En una célebre frase de Esperando la carroza, Susana –la nuera de Mamá Cora– describe con crudeza las posibilidades de crecimiento que tiene una familia de clase media. “Nosotros no estamos invitados. Hay que tener plata para que lo inviten a uno”, asegura ante un comentario del personaje de Luis Brandoni. Pero, a veces, la realidad no coincide con la ficción. Mónica Villa, la actriz que personificó a Susana en la emblemática película argentina, fue contratada para dar clases en la Universidad de Nanjing, en China y la invitación no fue por cuestiones monetarias sino por su capacidad: durante varios años, la actriz estudió en el Centro Universitario de Idiomas (CUI) la lengua oriental, aprobó todos los niveles y resultó convocada para enseñar teatro hispanoamericano en una de las instituciones educativas más antiguas del país asiático. “Mi idea es abrir caminos para que las fronteras culturales entre Argentina y China empiecen a achicarse”, relató Villa a PáginaI12.

En 1975, Mónica Villa recibió un llamado de la embajada de China. En los pocos minutos que duró la conversación, a la actriz, de 21 años, le informaron que había conseguido una beca de cuatro años para viajar junto con la Opera de Pekín al país asiático. “La única condición que dispuso el gobierno chino era que sepa el idioma, algo que venía haciendo durante unos meses”, recuerda Villa. La ilusión duró menos de un año. Con el golpe cívico militar del 76, la actriz tuvo que descartar esa oportunidad (“los que estudiaban ruso o chino estaban fichados en la SIDE”, indicó) e incluso debió abandonar las clases en el Agregado Cultural de la embajada. Hoy, 41 años después, China le ofrece una nueva revancha. 

“En el CUI volví a aprender chino, pero esta vez con una estructura de enseñanza específica. Arranqué en 2009 y no sólo vi que podía sino que también me gustaba. Terminé haciendo todos los niveles del Centro”, explicó la mujer de 63 años, quien también da clases de teatro en Sagai (Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes) y es docente del Instituto Lima, en Vicente López.  Villa llegará el 27 de agosto a China, más precisamente a la ciudad de Naijin, vivirá en el campus de la universidad (uno de los más grandes del mundo) y durante un cuatrimestre, dará clases de teatro a estudiantes de español. “Pero al ser alumnos de primer año, tendré que enseñarles más en chino que en castellano”, indicó.

–¿Cuáles son las principales dificultades que tiene el idioma chino?

–El lenguaje es muy distinto, sobre todo en su estructura gramatical. A diferencia de las lenguas latinas, en chino no se conjugan los verbos. A mí particularmente me cuesta entender más el chino oral que lo escrito, que me es bastante más sencillo. Cuando te hablan rápido te querés morir porque sólo entendés palabras aisladas. Y la dificultad de aprendizaje es real, hay que poner mucho empeño. Por eso lo mejor es estudiar de chico, de jovencito, porque es mucho más fácil. Pero luego las posibilidades son gigantes: la mayoría de los chicos con los que estudié fueron becados por el gobierno de China. 

En el CUI, las clases de chino se dictan desde el 2004. Desde entonces, se inscribieron casi 10.000 estudiantes, y la gran mayoría de ellos –de acuerdo con los datos relevados por el Centro de Idiomas junto al Instituto Confucio de la Universidad de Buenos Aires (ICUBA)– decidió aprender el idioma para conocer la cultura oriental.

–¿Cómo son los estudiantes chinos de teatro? ¿Qué elementos de la dramaturgia latinoamericana tratará de explicarles a tus nuevos alumnos?

–Trataré de enseñar lo que una vez le escuché decir a Alberto Ure: el teatro argentino es un teatro de barricada. Trabajamos para el hoy, no podemos pensar en el mañana. Y desde allí, desde este “lo atamos con alambres” nace una poética que no se ve en otro lado del mundo. Si a esa creatividad, tan nuestra, le sumás la capacidad de proyectar y la historia del teatro chino, el resultado será increíble. Ellos están en un proceso de plena búsqueda entre sus óperas locales y la relectura de clásicos españoles, ingleses y alemanes: Tirso de Molina, Shakespeare, Lope de Vega, Goethe, Cervantes. Con sus miles de años de historia y todo ese alimento de Occidente van a hacer nuevas obras que van a generar una revolución en la dramaturgia mundial. Eso es lo que creo yo.

Villa no esquiva la problemática actual de la ficción argentina. La actriz, premiada el año pasado por la Asociación de Cronistas de Espectáculos de Nueva York (ACE) por su unipersonal “La caja mágica de las palabras perdidas”, tuvo su última participación en el prime time de la pantalla chica con la telenovela Malparida (2010). Después, le siguieron pocas participaciones, casi sin continuidad. “Hay poco lugar para la ficción nacional. Este problema viene desde hace años, aunque ahora haya más agravantes. Por eso es necesario reglamentar, que exista una ley que indique cuánto debe ser producción extranjera y cuánto de acá”, sostuvo y agregó que, el paso siguiente, “debe ser meterse en esa nebulosa llamada Internet”. “Allí también se debe dar apoyo para la ficción”, relató la intérprete, quien también participó en películas como La niña santa (2004) y Relatos Salvajes (2014).

Antes de finalizar la entrevista, Villa se disculpa y sale del café para hablar unos minutos por celular. En la mesa de al lado, dos mujeres comentan “es Susana de Esperando la carroza’”. Al regresar, ella misma esclarece el extraño fenómeno de ser reconocida, durante años, por un mismo papel. “Es algo que le suele suceder a todos los actores, que nos recuerden por  algo que hicimos y no por nuestra obra. Para mí es un honor ser reconocida por esa película porque está en la memoria colectiva y fue vista por generaciones enteras. Yo, por mi parte, sigo evolucionando y formándome como actriz”.