Estaba cerca de los 40 años. Su pareja se había resquebrajado. Tenía una hija de apenas días y un varón de año y medio. Se sentía muy sola donde vivía, un pueblo llamado Carpintería, próximo a Merlo, en San Luis. No conocía a nadie y había llegado allí más siguiendo los pasos de su marido que por decisión propia. En medio de una crisis emocional, Brenda Fabregat, actriz y bailarina, entendió que tenía dos caminos: la depresión o la escritura catártica. “Escribo o me muero”, pensó. Eligió la segunda opción y comenzó a publicar un diario personal en las redes sociales. Una de sus lectoras más ávidas era la directora Eloísa Tarruella. Enamorada de los textos, le propuso convertirlos en un unipersonal. El resultado es la comedia El mundo en mis zapatos, que estrena hoy a las 22.30 en Pan y Arte (Boedo 880).

No se trata de un stand up, aunque toma de él algunos elementos y los mezcla con los de la comedia física e incluso los del teatro dramático. Fabregat y Tarruella definen a la obra como un biodrama en el que aparecen varios personajes, fundamentales en la historia de la protagonista. “Tratamos de hacer una selección de los sucesos reales, de agarrar lo más interesante y jugoso”, cuenta la directora a PáginaI12. Al conversar con ambas artistas, da la sensación de que se trata de un material que no podría haber sido dirigido por otra persona. No solo por la mirada coincidente, sino también por el pasado compartido: se conocen desde muy chicas, por sus padres, ambos periodistas. Brenda es hija de Aquiles Fabregat, pilar de la revista Humor; y Eloísa, de Alejandro Tarruella, que escribió en las páginas de aquella publicación.

Fabregat es actriz, humorista y bailarina. Se formó con Julio Bocca y Ricky Pashkus. En actuación, con Noelia Rufat y Walter Ripel. En teatro protagonizó Qué vida de mujeres y el infantil Maravillas de chicos.com e integró el elenco de Cabildo Abierto. En TV participó de Entre caníbales y Cita a ciegas, entre otros programas. Tarruella es dramaturga, actriz, directora teatral y cineasta. Ha estrenado las obras Amorar, Los amantes del cuarto azul y Anaïs. En cine, presentó Gené en escena y El objeto de mi amor y está filmando su tercer largometraje, Bailar la sangre, adaptación al flamenco de Bodas de sangre, de Federico García Lorca.

“La comedia no surge de momentos felices. No se concibe el humor sin drama”, define Fabregat. “A mí el humor me salvó la vida. Desde chica. Mis viejos vivieron momentos terribles en la dictadura. A mi viejo lo perseguían acá y en Uruguay. Siempre, todo su abordaje fue desde el lado del humor. Incluso cuando de grande se enfermó. No lo podías entender: lo veías hecho bosta, muy enfermo, haciendo humor desde esa condición. Roto. Así que es algo que aprendí en casa: transformar el dolor en humor. Es un buen remedio”, expresa la actriz. De algún modo, ésa es la filosofía que transmite El mundo en mis zapatos: una situación difícil de atravesar se terminó convirtiendo en arte.

Para Tarruella implicó un desafío dirigir un unipersonal, porque venía trabajando “como mínimo” con dos actores. Este espectáculo, además, es bien distinto al último que estrenó, un drama erótico sobre la vida de Anaïs Nin. “Yo me cagué en las patas, no voy a decir que no”, admite, entre risas, Fabregat. Es que éste es su primer trabajo en soledad. Los ensayos fueron “intensos”, coinciden, por el hecho de que la obra trata de la vida real. “Siempre expuse hasta lo más terrible que me pasó. Tiene que ver con que puede haber otro que está pasando por lo mismo o por algo parecido, y necesita escuchar eso para tomar coraje. Está bueno compartir los dramas de uno. Porque inevitablemente son los de muchos”, asegura la bailarina.

El mundo en mis zapatos pone en el centro de la escena a una mujer de 40 años del siglo XXI, que atraviesa vicisitudes típicas de la edad y de la época. “Además de estar bien escritos y de tener un humor tan particular, los monólogos abordan temas universales. Todos nos podemos sentir identificados con lo que le pasa a Brenda”, sostiene la directora. Deseos versus mandatos, amores fallidos, redes sociales, el papel de tías y madres, el primer beso y la maternidad aparecen en reflexiones y anécdotas que va recorriendo el personaje: una mujer en la víspera de una Navidad que poco tendrá de festejo. Ella prepara una cena solitaria. Su marido la dejó y sus dos pequeños hijos pasarán la noche con el padre.

“El personaje de Brenda se construye como un caleidoscopio a través de la mirada de los otros y de la propia. Navega para indagar en su universo más íntimo”, resume la directora. “A partir de los 40 años una reconstruye su vida. Empezás a preguntarte un montón de cosas, porque empezás a ser ‘medio vieja’. Se me ocurre que todas las mujeres de 40 se plantean una cosa así. Todos los días me planteo qué hago con este tránsito de los 40 en adelante, con lo que me queda”, dice, por su parte, Fabregat. El fracaso parece ser uno de los grandes tópicos de la propuesta. “Retroceder es mi especialidad. No sé por qué motivo en mi vida siempre retrocedo. Lo digo en la obra. Mis fracasos siempre me llevan a pensar en que los repito. Repito conductas y vuelvo a relacionarme con personas que me llevan al mismo tipo de fracaso. Doy un paso adelante y dos para atrás. Medio para adelante, tres para atrás. Salvo ahora que estoy avanzando”, reflexiona la actriz, y grafica esta idea con sus intentos de dedicarse a otra cosa. Empezó a estudiar Odontología, pensó en cambiarse a Psicología, mientras trabajaba en un estudio contable. Hasta que la madre de Tarruella le preguntó: “¿qué hacés, vos, Brenda, en una oficina?”. De chica se formó como bailarina clásica, pero abandonó porque el ámbito le resultaba “muy exigente”.

“En las redes había una respuesta copada a estos textos escritos desde la tumba. Pero no imaginé que Eloísa me iba a proponer hacer un unipersonal”, dice Fabregat. Tarruella la elogia: “Teníamos un texto sólido, pero dimos pie a la improvisación y jugamos mucho con lo físico. Brenda tiene mucha cancha con el cuerpo, es muy buena improvisando y aprovechamos su naturalidad”. Las unen la admiración mutua, el pasado común, una mirada compartida y una certeza: el arte, entre otras cosas, salva.