No hay duda de que los '90 fueron la década dorada del hip hop. Al mismo tiempo que los activistas políticos repelían los ataques de la derecha contra las victorias de los movimientos civiles, la segunda generación del rap encontró en la cultura pop su nuevo frente de combate, a tal punto que la utilizaron para alienar a la sociedad blanca. En ese momento, el poder se comportaba como el ghetto. Mientras esto pasaba, los artistas luchaban por salir de los edificios de viviendas sociales. A contramano de lo que sucedió con el techno de Detroit, donde los músicos afrodescendientes concibieron una escena y un sonido a partir de su deseo de escapar hacia el espacio exterior, nueve MCs de Staten Island diseñaron una estética musical y un movimiento desde el inframundo: Wu-Tang Clan. Y lo hicieron al mejor estilo guerrillero, sin imaginarse que -al igual que sus colegas de la otrora Motor City- estaban erigiendo una nueva manera de entender la vanguardia.

Tres décadas más tarde, buena parte de ese noneto de raperos vino por primera vez a Buenos Aires para demostrar que ese mañana continúa en construcción. Wu-Tang Clan encarnó en la noche del jueves algo nunca visto por acá. Pese a que la propuesta con la que debutó en la ciudad tenía formato de concierto, el grupo neoyorquino orquestó algo similar a una experiencia sobrenatural. Al menos en los últimos 20 años, pocas veces se vio a un Luna Park tan salvaje. Con un empujoncito o una palabra clave, tal como lo hizo Billy Bond en ese mismo lugar hace exactamente 30 años, el público rompía todo. O eso era lo que se palpaba en el ambiente. El que tuvo un día de furia, durante esas casi dos horas de show lo sudó todo. Nadie esperaba algo así, por más que se trataba de una leyenda del género. Lo que hicieron esos siete raperos de casi 60 años derribó por el piso cualquier conclusión.

Si bien esa performance superó cualquier expectativa, lo que también superaba la realidad era el público. En este tiempo donde la música urbana está por todas partes y agota estadios, las más de seis mil personas que asistieron a esta ceremonia del hip hop parecían salidas de una dimensión paralela. Ninguna de ellas tenía pinta de haber ido a ver a Duki en Vélez, a C. Tangana en el Movistar Arena o a Drake en el último Lollapalooza. Quizá sus hijos sí hayan ido, pero en este caso brillaron por su ausencia. Una pena. Si creen que Wos la rockea, no se imaginan de lo que son capaces los comandados por RZA. Desde el inicio, la patria wutangclanera (toda uniformada con remeras negras que llevaban estampada esa W amarilla con forma de pájaro) tuvo un arrebato más próximo al de un metalero que al del imaginario hiphopero.

De lo que puede dar fe ese comienzo con “Clan in da Front”, al que el público de las gradas respondió con un headbanger (batida de cabezas típica del metal), algo que se repitió en varios pasajes del recital. Ese clásico estuvo mechado con “Da Mystery of Chess Boxing”, ambos incluidos en Enter the Wu-Tang (36 Chambers). En noviembre próximo se cumplirán 30 años de la salida de este álbum, lo que coincide con la misma cantidad de tiempo que tiene el grupo en actividad. Justamente ese fue el disparador de esta odisea sudamericana, que en principio iba a suceder en 2020. La pandemia obligó a posponerla, pero eso vino bastante bien, porque de este modo Wu-Tang Clan arribó con algunos de sus miembros principales. Inicialmente, se anunció que se presentaría con su formación original, aunque sólo estuvieron siete de los nueve MCs que hoy integran la banda. De todos ellos, Raekwon fue el único que se había subido a un escenario porteño anteriormente, en 2004, cuando actuó en Obras.

Sin embargo, el primer MC que apareció en escena en esta oportunidad fue RZA, comandante y fundador de este laboratorio sonoro. Lo hizo después de que el guitarrista líder del grupo que los acompañó presentara a los otros músicos y al DJ, Mathematics. Al momento de desenfundar “One Blood Under W”, ya habían entrado todos los raperos: Cappadonna, Masta Killa, Inspectah Deck, Ghostface Killah y U-God. Ingresaron uno detrás del otro, desatando la ovación de la gente. Quedaron en deuda con la audiencia local GZA y Method Man, que representó a la banda en el tributo que prepararon los premios Grammy, en su última ceremonia, con motivo de los 50 años de la creación del hip hop. A medio siglo de que el DJ Kool Herc inaugurara una de las culturas musicales más fascinantes, en el templo de los deportes porteño disparaban una rima tras otra algunos de los mejores payadores urbanos surgidos en los '90.

En la historia del rap, pocos grupos tuvieron una artillería de MCs tan grande. Pero, al mismo tiempo, tan bien articulada y distribuida. Es lo más parecido a un ballet de voces. Si Ghostface Killah tomó el mando en “Run”, luego desarrolló una dialéctica con el resto de sus compañeros en la que dos voces podían entrar en contrapunto o en la que quizás el septeto se tornaba en un coro que apuntaba al unísono. Ese contraste de matices se reflejó asimismo en su música. En “One Blood Under W” coquetearonn con el reggae y el R&B, en “Shame on a Nigga” se metieron con un reggaetón bien technoso, y en “Wu-Tang Clan Ain't Nuthing ta F’ Wit” propusieron un funk futurista. “Clan in da Front” renovó la sensación de que el foco estaba puesto en su primer álbum, lo que ratificó el himno “C.R.E.A.M.”. Con este tema se desató el pogo en todo el campo del Luna Park, lo que bien supo aprovechar la banda.

“¿A cuántos les gusta fumar porro?”, preguntó RZA más tarde, en tanto que U-God seguía tomando champán. Tras rendir tributo al cannabis en “For Heavens Sake”, se recordó a Ol’ Dirty Bastard, miembro fallecido en 2004. De él se rescataron “Got Your Money” y “Shimmy Shimmy Ya”, que incluyó un intercambio de flows que puso la piel de gallina. Esto se repitió en “Ice Cream”, con Raekwon en la voz líder, pero con Ghostface Killah y U-God plantando bandera. Esto se transformó en una batalla épica, apoyada por el video del tema en el fondo, y esas hermosas bases oscuras y claustrofóbicas. En “Gravel Pit” levantaron un cambio, para luego rockearla con un cover de “Smells Like Teen Spirit”, de Nirvana. Entonces los MCs se despidieron y Mathematics se quedó en escena poniendo paños fríos con un R&B instrumental. Nada mejor para saborear semejante viaje.