¿Cuánto tiempo se necesita para contar toda una vida? Tintorero es la historia de César Arakaki, hijo de japoneses que llegaron a estas tierras huyendo de la Segunda Guerra Mundial, que está a la espera de la revisión de su condena a tres años y cuatro meses de prisión por intimidación pública y atentado contra la autoridad acusado de agredir a un policía en la movilización que buscó resistir la reforma previsional del gobierno de Mauricio Macri a fines de 2017. A partir de ese hecho, Iván Moschner escribió esta obra a la que el propio Arakaki le pone el cuerpo para, en el tiempo en el que se tarda en preparar un arroz, contarle a su hija su historia, su militancia, sus deseos y sus temores. “Para la obra nos interesó el conflicto en sí y un actor metido en ahí. Hay una ficción que tiene sus funciones en una sala y al mismo tiempo está sucediendo aún el conflicto que le dio origen. Hay una sintonía temporal”, afirman a Página/12 sobre la obra, que puede verse los sábados a las 22.15 en el Teatro Paraje Arteson (Palestina 919).

“No es panfletaria pero tiene una posición claramente política”, se plantan actor y autor. “Nuestra politización es resabio de nuestra cotidianeidad, de conciencia de clase”, reflexionan. Es la lucha política tramitada a través de la poética del arte: Tintorero comienza con la experiencia de la reclusión de Arakaki en el penal de Marcos Paz, y desde allí se despliegan una serie de capas narrativas en las que el personaje cobra otra densidad: la historia de sus padres y sus padecimientos en Okinawa por la guerra, cómo se conocieron ya en Argentina, sus hermanos, su compromiso político, su herencia cultural, sus amores, sus frustraciones y esperanzas. Una existencia normal que debe enfrentar situaciones extraordinarias. Moschner asegura que el texto, resultado de varias conversaciones con el protagonista “tiene datos reales”. “La estructura narrativa y el guion son ya ficción. Entonces, ahora lo que está expuesto no es su vida, sino en su actuación”, aclara.

Máscara que se parece mucho a lo real, Arakaki pone el cuerpo sobre el escenario y contenido a la historia que está desarrollando ante el público. Una especie de biografía teatral desplegada por su protagonista, que todavía no terminó de escribirse. El actor dice que su historia “es particular” y ríe, pero no siente una exposición excesiva en representar su propia vida. “Pienso que el actor tiene que estar expuesto. Todo el tiempo lo está. Sí fue raro al principio, tengo momentos en los que me acuerdo de todo lo que estoy contando y al mismo tiempo estoy actuando... Pero me siento muy bien, estoy feliz con el resultado que está teniendo la obra”, se entusiasma. Hijo de japoneses que pusieron una tintorería (“Si quieren saber por qué los japoneses abrían tintorerías que vengan a ver la obra”, bromea), la propuesta es enmarcar una vida como la de cualquiera que pelea para que el mundo sea menos injusto cada día. “La idea era que mucha gente sepa quién es esta persona, que tiene familia, qué hace de su vida...”, explica.

-¿Hay algo de la cultura japonesa que creés que te haya llevado a militar políticamente? Desde el título hasta el lugar que ocupa el arroz o algunos elementos en el desarrollo de la obra le dan centralidad a esa tradición.

César Arakaki: -A mí siempre se me viene la palabra “justicia”. Mi viejo siempre decía “vamos con lo justo”, y mi mamá que tenemos que ayudar. De ahí fui mamando, y me interesó mucho la historia de Madres de Plaza de Mayo, su lucha. Dentro de la colectividad japonesa, los nikkei (hijos de japoneses que nacimos en Argentina), hay 17 desaparecidos durante la dictadura cívico-militar. La mayoría militaba en partidos de izquierda y el peronismo. Yo no viví la dictadura pero me tocó atravesarla, soy del 75. La política siempre me interesó. Empecé a ir a marchas de las Madres, me involucré y me metí más en el clasismo. Mamé mucho de la militancia, todavía sigo aprendiendo porque soy un militante activo, y me gustaría que esto cambie de alguna manera.

Iván Moschner: -Hay un tiempo suspendido entre el comienzo y el final de una obra, y estamos todos en ese rato donde no es el tiempo real. Por eso se muestra el arroz crudo, se explica... Hay un proceso, pero tiene que ver con atraer la atención del espectador hacia el tiempo. No es el tiempo real, hay un tiempo de narración. Tiene que ver con el ritual de la comida para los japoneses, y de la importancia de la comida, de la nutrición, en la totalidad de la obra. Y el arroz como salvación en la época de la guerra. Si es un trabajo como este, que trata un tema político y habla sobre la libertad de manera concreta, la gente a veces viene esperando un panfleto, el tratamiento del caso. Y acá eso no sucede.

Una escenografía minimalista propone un tono intimista en el cual el público se mete en la vida del personaje a través de sus anécdotas familiares, de los consejos de sus padres, y las reflexiones que le deja a su hijita mientras le prepara la comida. Una estructura tubular, un cuenco tibetano, dos shisa (seres mitológicos japoneses que protegen contra los malos espíritus), una cajita musical y un pote de arroz le dan soporte al trabajo de Arakaki y permiten al relato, sin un orden cronológico sino desarrollado a partir de necesidades narrativas, anclar en elementos que -como la propia historia- pertenecen a su protagonista. Una vida contada a través de palabras y objetos que hacen a ese recorrido, y establecen vínculos con ese universo teatral que imagina otros mundos posibles.

A Arakaki le habían ofrecido hacer una probation para no ir a juicio, pero el actor y militante del Partido Obrero decidió enfrentar los tribunales porque, reflexiona, si no siente que habría sido aceptar su culpabilidad “por protestar”. En ese juicio presentó las pruebas de su inocencia (y el policía agredido desistió de continuar la querella), pero el fiscal de todas maneras sostuvo la acusación por la que lo condenaron. El 13 de abril presentó la apelación en la Cámara de Casación Penal, que debe resolver su situación: si sostiene la condena, podría volver a prisión. Al estilo del socialismo de principios del siglo pasado, encontró la manera de darle continuidad a sus luchas a través del teatro, sumándose al grupo independiente Morena Cantero Juniors. “Pienso que un artista no puede vivir en una burbuja. Iván recién decía que se está cayendo todo a pedazos y hay sectores a los que no los está tocando. Yo camino por la calle, voy al teatro, hago la vida que hace cualquiera y veo que hay mucho para cambiar”, concluye Arakaki.