¿Cómo le va, lector, cómo anda? ¿Bien, mal, masomeno?  “¿Mejor no hablar?”, “¿Mal pero acostumbrado?” “¿Estamos mal pero vamos bien?” “¿Como el tujes?” “¿Como en el 2001 uno pero todavía no nos enteramos?” “¿En LEBACS?”

Bueno, lector, usted sabrá como le va, o quizás no lo sepa. En esta columna nos la pasamos diciendo que existe una especie de “fiebre mediática”, por la cual, las personas en lugar de ponerse el termómetro, encienden la tele, o la radio, o la compu para saber algo de si mismos. Dicho todo esto con todo nuestro cariño hacia usted, lector, y también hacia su cuñado neoliberal que estaba leyendo de ojito y hace unos párrafos salió corriendo a cambiar sus LEBACS por “verdes”.

El dólar esta subiendo, lector, y la verdad, esta bajando. Quiero decir, la cotización de la verdad, que en alguna época solía ser, o al menos tener, algún valor, se ha perdido. Hubo un tiempo, dicen, porque tal vez tampoco era cierto, en el que, el que se pudiera comprobar algo, saber si algo era cierto, le daba a ese mismo algo un valor mayor. 

Para explicarlo más simplemente, parece que antes primero se vendían los billetes de lotería, y después se sorteaba el premio. Ahora en cambio, primero se sortea, y luego “los amigos y allegados” se encargan de comprar los billetes premiados, y de venderles el resto a la ingenuidad popular, que no es que sea taaan ingenua tampoco. La gente., hoy en día, compra los billetes sabiendo que no van a ganar, por costumbre, hábito, u obligación.

O por tradición.

Y le echan la culpa de la situación a lo que estaba antes. “Durante doce años les hicieron creer que las loterías se sorteaban de verdad” podría decir González Cara, sin que se le caiga la fraga de vergüenza.

“La culpa la tienen los que estuvieron antes”, suelen decir, “los que están siempre”, a veces a la vista, otras veces, agazapados, pero usted y yo sabemos, lector, que la manija no la largan jamás.

Hace unos 80 años, nos decía Discépolo que aunque el mundo fue y será una porquería, este siglo XX es un despliegue de maldad insolente, ya no hay quien lo niegue”. Querido Discépolo, en el este siglo XXI ya hay quien lo niegue, lo mienta y lo desmienta, porque este siglo XXI es un despliegue de posverdad indolente (e insolente, e insolvente).

Digresión, licencia poética: del mismo modo, Gardel, que en la década del 30 cantaba apesadumbrado “Volver, con la frente marchita”, podría ahora, en un arrebato de optimismo progresista, cantar “Vamos a volver, con el Frente y la Marchita”.

Volvamos adonde estábamos. Decíamos que los poderosos suelen ser siempre los mismos, o parecidos  que se saben esconder cuando eso les conviene, y también mostrarse obscenamente si creen que favorece sus intereses o capitales. 

En la República Argentina existía una mala costumbre: los poderosos, para mantenerse, o tener todo el pode, recurrían  a la violencia, o a simplemente negar la existencia del resto en tanto personas. Así, primero solamente votaban los mas ricos, luego, sólo los varones, y muchas veces no votaba nadie, porque interrumpían con violencia los periodos democráticos y listo. Eso sí, les ponían nombres un tanto rimbombantes y poco coincidentes con sus verdaderos propósitos: 

El “fraude patriótico”, tan patriótico que Argentina decía ser “ una perla de la Corona Británica”. La “Revolución Libertadora” que “liberó” a los trabajadores de sus derechos y sus mejoras sociales. La “Revolución Argentina” que no revolucionó, sino involucionó y dejó al país sin gran parte de sus excelentes científicos y profesores. Y el tristemente conocido “Proceso de Reorganización Nacional” (AKA: la dictadura genocida)  que “reorganizó” al país, quitándole decenas de miles de sus habitantes, sus industrias, sus jóvenes, etc.

Después, en vez de disfrazarse de militares y dar golpes, se disfrazaron de políticos, y se dieron el lujo de asumir con la camiseta peronista      (1989) y la radical/progre (1999),

Y ahora, cuando ya creíamos que no tenían manera de regresar, que ya estaban afuera, que “se les terminó”, volvieron, y como ¿cómo? ¡ganando las elecciones con su propia camiseta, pero echándole la culpa a los demás de todos los males que ellos mismos nos achacaron a lo largo de la historia.

Lo que dijeron no es cierto, pero como gran parte de la gente les creyó, funcionó como si fuera cierto.

Esa “mentira que funciona como verdad” ya tiene nombre propio, se llama “posverdad” y se usa como si fuera inocua, como si no hiciera daño el sólo concepto,  la sola aceptación de este término nefasto. Es tan mentiroso como el de grieta, falsa excusa creada por un exitoso marketinero que se dice periodista. 

Acá no hay grieta, lo que hay es que hace visible una división que siempre existió. Y antes de que se me acuse de discriminador (eso también está de moda), diré que sí, lo soy, en el buen sentido del término. Sigo creyendo que una cosa es dedicarse al periodismo, y otra al marketing. Respeto ambas profesiones, pero cada cual en la suya. De la misma manera que respeto a los proctólogos, pero no los consulto cuando me duelen las muelas.

“Miente, miente, que algo quedará” decía el nefasto Goebbels, ¡Y vaya si quedó! No solamente quedó, sino que en algunos sectores no tiene mala imagen, y parece que no le va a ir del todo mal en las elecciones, aunque aun no lo sabemos.

¿De que otra manera, si no  con la “mentira que si pasa, pasa” se pueden entender la permanencia en cartel de una serie que engañó al público de casi todas las edades, sexos, creencias, razas e ideas filosóficas? Nos mienten tanto, pero tanto, que la única manera de no reventar de tanta mentira es creyéndoles.

De todo esto trata este suplemento.

Hasta el sábado, lector.

@humoristarudy