Llanura. Veámosla extenderse enorme, todavía sin alambres ni veneno de Monsanto, puro porvenir atrás de Roca lo de ahora. Entonces no, el campo un todo futuro para Fierro y Cruz, es el final de “La Ida” y avanzan con los pingos bien juntitos yendosé para los indios. Escuchemoslós hacer planes como cualquier parejita: “Fabricaremos un toldo, / como lo hacen tantos otros, / con unos cueros de potro, / que sea sala y sea cocina.”

Y así cruzan la frontera, charlando lo más contentos y a los besos. Cierto que por la interpósita boca del porrón de ginebra, pero no por eso menos enamorados en “una de esas uniones homosexuales con instintos coartados en su fin como llamaba Freud a las homosexualidades sublimadas de macho a macho”, escribe María Moreno en su Black Out. A lo mejor tiene razón Moreno y el texto habla de putez reprimida. Y a lo mejor no y lo que hacen los versos es sugerir lo que no podía ser escrito. Esta hipótesis me gusta más y creo que el amor que Fierro manifiesta -“caí como herido de un rayo / cuando lo vi muerto a Cruz”- la habilita y cierra mejor con lo del secreto. Que viene muy bien para hablar de Machos de campo (Editorial Baldíos en la lengua) de Cristian Molina. Ya las tejimos a estas locas y sus chongos con el poema insignia nacional; el apellido del autor y la materia de estos cuentos se tejen solos con Manuel Puig: porque en Machos de campo hay un pueblo de mierda del que se quiere huir y hay miedo, mucho, de que se sepa y se comente lo que todos saben o van a saber en algún momento pero no van a decir de frente. Pueblo de mierda más secreto da chisme. Con estos tres hilos modulados en muchas voces comienza a tramarse el tejido de Machos de campo. Pero hay más: en el pueblo de mierda están la má, el pá, un quiosquito, un vagón tetera, el chico que se viste lindo -una Boy George de ciudad sojera-, el Pupi, un gordo de bombacha rosa, un discapacitado atropellado por amor, muchas ganas de irse, miedo a la horda si la horda se entera, ruta, camiones y, como apariciones, como sirenas macho, camioneros. Van y vienen de cuento en cuento, no se quedan quietos los personajes de Molina, no se resignan a la autonomía que el género le suele adjudicar a sus criaturas. 

Machos de campo es un libro de cuentos que es una novela que es un libro de cuentos que se trama en tradiciones como la de Puig y en alguna medida la de Hernández, que no son las más transitadas hoy. No cultiva el cuento a la norteamericana Molina: tiene don de lengua, un exceso que borbotea de placer, una demasía lujuriosa su lengua. Tampoco el cuento con remate, ese que gusta de resignificarse en las últimas líneas. Cultiva una línea de cuento que tiene pocos adherentes entre nosotros y que es una alegría leer porque están muy buenos y porque siempre da alegría el que prueba otra cosa. Menos frecuentada aún la costumbre de firmar con heterónimos. Molina lo hace, en esta oportunidad es Puber con P. Por último: Machos de campo, viene con bonus track. “La Boyita”, uno de la última serie de relatos de Cristian, uno que en vez de cerrar el libro lo abre y deja claro que este escritor que arrancó con machos como sirenos de ruta y pueblos de mierda y locas encantadoras no para y sigue creciendo y escribe cada vez más hermoso. Con este párrafo me despido porque creo que después de leerlo no van a necesitar nada más que encontrarse con el cuento entero: “En un momento, se paró frente a mí, de espaldas al río. Sus lentes en mis lentes y, cada tanto, disimulaba mirando atrás, allá, sus reposeras. Se acomodó la verga con descaro, pura provocación, y volvió a darme el culo en la cara. Avanzó hacia el río, sumergió los pies, jugando en la orilla, y un cardumen de dorados, posta, parece increíble, pero así fue, saltó más allá del límite de las boyas de profundidad. Agitaron de tal manera el agua, que crearon un oleaje intenso. La gente hizo un gran ¡oh! ante la sorpresa por los peces que brillaron amarillos en el aire. Eran tantos, pero tantos, que el show duró minutos enteros, a los saltos, unos detrás de otros como delfines en la corriente marrón.”