrado culpable a Vilas pero que le había levantado la suspensión. Si bien quedó probada la extracción nunca se supo a dónde fue a parar el dinero. Susan Adams, de la prestigiosa World Tennis, concluyó con un interrogante: “¿Cómo probar si hubo una transacción en el cuarto de un hotel sólo con las dos personas interesadas entre los presentes?”.

Varias décadas después Vilas volvió a ser claro: “Nunca cobré ninguna garantía para jugar un torneo y confiaba ciegamente en Tiriac. Era ilegal cobrar dinero para intervenir en un torneo y no hubiese renegado jamás de mis principios. Tenía 31 años y no estaba dispuesto dañar mi imagen. Era inocente y la multa la tuve que pagar igual”.

Hubo quienes sostuvieron que se trató de una manera de ocultar un faltante en la rendición de cuentas del torneo: la forma más sencilla era taparlo con un monto “en negro”. Otros, que se trataba de un ajuste de cuentas del sistema contra Tiriac, que amenazaba con reconfigurar el negocio del tenis como el primer gran manager del deporte.

40 años después...

Durante aquellos años, según pudo averiguar Página/12, un periodista argentino recibió un elocuente mensaje en una conversación cara a cara con Tiriac, en un avión, junto con otros colegas: "El dinero lo cobramos pero Guillermo y yo jamás lo vamos a confesar. Se va a la tumba". Incluso cuatro décadas después, con el asunto ya lejos en el tiempo, ese periodista pidió reserva de identidad.

Este medio intentó contactar al entrenador rumano, uno de los hombres más poderosos del tenis, para conocer su opinión 40 años después: llegó hasta el último eslabón, su compatriota y mano derecha Cosmin Hodor, quien sostuvo, durante más de tres meses de intercambios virtuales, que Tiriac no podía responder las preguntas.

Para Vilas fue un golpe letal: el caso garantías, al cabo, no lo retiró, pero sí originó una caída de la que jamás pudo recuperarse. Había iniciado 1983 como el número cuatro del mundo y lo terminaría afuera de los diez mejores (11°) por primera vez en casi una década. Tres años después, con 35, mostraría un atisbo de su máximo nivel: llegó a cuartos de final en Roland Garros y alcanzó su última final en Forest Hills, lo que lo llevó a tocar el 17° puesto del ranking. Pero el efecto era irreversible.

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