El Sr. Odio es un hombre ermitaño que odia hasta a su propia sombra. Pero un día algo cambia para él. Un nuevo vecino -el Sr. Amor- se muda al edificio en el que vive, y enojado con esa situación hará hasta lo imposible por liberarse de su compañía. Lo que no imagina es que sus planes tendrán resultados distintos a los que espera. Alrededor de esa historia se desarrolla El día que cambió la vida del Sr. Odio, original propuesta de títeres y objetos pensada para toda la familia.

Basada en el premiado texto del dramaturgo venezolano Oswaldo Maccio, la puesta se presenta los domingos a las 15.30 en la Sala Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), con adaptación y dirección de Mariana Calderón y Vanessa León Linares, y la actuación de Milagros Duran, Lautaro Ayerdi, María Fernanda Esparza, Diana Carolina Martínez y Mariana Calderón. Las entradas se adquieren por Alternativa Teatral: publico.alternativateatral.com/entradas75949-el-dia-que-cambio-la-vida-del-sr-odio?o=14

Con música en vivo de la cantora Amanda Querales, y a través de atractivas técnicas de manipulación de títeres, el espectáculo pone el foco en la importancia del respeto por la diversidad en tiempos donde movimientos reaccionarios y conservadores buscan eliminar derechos ganados. La iniciativa surgió en plena pandemia, como fruto de la coproducción entre el Colectivo No somos cosas, agrupación integrada por mujeres migrantes que investigan y ofrecen experiencias escénicas a través del teatro de títeres y objetos, y la agrupación independiente Scenik-Arte.

La directora Mariana Calderón fue quien dio el puntapié inicial para llevar a escena la obra de Maccio. Instalada en Buenos Aires, proveniente desde Venezuela, convocó a Linares y juntas encontraron en el contexto pandémico “un terreno fértil para empezar a regar la semillita”. “Nos dimos cuenta de que esta es una obra necesaria, por su mensaje y por la forma en la que nos invita a encontrarnos con el otro. Es un material que todos los días nos devuelve la esperanza. Es nuestro cable a tierra”, comenta Calderón en diálogo con Página/12. Y su colega agrega: “Pensar un proyecto teatral durante la pandemia nos permitió hacernos preguntas que en otro momento no hubiesen sido posibles”.

-La obra habla de sentimientos humanos como la intolerancia, el miedo a lo distinto y la dificultad para expresar emociones. ¿Por qué decidieron abordar estas cuestiones?

Vanessa León Linares: -La pandemia nos invitó a pensarnos desde estas temáticas. La ofrenda más hermosa que queremos compartir es la presencia. Y la presencia es reconocer que puedo estar aquí y ahora con lo que siento: miedo, enojo, tristeza, anhelo de ser amadx, vergüenza, desconfianza, o profundo amor, alegría y empatía. Hacer teatro de títeres, artesanal y para las infancias, con todas estas preguntas a cuestas, nos pareció vital. La transformación del Sr. Odio, la de nuestro grupo, y cualquier transformación profunda no ocurre en solitario, sino que es posible en el vínculo con lo diverso.

Mariana Calderón: -Estamos en un momento individual y colectivo en el que nos estamos cuestionando muchas cosas. Históricamente, la sociedad nos ha impuesto muchos mandatos, y en esa carrera vertiginosa las diferencias eran vistas como amenazas. Las amenazas dan miedo, y ante los miedos nuestro primer instinto es protegernos. Pero hoy nos estamos permitiendo reconocer que lo más valioso que tenemos como seres humanos es la vulnerabilidad que nos permite ser empáticos con el otro y encontrar puntos de coincidencia para no sentirnos tan solos en el mundo. Para nosotras es importante resaltar este mensaje. Creemos que poder transmitirles esto a los chicos les habilita una puerta para darse permiso de ser más felices de lo que quizá hemos sido las generaciones anteriores.

-¿Cómo creen que dialoga esta obra con la actualidad?

M.C.: -Siento que todos somos o hemos sido Señores Odio alguna vez en la vida. Esta es una obra que nos interpela en cuanto a cómo decidimos reaccionar ante las diversas circunstancias que se nos presentan. La historia de ese ser intolerante con el resto del mundo nos sirve de espejo y nos confronta con muchas de nuestras actitudes cotidianas, frente a un otro diferente a nosotros. Es muy fácil juzgar y no aceptar los puntos de vista diferentes. Y es muy difícil hacer el ejercicio de aceptar al otro. Pero es más difícil aún aceptarnos a nosotros mismos con nuestras imperfecciones. Y en este sentido creo que la obra dialoga con el momento actual pero desde un lugar tan humano que termina siendo un mensaje universal y atemporal.

V.L.L.: -Si queremos ser agentes de un mundo más amable para las generaciones futuras es fundamental abrazar la transformación, el cambio, la diversidad, el miedo a lo desconocido y nuestra particularidad. Ese es el deseo que abrazamos en cada función.

-¿Qué desafíos tiene el teatro pensado para las infancias?

M.C.: -Lo más importante es no subestimarlas, y llegar a ese equilibrio justo entre despertarles curiosidad ante mundos, realidades y conceptos todavía no explorados y cuidar de esa inocencia propia de los primeros años de edad. Por otro lado, también tenemos que entender sus lenguajes, sus formas de comunicarse, sus códigos y desde ese lugar invitarles a conocer otras posibilidades expresivas. Ese es un desafío cada vez más grande, porque con la avalancha de estímulos a las que están expuestas cotidianamente, sus códigos son muy dinámicos.

V.L.L.: -En un mundo tan hostil, me parece necesario que podamos alejarnos de manera consciente del adultocentrismo. Las infancias tienen todo para decir, y todo para enseñarnos. Nuestra preocupación es estar a la altura de eso y, desde esta pequeña trinchera que es el teatro, abrazar esta idea para que las infancias puedan protagonizar el cambio que como sociedad necesitamos.