Néstor Kirchner dio su primer mensaje por cadena nacional el 4 de junio de 2003, dos semanas después de llegar a la presidencia. Duró seis minutos y veinte segundos. Fue rotundo e inolvidable. "Es el pasado que no entiende lo nuevo", fue una de las frases  que dejó impregnadas en la memoria colectiva. Con ella se le plantó a la Corte Suprema que no sólo se resistía a abandonar la lógica que había cultivado durante la era menemista, sino que lo amenazaba con redolarizar los depósitos de ahorristas que aún permanecían acorralados tras la crisis de 2001 y generar un caos. También le hablaba al Congreso y le pedía "con toda humildad pero con firmeza y coraje" que activara el mecanismo necesario (juicio político) para marcar "un hito hacia la nueva argentina que queremos, preservando a las instituciones de los hombres que no están a la altura de las circunstancias". Era el principio del fin de la Corte de la "mayoría automática", sumida ya en el desprestigio y carente del apoyo del poder económico al que había beneficiado en tiempos de privatizaciones y grandes negociados. 

Un día después de asunción de Kirchner, en París, comenzaba el torneo de tenis Roland Garros, al que todos los años asistía Eduardo Moliné O'Connor, el vicepresidente supremo designado por Carlos Menem en los noventa. El presidente era Julio Nazareno, pero el "cerebro" y "arquitecto jurídico" era el tenista. 

--Anoten en el temario del próximo acuerdo el expediente del corralón, así se enteran de quiénes somos nosotros y quién maneja el plan económico-- le ordenó Moliné a Nazareno en un llamado desde Francia. 

Entre la mayoría de la Corte había ánimo de revancha tras la renuncia de su histórico protector al balotaje y la llegada de Kirchner al poder. El "corralón" era una variante del llamado "corralito" (la primera de las restricciones bancarias), que forzaba la conversión de depósitos a bonos para quien quisiera recuperar su dinero guardado en el banco. El alto tribunal ya había declarado inconstitucional el corralito e invalidado la pesificación de depósitos de la provincia de San Luis. Pero no había establecido un mecanismo de devolución, por lo que tenía la oportunidad de ordenar devolver el dinero con el criterio del uno a uno, un peso por un dólar. 

Kirchner no creía que fuera a ocurrir algo semejante. Estaba más preocupado porque la Corte validara las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Pero Moliné había redactado un proyecto de fallo para dolarizar los ahorros. Lo había armado en plena campaña y pedía activarlo. Quien alertó al Gobierno fue alguien que hoy sería un interlocutor impensado: Juan Carlos Maqueda, designado durante la breve presidencia de Eduardo Duhalde, para lo que tuvo que dejar el Senado, de donde traía una buena relación con Cristina Fernández de Kirchner. El aviso lo recibió también el entonces ministro de Justicia, Gustavo Beliz, el primero que salió a pedir públicamente la renuncia de los supremos que representaban a "la Corte adicta". Nazareno se sintió aludido y cuando lo encararon varios periodistas a la salida de Tribunales, vomitó furia, habano en mano: "Si ahora sacan a esta Corte, ¿usted cree que van a poner a los enemigos?" Un cronista le preguntó si intentaba extorsionar: "¡Dejate de joder!", contestó. 

--Este tipo enloqueció--, le dijo Alberto Fernández, entonces jefe de Gabinete, a Kirchner. Le llevaba la desgrabación de las declaraciones del cortesano. Enseguida el Presidente comenzó a elucubrar la idea de hablarle al país por cadena, algo que volvió a hacer una sola vez, más cerca del final de su mandato. Convocó a los más cercanos a la Quinta de Olivos. La mesa estaba armada para la cena. Néstor y Cristina se sentaban frente a frente. Carlos Zannini, secretario legal y técnico estaba a la derecha de él. Fernández a la izquierda de ella. Habían adoptado esos lugares fijos, como una familia. Roberto Lavagna, ministro de Economía, demoraría un poco más. Había ido a la Corte a ver en reserva al juez Adolfo Vázquez para confirmar si era cierto lo que les había transmitido Maqueda. Llegó tan acelerado y desencajado que cuando CFK le ofreció cenar él le preguntó con un automatismo: "¿Qué hay de comer?" Había pescado. Todos se rieron pero recibieron la peor noticia. "Es un golpe judicial", definió la entonces senadora. Y sugirió "que el Poder Legislativo cumpla su papel". 

La redacción del discurso de Kirchner llevó la impronta de Cristina y de Zannini. No tenían infraestructura para hacerlo en vivo. Lo grabaron con una cámara de Canal 7 y lo emitieron a las 21. "Queremos una Corte Suprema que sume calidad institucional y la actual dista demasiado de serlo", proclamó Néstor. "Es escandaloso que intenten tomar de rehén a la gobernabilidad", enfatizó. "Es el pasado que se resiste a conjugar el verbo cambiar que el futuro demanda", agregó. Le dedicó una línea a Nazareno por "sus impropias afirmaciones" a los medios. Y prometió que enfrentaría "cualquier negociación espuria o mecanismo de presión". Al día siguiente, el expresidente supremo llegó desafiante al Palacio de Justicia y cuando lo encararon los periodistas sobre el fallo que podría salir se burló: "Si, es una de las cosas que tengo que extorsionar". Dijo que iba a discutir con sus pares, a quienes les propuso sacar una respuesta de todos, pero lo dejaron solo. Siguió inconmovible varios días. Maqueda le escribió una carta pidiéndole la renuncia. Los secretarios lo mandaron a presentarla por la mesa de entradas. 

Uno de los temores de Kirchner era que le pasara lo mismo que a Duhalde, que había fallado en el intento de enjuiciar a la Corte. Pero el contexto había cambiado, el tribunal no tenía red, el Presidente mostraba determinación política y los legisladores tampoco se arriesgarían a ser cómplices de una catástrofe económica. Menos de tres semanas después del mensaje del Kirchner, Nazareno ya era citado por la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados, que presidía el tucumano Ricardo Falú, y que le formuló 16 cargos. Renunció antes de presentare. Lo mismo sucedió con Guillermo López y Adolfo Vázquez. Moliné O'Connor, con 67 pedidos de enjuiciamiento, y Antonio Boggiano, con 56 acusaciones, fueron destituidos. 

Mientras se iniciaba el proceso de renovación de la Corte, Kirchner impulsó una nueva forma de nombrar a sus integrantes. Firmó el decreto 222/03, que estableció audiencias públicas, la representación de mujeres y un sistema para que la ciudadanía participara de la evaluación de los candidatos. En la búsqueda de nombres tenía una idea fija: el/la primero/a debía ser alguien con prestigio, que desafiara a las corporaciones y causara irritación. A todos les preguntaría que pensaban hacer con el corralito y las leyes de impunidad. Eligió primero a Raúl Zaffaroni. La designación de Carmen Argibay la sugirieron Cristina y el exrepresentante del Poder Ejecutivo en el Consejo de la Magistratura, Joaquín Da Rocha. La de Elena Highton de Nolasco llegó por Alberto Fernández. Por Ricardo Lorenzetti, el menos conocido, "militó" ante CFK el exsenador Nicolás Fernández. 

Al pasado ya se le imponía lo nuevo, la Corte más prestigiosa en muchos años.