En el mundillo tecnofinanciero aman la palabra "disrupción" que, según la Real Academia Española, significa "rotura o interrupción brusca". A los norteamericanos les gusta llamarlos "game changers", es decir, novedades que cambian las reglas del juego. Son términos que se utilizan, muchas veces a la ligera, para vaticinar tecnologías que afectarán profundamente la economía, la sociedad, la política y los hábitos cotidianos. Internet, así como la web, las redes sociales o el celular inteligente, son algunas de ellas.

Subidos a esa tradición, muchos auguran nuevas tecnologías que tendrán, supuestamente, efectos disruptivos. Sin embargo, solo una vez que baja la espuma marketinera y la nueva tecnología permea a la sociedad se definen sus impactos reales: lo que se prevé mirando la tecnología, es solo un tanteo a ciegas de lo que termina ocurriendo. Como las nuevas tecnologías necesitan inversores y ruido para instalarse, las posibilidades de que haya más humo que fuego son muchas.

Así como algunos medios intentan instalar que blockchain o la Web3 son disruptivas, poco y nada se menciona sobre esos temas en una conversación con amigos. Algo distinto está ocurriendo con la Inteligencia Artificial (IA), en particular con aquella que se ofrecen a los usuarios, como ChatGPT, GPT (en sus distintas versiones), MidJourney, Dall-E u otros servicios que permiten a millones de usuarios en el mundo experimentar con ella.

ChatGPT

GPT , sigla en inglés para Generative Pre-trained Transformer, es la tecnología estrella del momento y acaba de lanzar su versión 4. Es un modelo de lenguaje autoregresivo desarrollado por OpenAI, una empresa que hasta hace unos años era una fundación sin fines de lucro en un intento (¿fallido?) por democratizar el acceso a la IA. Actualmente tiene límites - muy altos- para sus ganancias y a Microsoft como principal inversor. 

Como se explicó en este suplemento, la IA, no es inteligente: repite lo que ve y lo combina con una sorprendente coherencia por fuerza de la estadística y gracias a la cantidad de datos acumulados y procesados para encontrar patrones. Tampoco es una tecnología nueva, se usa desde hace años. La utiliza el algoritmo de búsqueda de Google, planteado en un paper de 1998, y es un ejemplo que explica en parte que la empresa sea lo que es hoy. ¿Si ya existía, por qué tanto revuelo ahora? La razón es que se liberó ChatGPT, entre otras herramientas, para que cualquier usuario pueda hacer sus pruebas y también una API (Application Programming Interface) de bajo precio que permite acceder el recurso a nivel profesional para entrenarlo y dar servicios específicos con interfaces propias.

Charlas de amigos

Es cada vez más frecuente escuchar a alguien que usó ChatGPT u otras herramientas de IA liberadas. Se usa en múltiples actividades: hay quienes la aprovechan para vencer el miedo de la página en blanco y le piden un borrador con extensiones y características de un tema determinado, el resumen de un trabajo que aún no escribió o las principales fuentes que debería tomar en cuenta. También la utilizan quienes trabajan haciendo subtítulos de series con buenos resultados y en segundos. Un diseñador pide a una IA que le haga bocetos de un dibujo, un mueble o una publicidad. Un productor audiovisual utiliza un sitio en el que sube audios para que les saque los ruidos de fondo. Los docentes ven que sus alumnos utilizan ChatGPT para los exámenes y planean cómo cambiar los métodos de evaluación.

Al intentar despejar el humo y reconociendo la dificultad de hacer pronósticos, no es arriesgado prever que uno de los campos más afectados será el del trabajo. Cierto tecno-optimismo asegura que toda tecnología disruptiva eliminó trabajos, pero creó otros. Pero ninguna innovación define sus efectos en el vacío: en el mundo crecientemente desigual actual los trabajos nuevos se crearán en empresas dedicadas a eliminar trabajos ajenos; y se ubicarán en el norte global, según explica el ingeniero y especialista en tecnología Tomás Pueyo. Los desplazados del tercer mundo deberán moverse a áreas mal pagas que ni siquiera justifiquen la implementación de IA por una cuestión de costos. Es decir que el resultado será un crecimiento de la desigualdad.

¿Podría ser distinto? Vale la pena insistir: la tecnología no lleva inscripta en sí misma las consecuencias de su uso. Llega a un mundo en el que los aumentos de la productividad son apropiados por una elite, generalmente ubicada en el norte global. El sueño de aumentar la productividad para aumentar el bienestar y el ocio de los trabajadores, hace tiempo que es una utopía lejana.