Se entra a este libro a tientas. Porque sí, se llama Autobiografía de un pulpo, se sabe que es ficción y que los pulpos no escriben. Sin embargo se viene demostrando que estos animales tienen una capacidad cognitiva asombrosa. Pero si en verdad se comportan a su antojo en la vida real, ¿qué nos queda a la hora de la fabulación? Por ejemplo, un pulpo de un laboratorio en Nueva Zelanda debió ser devuelto al mar luego de que provocara formidables cortocircuitos lanzando agua sobre las bombitas eléctricas del techo. Otro, en Coburgo, Alemania, se había tomado la costumbre de accionar las compuertas de su acuario hasta inundar el laboratorio. Y un tercero, en Brighton, aprovechaba la noche para deslizarse por las aberturas. Todo esto ha sido documentado por la etóloga Jennifer Mather. Y Vinciane Despret, autora de esta autobiografía inclasificable sobre pulpos y otros animales, cita a Mather en prolijas notas al pie. Mientras tanto, no sólo nos convence de que los pulpos pueden burlar sus jaulas, sino también que escriben y que sus memorias personales fueron descubiertas labradas en tablitas de cerámica. Frente a esta “literatura gráfica cefalópoda”, como la llama Despret, el lector asume su total desconcierto. Porque no sabe qué creer y qué no.

Claro que ese binarismo es una exageración. Pero evidencia la maravillosa capacidad que tiene la filósofa belga para desbaratar toda certeza. Desde hace tiempo ella viene haciendo foco en la ciencia en general y en los animales en particular, reformulando las preguntas e intentando nuevas respuestas ni cerradas ni concluyentes. Y para eso apela a los argumentos pero sobre todo, a las historias. De hecho, su primer libro publicado en nuestro país se llamó ¿Qué dirían los animales si les hiciéramos las preguntas correctas? (editado por Cactus en 2018). Desde entonces -y a partir de una obra que se detiene en las formas de vivir, morir y habitar los territorios que ellos tienen-, la filósofa roza el borde de lo poético. No sólo en su estilo sino en la mirada abierta que nos devuelve: en sus manos, la ciencia deja de ser una disciplina exacta.

Siguiendo esta línea, Autobiografía de un pulpo consta de tres relatos de ciencia ficción, unidos por una Asociación de terolingüística (una lingüística de los animales salvajes que termina siendo “teroarquitectura” o “terosemiótica”según el caso) en la que un grupo de científicos se enfrenta a fenómenos que desafían sus creencias. Si en libros anteriores como Habitar como un pájaro, la observación empírica llevaba a Despret a plantear subversiones de la mirada casi inverosímiles, aquí hace el camino inverso. Es decir, parte de la ficción para confrontarnos con realidades donde el antropocentrismo muerde el polvo. Un gesto tan extremo no puede contentarse con cambiar las preguntas: debe avanzar directamente en el cuestionamiento de la epistemología del lenguaje tal como la conocemos.

LINGUÍSTICA PARA ANIMALES SALVAJES

La piedra de toque de este andamiaje es el texto de Ursula K. Le Guin “The Author of the Acacia Seeds and Other Extracts from the Journal of the Association of the Therolinguistics”, un cuento brevísimo publicado en 1974 en el que un grupo de científicos se devanan los sesos tratando de entender qué quieren decir las hormigas cuando dibujan arabescos sobre semillas de acacia. En su cuento, Le Guin intenta, desde el punto de vista científico, una traducción imposible de lo que las hormigas dejan escrito en una lengua donde no existe el “yo” ni las convenciones gramaticales humanas. Despret recupera este contrapunto en la historia que da título al libro, cuando un grupo de pescadores de las calas de Cassis, en Francia, encuentra fragmentos de un texto sobre cerámica escrito con tinta por uno o probablemente más pulpos. Un hecho sorprendente, razonan, porque a estos animales no les importa dejar huellas perdurables ni son animales de costumbres.

El relato se transforma en un intercambio epistolar donde una científica de la Asociación Terolingüistica se sumerge en el intento de comprender esa lengua elusiva. Para eso, se acerca a los siminfantes, unos niños que durante los primeros doce años de su vida se crían junto a los pulpos y sólo después aprenden el idioma y las costumbres maternas. Esta invención se va apoyando en artículos científicos de experiencias comprobables. Es decir, la escritura de Despret tiene éxito precisamente porque los dos niveles crean un diálogo intertextual y ese gesto lúdico no es mero divertimento sino que tiene un sentido pleno.

“En el juego encontramos todas las características de la aventura exaptativa. Conductas forjadas en el contexto de la supervivencia (a menudo, vinculadas a la agresión y la depredación) se desvían para ponerse al servicio del juego. Así, estas acciones se hacen formales, pura forma donde adquieren una nueva significación, un nuevo valor y se sitúan en la esfera del ‘como si’ del arte y la gracia del ‘aparentar hacer’, por la pura alegría de jugar”, razona Despret en un tramo del texto. Y redobla la apuesta: “En los pulpos, el arte del engaño (o dicho de otro modo, el arte de la ficción y el arte del juego subversivo con la realidad) pudo ponerse al servicio de otras potencias fabuladoras, como las que guían la escritura de relatos”.

O sea, a través de esta ficción, la filósofa cuestiona la idea del lenguaje como herramienta y lo propone más bien como artefacto poético, para nada utilitario. “Esta intuición original sobre la creatividad de los animales, unida a las extensas investigaciones de Despret sobre una ciencia a la escucha de las culturas no humanas, conforman el sustrato de Autobiografía de un pulpo”, aporta la investigadora vasca Maria Ptqk en la introducción española del libro. Y Emanuele Coccia, autor de la introducción francesa, asegura que Despret combina disciplinas diversas (de hecho, también es psicóloga y profesora en la Universidad de Lieja) para crear una especie de “etnografía de lo no humano”, en la que intenta “releer e imaginar la ciencia como una forma de mitografía comparada”.

¿Que la nube de tinta que segregan los pulpos no sólo sirve para pasar desapercibidos y escapar de los enemigos sino que también es un medio plenamente expresivo? ¿Qué además escriben sobre ellos mismos porque sí es posible que estos animales tengan alguna idea de trascendencia y sentido comunitario? Si las hipótesis son legítimas, la tinta le sirve a los pulpos no sólo para ocultarse sino también para crear escribiendo junto a otros. No es casualidad que Despret, siguiendo la estela de Spinoza y Deleuze, recurra al afecto como una trama que lejos de ser decorativa, es inherente a la existencia de cualquier especie.

En los tres “récits d'anticipation” (para citar el subtítulo en francés del libro, traducido como “relatos de anticipación”), ella reconoce el “valor expresivo y simbólico de muchas construcciones animales” al igual que sus colegas y amigas Donna Haraway e Isabelle Stengers, desde las telas de araña hasta los nidos de pájaros tejedores; desde monumentos funerarios hechos por ciertas ratas a las esculturas efímeras de una peculiar liturgia del duelo en los cuervos de Hawai; desde los caminos construidos por termitas, hormigas, tejones y ratas topo hasta las pinturas rupestres en relieve de murciélagos en las cuevas lindantes al río Gardon. La función literaria y simbólica prima sobre la meramente argumentativa. Y da paso a la poesía, el género por antonomasia que plantea la indagación de lo particular.

Hace un tiempo, esta cronista tuvo un intercambio con Despret vía mail donde ella comentó: “Creo que al seguir a los científicos que hacen cosas apasionantes, aprendemos que las generalizaciones son con frecuencia demasiado rápidas, y que lo que es demasiado rápido es a menudo empobrecedor y de mal gusto. La atención a los detalles, a lo que cuenta para tal o cual ser que usted quiere conocer, produce saberes tan interesantes, saberes que nos tocan o nos maravillan tanto, que la cuestión de las generalizaciones aparece siempre como algo prematuro”. Y agregó: “Creo que las ambiciones de generalización son a menudo la consecuencia de una voluntad de teorizar todo, de obtener un relato bien unificado, y finalmente no están tan alejadas de la voluntad de control. No rechazo las generalizaciones en nombre de un principio (que sería forzosamente general, lo cual no carecería de ironía), sino porque lo que sucede en la experiencia de saber antes de la etapa de generalización es apasionante y demuestra que hay todavía muchas cosas que demandan una atención precisa y sostenida”.

Allí donde los relatos de Autobiografía de un pulpo pueden parecer digresivos, en verdad hay una auténtica indagación de la escritura de los pulpos o de los comportamientos singulares de otras especies como joyas arqueológicas que se van exhumando y que nunca emergen por completo. Sin embargo, Despret jamás pierde el foco de lo que está contando. Apelar a zonas menos transitadas, atajos, hibridaciones se transformó para ella en un estilo que no siempre fue bien mirado por la academia, algo parecido a lo que le sucedió a la ciencia ficción en sus orígenes plebeyos. En ese sentido, la filósofa afirma: “Para mí, la urgencia es cultivar la imaginación. He aprendido de los antropólogos que lo que nos parece evidente, lo que parece que no puede ser de otro modo, puede ser cuestionado por el encuentro con seres muy diferentes. Es uno de los temas de la buena ciencia ficción: desfamiliarizarnos con las evidencias”.

Así que este libro no sólo es relato de anticipación porque vislumbre zonas que la ciencia muy probablemente transite en los próximos años. Autobiografía de un pulpo también amplía los territorios para la comprensión de la otredad a través de un legado escrito. Y en ese tránsito, la escritura abandona su condición instrumental para convertirse en generosa huella donde lo humano y lo no humano buscan sus propias formas de trascendencia.