La inflación es definida como el aumento generalizado de los precios. Sin embargo, esa definición no capta en su totalidad el problema. La suba de los precios no se da de manera homogénea por lo que los precios relativos y, en consecuencia, la distribución del ingreso, cambia en forma permanente. Esos cambios distributivos inducen nuevas remarcaciones y actualizaciones de ingresos que, a su vez, retroalimentan el proceso inflacionario. De ahí que los períodos de inflación prolongada inducen una economía en permanente puja distributiva.

La inflación genera, además, incertidumbre sobre el nivel de los precios en el futuro, dificultando establecer contratos a largo plazo. El caso más evidente es el de los créditos, donde ninguna institución financiera está dispuesta a brindar un crédito a largo plazo por miedo a que una aceleración inflacionaria licúe su valor. Algo similar ocurre con contratos que impliquen plazos prolongados ya sean de alquiler, salariales, con proveedores, entre otros.

Para lidiar con ello, a medida que la inflación adquiere niveles significativos comienzan a establecerse cláusulas indexatorias. Así, surgen los créditos con capital indexado, usuales en la venta de automóviles o en los hipotecarios (UVA). Los contratos de alquiler plantean cláusulas de ajuste anuales por índices que toman como base las variaciones de precios y salarios del pasado. Las empresas prevén en sus contratos con proveedores actualizaciones cada cierto período.

La indexación de los contratos genera memoria inflacionaria, dado que la inflación del pasado se proyecta hacia el presente en cada actualización. De esa manera, cada nivel de inflación máximo que alcanza la economía en algún momento, sedimenta en un nuevo piso en las tasas de inflación futuras. Ello explica que los procesos inflacionarios sean acumulativos a través del tiempo. Es decir, en ausencia de programas de estabilización, los niveles de inflación tienden a ser cada vez más elevados a lo largo del tiempo.

La indexación no elimina totalmente las pérdidas por la inflación, ya que durante el tiempo que transcurre entre actualización y actualización la suba de los precios va carcomiendo el valor real de los contratos. Por ello, a medida que la inflación se acelera, el tiempo de reajuste de los contratos se acorta. Por ejemplo, las paritarias tenían frecuencia anual una década atrás con una inflación del 20 por ciento, al acelerarse los aumentos de precios al 40-50 por ciento fue introduciendo revisiones semestrales, hasta llegar a las actualizaciones trimestrales que predominan en el presente con una inflación de tres dígitos.

El acortamiento del tiempo de actualización de los contratos vuelve más sensible las tasas de inflación a cualquier shock que induzca cambios de precios relativos. Recordemos que en una economía inflacionaria los cambios de precios relativos se dan con aceleraciones en las tasas a que los diversos precios aumentan. De esa manera, un salto en los precios internacionales, como el que provocó la guerra en Ucrania, puede inducir rápidas remarcaciones sectoriales que provoquen una brusca aceleración inflacionaria que se establezca como un nuevo piso inercial.

@AndresAsiain