El verbo “especular” se cortó solo en el culto a la conveniencia, y lo que se dice en los pasillos es que el estado de bienestar que planteara la posguerra pretende una alianza con los verbos analógicos.

Es allí donde surge la batalla de los verbos que pretenden ganar la digitalización de nuestras emociones.

Hoy vivimos el idilio por una solución inmediata a la frustración de lo que no poseemos en la cultura del tener. Eso nos hace anular acciones que hasta hace poco funcionaban a transistores.

Me refiero precisamente a que está de moda aquello que ofrece un resultado fácil, y la palabra libertad se asemeja a un concepto berreta casi parecido a hacerse millonario en un día.

Por ello el proceso creativo de las mentes que construyen romanticismo en la practicidad, necesita actualizar la acción monumental de extrañar.

Hace unos 30 años, en la década fría, asomaba “El lado oscuro del corazón”, en un film del director argentino Elíseo Subiela. En esta película, con poesía de Oliverio Girondo, se anticipaban los conflictos de la soledad que trajo la tecnología de hoy.

-Tengo una soledad de infinitos carteles-, decía el actor Darío Grandinetti interpretando la obra del escritor uruguayo.

En estos tiempos lo podríamos describir de un modo similar, según un comentario que me hizo el técnico de la Commodore 64, que cuida los autos a la salida de una parrilla de la Ricchieri en San Justo.

Apenas salí del copetín al paso lo vi y me saludó con ganas de hablar. Sin preguntarle nada me dijo: -Hoy la soledad es de infinitas pantallas-.

Me quedé pensando en otra cita de Girondo en la película, donde Nacha Guevara deslumbra interpretando a una muerte encantadora. Dice el protagonista: -Mi esperanza está llena de terrenos baldíos-.

Algo de esa época vacía de profundidad emocional, me conecta en velocidad 5G con esta actualidad.

Debe ser que la soledad concurrida, de la que habla Oliverio, tiene relación con la precipitación de un romanticismo líquido y con la demanda de resultados instantáneos.

Aquello de no conseguirlo todo en lo inmediato, nos aniquila el corazón analógico y nos exige emociones digitales para seguir acompañado.

Por ello aparece también un debate que es difícil permitirse, pero la tecnología lo ha logrado.

Ya el verbo “extrañar” quedó viejo porque todo está al alcance, y si no lo está, se puede componer.

Por ejemplo; tu foto de niño, hoy se convierte en un video en el que apareces hablando. Esa es la tecnología espacial de hoy.

Recordé una entrevista con la gran iluminada de las rancheras, que en plena era analógica, dijo algo que me resonó en la eternidad digital.

Como una adelantada a su tiempo, la declaración de Chavela Vargas asumía la despedida a una forma de vivir y sentir.

Me refiero a “extrañar” como una sensación que se licuó en los últimos tiempos.

La tecnología nos hizo cambiar el tiempo del mundo y la posibilidad de acercarnos virtualmente. Aunque nos enfrió esa calidez de lo que no se escucha o no se ve, porque hoy todo es audio e imagen.

Hace poco, en el 128 Super Europa que quedó abandonado en la esquina de la iglesia armenia de Valentín Alsina, pudimos descubrir un tesoro. Nos conmovió el estéreo intacto y encendido.

Ahí mismo con un grupo de plomos de la banda que hace tributos a los hit de “Sábados de la bondad”, escuchamos que sonaba un viejo cassette a cinta.

Mientras la sorpresa hablaba de un brazalete de la felicidad que hacía posible no depender de nadie; por la capacidad de mentir, logramos determinar qué era contemporáneo a los 90.

En esos tiempos una versión del thriller más llegador de todos los tiempos; habló de “El Padrino”, dejaba una escena magistral: La soledad del protagonista en sus últimos años de vida.

Pese a eso no hace falta ser un capo mafia para vivir el estado de soledad en la era tecnológica.

Tal vez es el estigma de una sociedad antisocial que vive en comunicación permanente con lazos triviales.

Me quedo finalmente, en una charla de la parada del 57 a plaza Italia, en Del Viso.

Dijo el vigilador del country, al mejor estilo Ronaldinho, levantando la mano al chofer y mirando con la cabeza para el otro lado: -Saber distinguir el extrañar del querer; poseer es el dilema-.

-Claro-, pensé en silencio. Porque si bien la naturaleza de este tiempo es tener todo sin espera, el que conserva el poder extrañar, contribuye a la verdad de una realidad con cuerpo. Eso implica conectar con las emociones biológicas.

En cambio, cuando bajé en Palermo, como si me leyera el pensamiento, un terapeuta con piel blanca cadavérica me dijo que el “te extraño del chat verde” quiere estar presente para retener y comer las cabezas como un Pac-Man.

Después de horas en este mar de tiempos que no dejan rastros de pasado, presente y futuro, le busqué la vuelta a la nueva nostalgia. Las frases de atrás de las hojas del almanaque de una empresa de transporte, me dieron pie para manejarme con dirección hidráulica, en la cantidad de curvas que tiene esta época. Es como una especie de conquista para lograr la síntesis en la diversidad de información. Esa ampliación de realidades que marea y no nos deja extrañar, es la que conquistó el siglo XXI. Porque una cosa es que cada movimiento tenga concepto, y otra es que toda acción sea pura especulación.

Estos pensamientos me llevan nuevamente a la Dama de poncho rojo. Creo, que a pesar a sus tremendas penas, el logro de Chavela fue extrañar, crear y vivir en un presente pleno. Por eso, me queda siempre picando su frase: -Vivo en el ahora y no extraño a nadie-.