Fotos de Pablo Donadio y Hostal Casa Grande
La paradoja de contar con tierras áridas y desiertas ha hecho de Tinogasta, en el sur de Catamarca, todo un vergel. Humilde en el escenario de los grandes destinos nacionales, va sin embargo develando sus atributos a los cada vez más asiduos visitantes, sea con la sabiduría para la producción de vino, aceitunas y aceite de oliva, o en los senderos que atesoran una ruta donde el barro conserva la vida. Nutridas actividades de montaña, desde la escalada a la pesca, pasando por el sandboard y las termas, ofrecen a cuerpo y alma la combinación ocio y adrenalina. No en vano, y con astucia turística, dicen aquí: “Si quieres conocer Tinogasta de veras, no puedes estar menos de una semana”.
POSTAS DE AYER Y DE HOY Se estima que cerca de la mitad de las casas, que albergan unos 10.00 habitantes en el casco urbano y una cifra similar en el resto del distrito, son de adobe. Ese patrimonio, que acumula edificios centenarios, dio vida a la Ruta del Adobe, un circuito que se inicia en Tinogasta y une sus pueblos hasta Fiambalá. En cada rincón el paseo reafirma la utilidad, durabilidad y belleza de un sistema de construcción que guarda también una forma de entender la vida en estas latitudes. Su primera parada es el Hostal de Adobe Casa Grande, una antigua residencia construida en 1884 y restaurada por Rodolfo Benza en 2001, cuando llegó aquí con su familia. En plena crisis de 2001 este “chef improvisado” encontró aquí un desafío, y tal fue la pasión que le despertó el entorno que decidió quedarse. Ese hotel es hoy el punto de partida “del barro ancestral” y la parada previa de quienes intentan alcanzar alguno de los volcanes de más de 6000 metros de altura, los famosos “seismiles” entre los que se destaca el Ojos del Salado, la segunda cima de los hemisferios sur y occidental. La ruta sigue por la RN 60 unos 15 kilómetros al norte en el paraje El Puesto, un pueblito con unas centenas de habitantes y casitas que brotan como la extensión misma de la tierra. Allí está el oratorio de los Orquera, un espacio creado en 1740 como primera iglesia consagrada a la Virgen del Rosario, bajo la tradición familiar de tener rincones sagrados ante la ausencia de templos cercanos. El lugar, perfectamente conservado, no fue levantado con ladrillos de adobe sino por medio de paredes macizas de 70 centímetros, encofradas con madera y rellenas de greda, paja y arcilla. En su interior, una imagen de la escuela cusqueña de 1717 muestra a la Virgen amamantando al niño Jesús. Seguimos adelante atendiendo al destello del sol sobre los marrones del camino, y vemos cómo numerosas casas fusionan la construcción colonial con el antiguo sistema de adobe, indemne aquí gracias a las escasas lluvias. Algunas tienen más de 200 años y siguen ocupadas. El cemento también está presente y ha significado para muchos un sinónimo de progreso: sin embargo también hay casas de adobe recientes, demostración de que la cultura sigue viva más allá de los caprichos de la moda. En muchos casos, los patios de los hogares muestran sus ladrillones preparados a pala, secados y moldeados por los habitantes. Varias bodegas también aplican las técnicas de construcción que enseñaron los diaguitas, ya que proporciona un control térmico ideal.
La siguiente parada es la iglesia de Andacollo, solitaria desde que en 1930 una creciente arrasó al pueblo que la cobijaba, restablecido más al norte. De mediados del siglo XIX, el templo -reconstruido en 2001 y nuevamente reconstruido tras un sismo- luce cuatro columnas y una entrada con arco de medio punto, donde dos torres de campanario se alzan al poniente. Muy cerca el pueblito de Anillaco, homónimo del riojano, se luce con la iglesia en pie más antigua en la provincia. Levantada en 1712, su altar labrado íntegramente en adobe por pobladores originarios bajo órdenes de Juan Bazán de Pedraza, el primer español instalado aquí, simboliza el poder y la conversión a la fuerza de algunos nativos. El circuito termina con dos historias fabulosas, ni bien se entra en la vecina Fiambalá. Una ocurre en el templo consagrado a San Pedro en 1770, pintado a cal sobre el adobe. Allí, cada año se le cambian los zapatos a la figura del santo, porque se le gastan. “Es que el santito es muy caminador. Y sabio, porque si usted no se portó bien, no le deja cambiar el zapato, como si se lo hubiese comprado chico. Nos ha pasado algunas veces”, dice la cuidadora. Al lado, la Comandancia de Plaza de Armas muestra pinturas de mestizos del Cuzco, a quienes se les encargó pintar ángeles, pero al no tener una referencia tuvieron que seguir órdenes de los oficiales españoles, quienes les aseguraron que los ángeles eran iguales a ellos, pero con alas.
SIEMPRE FÉRTIL Las condiciones naturales de toda la región son un imán para la apuesta agroindustrial. La productividad de las tierras no es nueva, basta ver que en Tinogasta hay olivos con más de 400 años. Algunos libros incluso hablan de ganadería y de plantaciones de frutales y hortalizas. Pero hace poco, con el boom comercial del vino, varios emprendimientos llegaron a la zona. Es el caso de Altos de Tinogasta, que primero comenzó con algunas plantas vid y la oliva y hoy es un modelo de negocio productivo que permite comprar parcelas y hacer uso de la bodega y la planta elaboradora de aceite, comandadas por Roberto Cipresso, uno de los viticultores y enólogos más talentosos del mundo. Así la firma conjuga saberes y alta tecnología con oficios ancestrales, como el de los gameleros que extraen a mano los frutos para determinadas cepas: los avezados quiebran los racimos directamente con las manos, mientras los aprendices utilizan tijeras. En ambos casos se llena la gamela (bolsa) con unos cincuenta kilos.
Pero Tinogasta y sus cercanías no solo son ricas a nivel productivo. Desde aquí parten distintas actividades como el trekking por Las Higueritas, un circuito a unos 15 kilómetros que brilla en rojos, ocres y azules, y deslumbra por la forma triangular de la sierra. También es el punto de partida para la pesca con mosca en el río Chaschuil, ubicado a unos 100 kilómetros. Esas aguas, ricas en truchas, son hogar también de unos extraños cangrejos andinos de la familia Aeglidae, crustáceos de una especie “nueva” para la ciencia. Pero todavía queda más por ver y disfrutar al otro lado de la cordillera, en los médanos de arenas grises de Saujil. Apenas frenamos, creyéndonos los dueños del lugar, un transporte llega con visitantes cargados de tablas para que los valientes se animen a alisar la montaña en picada. La diversión requiere una previa caminata a la cima, pero el premio bien vale la pena.
Para terminar el día, todos recomiendan las termas, ya sean las cercanas o más alejadas. Las primeras, las Termas de la Aguadita, están pegadas al predio de Altos de Tinogasta y ofrecen tres piletas y un clima muy familiar. Si la idea es pasar un rato más largo, hay que llegar al complejo termal en las afueras de Fiambalá. Abiertas en plena montaña y encadenadas unas a otras como en cascada, sus piscinas ofrecen aguas hipertérmicas, alcalinas, hipotónicas, ricas en algas verdes de influencia sedativa y oxigenante. Con temperaturas que van de los 38 a los 70 grados, son buscadas para tratamientos de afecciones nerviosas, estrés, artritis, reumatismo y problemas de la piel.
Como siempre, quedan aún cosas por ver, pero nada mejor que un pendiente para querer regresar.
DATOS ÚTILES
- Cómo llegar: varias empresas viajan en ómnibus desde Retiro (www.tebasa.com.ar) con destino a Catamarca capital. Allí se combina con otras como Gutiérrez para llegar a Tinogasta. El viaje dura en total unas 21 horas y cuesta $ 1750 (los dos tramos). Aerolíneas Argentinas (www.aerolineas.com.ar) tiene vuelos semanales a Catamarca por $ 3344 finales.
- Dónde alojarse: Casa Grande cuenta con nueve habitaciones, piscina, jacuzzi, wi-fi, winery y estacionamiento. El hostal queda en Moreno 801. Tel. (03837) 421140. E-mail: [email protected].
- Camping Los Olivos: www.tinogastalosolivos.blogspot.com.ar





