La flauta mágica   8 Puntos

(Singspiel en dos actos de Wolfgang Amadeus Mozart sobre libreto de Emanuel Schikeneder)

Dirección de escena: Barrie Kosky y Suzanne Andrade

Reposición: Esteban Muñoz

Orquesta Estable y Coro Estable del Teatro Colón. Dirección musical: Marcelo Ayub

Cantantes: Anna Siminska, Verónica Cangemi, Joel Prieto, Peter Kellner, María Savastano y Rafal Siwek, entre otros.

Repite el martes 9, miércoles 10, jueves 11, viernes 12 y martes 16 a las 20 y domingo 14 a las 17.

Domingo 7 de mayo Teatro Colón

La aplanadora de la ópera. Podría ser esta una manera de definir la puesta en escena que Barrie Kosky, Suzanne Andrade y Paul Barritt idearon para La flauta mágica de Wolfgang Amadeus Mozart. Concebida en 2012 para la Komische Oper Berlin, la versión del popular título mozartiano que en estos años recorrió el mundo, se repuso el domingo en el Colón. Fue la primera de siete funciones programadas, con dos elencos de cantantes.

Y lo de aplanadora tiene que ver sobre todo con la estrategia de la puesta en escena, orientada a “aplanar” la corpulencia del escenario tradicional y estamparla sobre un gran telón que es un continuo disparador de sorpresas. La historia de amor, sacrificio y sabiduría, contada como un cuento de hadas, se ubicó entre los ejes cartesianos de la gran pantalla, que como en un cine ocupaba la boca del escenario. No había fondo ni volumen, sino arriba y abajo, izquierda y derecha, con apenas cierta sensación de profundidad que daban el diseño de luces de Diego Leetz y las proyecciones con los estupendos dibujos del mismo Barritt. En ese plano, entre la iconografía del comic, la Pop Art, los videojuegos Arcade, los elefantes rosados de Dumbo y un torrente de formas más o menos simbólicas, se desenvolvía un continuo de estímulos visuales que con recurrencias precisas al cine de los años ’20 del siglo pasado, despertaba memorias y fogoneaba asombros, entretenía y entusiasmaba.

En ese trajín la puesta suprimió las típicas partes habladas características del Singspiel, sintetizando esos contenidos con la proyección de placas, en alemán y con tipografía de época, que con fondo de música de piano –Fantasías para piano del mismo Mozart–, creaba un ambiente de película muda. Del cine mudo salieron también las caracterizaciones de algunos personajes. Pamina toma referencias de Louis Brooks, Papageno evoca a Buster Keaton y Monostatos, en el original un esclavo negro, toma como referencia el personaje de Nosferatu y aparece como una suerte de vampiro, en la estética expresionista del cine de Murnau.

Si algo de nuevo tiene la puesta de Kosky y compañía es que coloca al espectador en otra perspectiva: lo pone en situación de tener que buscar nuevas combinaciones entre visión y audición. Eso hace que lo ya conocido, y querido, resulte novedoso y por querer. Así, mientras la música de Mozart pasa de lo bufo a lo solemne y de lo lírico a lo patético sin mayores complejos, en el clima abierto y distendido de una historia de amor, de distintas maneras se resignifican las referencias a la Ilustración, a los ritos de iniciación masónicos y hasta se disimula la misoginia recurrente, donde la mujer es una encantadora de temer y el hombre es conocimiento y sabiduría.

La idea del continuo figurativo y sensorial apremiaba e imponía a los cantantes, además de movimientos precisos y muy marcados, la tarea de ser parte de la trama gráfica, de habitar las imágenes, de ser embebidos por la pantalla en perfecta sincronía con las proyecciones. Incluso muchas veces a unos ocho metros del piso. En este sentido, lo de “aplanadora” tiene que ver también con el ritmo escénico, que concedía poco a los cantantes y que de alguna manera se llevó puesta la parte musical.

Acaso por las exigencias de la inmersión física que demandaba la puesta, lejos de ser memorable el trabajo musical resultó correcto. El bajo Rafal Siwek destacó con un Sarastro severo; el tenor español Joel Prieto, de buen color, compuso un Tamino eficiente; la soprano Anna Siminska, fue una Reina de la noche aceptable y Verónica Cangemi –recientemente premiada como mejor Intérprete Clásica en el marco de los premios International Professional Music BraVo Award– fue una Pamina vacilante en la maravillosa aria del Segundo acto, justo en el momento en que la escena se detuvo para escucharla. Sin terminar de definir con claridad algunas de las posibles líneas mozartianas respecto a la articulación del fraseo y el equilibrio sonoro, la orquesta cumplió con creces.

Fuera de programas

“¡¿Telerman, dónde están nuestros programas?!”, se escuchó el grito en la penumbra en el momento en que estaba por comenzar la función. El primer aplauso de la tarde fue para los que reclamaron por la escasez de programas de sala, una de las novedades de esta temporada. Los acomodadores, los primeros perjudicados por la novedad, no sabían dar alguna explicación precisa. Una lástima, porque primero como herramienta y enseguida como souvenir, el programa de sala, esas páginas con toda la información de la producción, los artistas e incluso a veces con algún comentario interesante sobre lo que se está por presenciar, es un elemento indispensable para esa institución social que es “salir al teatro”.

Naturalmente los hábitos están cambiando y es cierto que hoy es posible acceder a esos contenidos, por ejemplo, a través del celular. De todas maneras, lo que sería esperable de una casa como el Colón es que por lo menos una campaña que acompañe este proceso de cambio, lo explique y lo justifique.