En la “música ancestral” que hace Totó la Momposina suena lo africano y lo indígena; suenan los ritmos que trajo la conquista y los cantos de los campesinos de la costa caribeña; suena la gaita, la cumbia, el porro, la chalupa, el sexteto, el mapalé. Totó aprendió a bailar y a cantar esos ritmos desde muy niña, en una familia que ya traía cinco generaciones de músicos, con un padre tamborero y una madre cantadora y bailarina. A esa herencia, Totó le sumó lo que aprendió viajando de pueblo en pueblo, conociendo ritmos y bailes, e investigando el arte de las cantadoras, las mujeres campesinas que cultivan yuca, plátano o ñame en el fondo de sus casas. Más tarde completó esa formación en el conservatorio de la Universidad Nacional de Colombia y, ya instalada en Francia, en la Sorbona de París; luego en Santiago de Cuba y en La Habana.

La familia de Totó viene de la aldea de Talaigua, en el corazón de una isla en el gran río Magdalena, llamada Mompox (de ahí “la Momposina”). En el siglo XVI, las invasiones españolas obligaron a los indígenas –los habitantes originales de Mompox– a huir a los bosques más densos de la isla. Hasta ese lugar se fueron luego los esclavos fugitivos, que se unieron con los habitantes nativos. “Allí nació la música que yo hago, en la mezcla de las razas africanas e indias, por eso el corazón de la música es completamente percutiva”, explica la cantante.

Con su capacidad vocal y escénica sobresaliente, creó su propio grupo y comenzó a surgir profesionalmente a fines de la década del 60. Ya en los 70 comenzó a presentarse fuera de Colombia, recorrió América latina, Europa y Estados Unidos. En 1984, el reconocido festival Womad la “descubrió”, lo que significó su ingreso al por entonces floreciente mercado de lo que se conoce como “música del mundo”.