Desde Río de Janeiro
Poco antes de llegar a China el miércoles de la semana pasada, Lula da Silva celebró los primeros cien días de su tercer mandato como presidente de Brasil.
El viaje debería haber ocurrido hace un mes, pero tuvo que ser postergado porque Lula contrajo una neumonía.
Pero principalmente trajo la reiteración de haber devuelto a Brasil al escenario internacional, luego de cuatro años de aislamiento a raíz de las actitudes del desequilibrado ultraderechista Jair Bolsonaro en la presidencia. China, principal aliado comercial del país, ha sido insistentemente agredida por el entonces presidente.
Los primeros cien días del nuevo gobierno de Lula consistieron principalmente en la reanudación de viejos programas de sus mandatos anteriores y que fueron desmantelados por Bolsonaro.
Así, “Más Médicos”, “Mi casa, mi vida” y el “Bolsa Familia” fueron sacados del olvido e implantados otra vez.
Hubo especial énfasis en la cuestión ambiental y en la defensa y protección de comunidades indígenas duramente atacadas por invasores ilegales de sus territorios, siempre bajo el incentivo, cuando no del amparo, del gobierno anterior.
También hubo anuncios importantes relacionados al escenario económico, y se anticiparon otras medidas que se pretende implementar.
Pero al mismo tiempo esos cien días confirmaron que el principal obstáculo y desafío de Lula está en el Congreso, especialmente en la Cámara de Diputados, dominada en partes iguales por conservadores, reaccionarios y parlamentarios cuya obsesión en apoderarse de robustos manojos del presupuesto.
En el Senado el cuadro es más equilibrado en favor del gobierno, pero las dificultades entre diputados son evidentes y palpables.
Lula distribuyó ministerios entre partidos de derecha calculando que con tal iniciativa obtendría el respaldo en el Congreso, especialmente en la Cámara, pero surgen cada día indicios nítidos de que el juego no está definido.
Frente a varios ministerios concedidos a la derecha los directivos de los partidos dicen que se trató de una indicación del presidente y, por lo tanto, no hay compromiso de respaldo a iniciativas del gobierno.
El escenario exige toda la reconocida capacidad negociadora de Lula, pero permanece envuelto en nieblas.
En su pronunciamiento relacionado al periodo el presidente fue enfático. Entre muchas otras cosas dijo que “empezamos por lo necesario, para hacer lo posible y alcanzar sueños que hoy pueden parecer imposibles”.
Un dato importante del periodo: el cambio drástico de la situación de los militares.
Bajo Bolsonaro se hicieron, tanto retirados como muchos de los activos, cómplices del cuadro de degradación generalizada que sofocó al país. También engordaron de manera radical sus ingresos, gracias a prebendas ofrecidas por el gobierno.
Ahora Lula trata de volver a profesionalizar a los uniformados, y muchos responden a denuncias en la Justicia y están bajo riesgo de ser penalizados.
Ver a generales interrogados por la Policía Federal sobre sus vínculos con los golpistas incentivados por Bolsonaro es uno de los impactos de esos cien días. Y saber que están bajo la Justicia civil y no los tribunales militares seguramente es otro.