María Lanese es una de esas raras poetas que urden entramados entre dos lenguas. O más de una: el ripalimosano de su terruño; el italiano; el castellano rioplatense rosarino en el que trabaja y canta. Escribir, escribe entre una y otra. El traductor Antonio Pinto ha sido siempre su fiel aliado. En pandemia, la autora entró en una sequía creativa. Ningún verso alcanzaba a dar cuenta de la abrumadora situación. "El traductor se aburría", dice.

Pinto entonces salió del segundo plano en el que existen los traductores (los bajistas de la literatura, si la literatura fuese rock) y agarró el micrófono. O la pluma. O la notebook. Le envió a María un poema original. Ella le respondió desde Rosario con otro. El bloqueo creativo se terminó y en ese mismo instante comenzaba a escribirse un nuevo libro de poesía, a cuatro manos y dos idiomas. Conversaciones sagradas / Sacre conversazioni fue publicado el año pasado en Buenos Aires en edición bilingüe por Ediciones Diotima. 

Es el primer poemario de Pinto y un gesto generoso de Lanese, autora muy prolífica y premiada. "Disfrutamos de nuestras conversaciones", relatan los autores en un prefacio conjunto. Cuentan que mientran trabajaban en el libro III. Cuerdas (Huesos de jibia, 2016) se les ocurrió emular -pero en clave profana- el género del Renacimiento italiano del siglo XV llamado Sacra conversazione. "Durante el encierro al que nos sometió la pandemia, aquella divertida ocurrencia se fue convirtiendo en una singular y verdadera experiencia de escritura compartida". Italoparlantes ambos, Lanese tuvo que optar por el castellano al migrar desde Ripalimosano a la Argentina, con 4 años de edad, mientras que Pinto eligió el castellano como segundo idioma. "Todo comenzó como un juego en el que Antonio, que se inicia en este libro como poeta, me propuso con cada poema una provocación, esperando mi respuesta", explica María. "Muchas de las provocaciones de Antonio tomaron forma a partir de obras de arte", evoca. Antonio Pinto estudió Historia del Arte en la Universidad de Roma. Periodista en Buenos Aires de 1984 a 1989, volvió a Lecce, su ciudad de origen, a estudiar y enseñar Lenguas Vivas; además estuvo dos años en Londres. María Lanese vive en Rosario desde 1949. Es psicoanalista, poeta, cantante y gestora cultural. Leyó por todo el mundo. Ha publicado (con este) 10 libros de poesía, la mayoría bilingües; entre ellos, una antología personal en castellano y serbio, Andante.

Cada uno escribió los poemas en ambas lenguas, y cada uno fue mejorando: Antonio mis versiones en italiano y yo sus versiones en español", recuerda María. "Después, en nuestras habituales conversaciones, cada par de poemas fue buscando su lugar en el libro, lo fue encontrando durante nuestros intervalos de silencio", dice. En cierto modo, podemos añadir, la poesía es como la música. Sin intervalos de silencio, no se podría oír ni leer. Por modestia no lo dicen en primera persona, pero los dos están vinculados con alguna de las artes. María, con el canto; Antonio, con la plástica. Cultiva así este último el subgénero ut pictura poiesis: poemas inspirados en una obra pictórica o gráfica. Uno de los Caprichos de Goya, el grabado "Vuelo de las brujas", fue el disparador de su poema "Sabba / Aquelarre": "Qué noche tan oscura y fría. / ¿Dónde se habrán escondido las estrellas?". La pregunta le hace eco a aquella por la desaparición de las luciérnagas que se hacía el cineasta Pier Paolo Pasolini a mediados de los '70, tiempos también oscuros. En "Chiaroscuro / Claroscuro", afirma Pinto: "Soy sensible a la luz como a la oscuridad". 

El claroscuro es una técnica pictórica que permite representar el volumen en el plano. A veces las estampas poéticas de Pinto incursionan en el arte de la voz (el de María), como cuando describe con patetismo a una música callejera: "Todavía tiene una hermosa voz. / Por esa voz la llamaban Calíope. // Se para siempre en la misma esquina. / Ahora, las manos duelen al tocar las cuerdas. // Mira fijo delante de sí como si leyera en el aire / aquellas palabras que canta". ("Estrella en el ocaso"). Asumiendo a su vez el arte de la mirada, María responde al "Claroscuro" de Antonio con un "Arco iris": "Flota mi memoria/ entre la pura luz / y el negro de la ausencia". Los poemas de ella están en formato redondo; los de Antonio, en formato cursiva. El oficio de la rosarina se nota. "Estrella en el ocaso", de Pinto, es (o se lee como) una respuesta a un poema anterior (en el libro) de María: "Cuando Calíope cantaba para ellos/ coronada de flores/ temian que al tocarla/ se apagaran en el cielo/ todas las estrellas" ("Las estrellas a brillar, marineros a la mar").

El teatro de luces y sombras de estos poemas navega, merodea, boga o erra por los espacios imaginarios en torno al Mediterráneo, desde la poesía clásica grecolatina hasta la urbe moderna; el "experimento" es modernista en espíritu. La soledad lo impregna todo, como una marca de la época. Sumergirnos en estos textos nos entrega aquella experiencia, aquella estructura de sentimiento que en ellos queda preservada como memoria en presente continuo. En aquellos días aciagos, cuando las ciudades parecían pintura metafísica, lo intolerable del mundo vaciado era su silencio. Cada poeta solitario o solitaria busca signos: una mirada al sesgo, un oráculo que le diga algo; alguien más.