Los dibujos del artista ya no tan secreto Aníbal Brizuela (Lanús, provincia de Buenos Aires, 1935) tienen una sorprendente semejanza con los kamea, los cuadrados numerológicos cabalísticos. Parecen revestir también la misma función mágica protectora de talismán ante peligros invisibles. El parecido se extiende a los textos que Brizuela inscribe en sus dibujos, en una tipografía artesanal de estilo flamígero que asemeja las letras a caracteres hebreos. Las dibuja poniendo mucha "fuerza", mucha energía. La magia, sabemos, se alimenta de energía. La geometría de las formas abstractas de Brizuela suele seguir una lógica compositiva de concatenación o de cierre que es propia del sigilo. El sigilo es el trazo de poder que se diseña a partir de un cuadrado mágico: no puede cortarse, tiene que ser continuo para invocar con eficacia algo de lo divino. De nombres casi sagrados o provenientes de un ámbito misterioso se trata en ambos casos. Sólo que es muy poco probable que Aníbal Brizuela, habiendo residido medio siglo en una colonia psiquiátrica, conozca los kamea.

En el marco de las Leyes de Salud Mental, y gracias al empuje de quienes lo ayudaron a hacer lazo con el afuera, hace cuatro años la institución que lo alojaba puso fin a la condena del inocente artista. Brizuela ya no tiene que pedir permiso para ir a las inauguraciones de sus muestras en galerías y ferias de arte de Rosario y Buenos Aires, ni para encontrarse con sus pares artistas sobre cuyo arte influye. Hoy habita su propia vivienda asistida en el pueblo de Oliveros. Está en su casa. Ahora tiene también su propio libro. El sábado pasado, la editorial rosarina Iván Rosado le presentó Espíritu que vuelve. El libro fue editado con apoyo del programa Espacio Santafesino del Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia de Santa Fe.

Además de una selección a todo color de sus dibujos, una breve biografía y fotos, Espíritu que vuelve incluye textos de Fabiana Imola, Karina Bustos, Claudia del Río y el propio artista. Imola, hoy curadora de su obra, dirige el taller de arte del Hospital Abelardo Freyre en Oliveros y cuenta cómo lo "descubrió" en 2003 como artista. "La obra para él eran mensajes que daba, una comunicación en una suerte de jeroglíficos", recuerda. Karina Bustos, curadora legal de Brizuela, formó parte como psicóloga del equipo que lo atendió en el hospital. Lo describe como "protector de las personas que lo rodean, amante de los animales y los niños" y alguien que transmite mensajes de un enigma a descifrar, con la explícita intención de que circulen. La artista Claudia del Río lo define como "poeta y dibujante" y lee en los escuetos textos de Brizuela "una novela por goteo", que su autor dibuja con una radio en la oreja en una "paleta birome" sin amarillos.

Palabras de diversas tradiciones místicas, arquitecturas fantásticas, breves frases, el título de un documental sobre él (Tanke Papi) o los nombres de sus seres queridos se mezclan en su obra con los vocabularios de la ciencia ficción, la conspiranoia y la historia argentina. Conviven con una iconografía popular esquemática de rostros, cruces, armas, corazones, calaveras. "Yo sé descifrar las formas pero tienen miedo", escribió Brizuela en el taller de escritura que coordina Hernán Camoletto en Oliveros. Y también escribió allí: "En la colonia nadie ve el templo pero a veces baja y yo entro".