Cristina nos devuelve a una senda política e histórica, la de una refundación. Esa misma que comenzó en 2003 con Néstor Kirchner y también con la 125 en 2008, a poco de la asunción presidencial de su primer mandato en la presidencia de la Nación. Cristina oficia en nuestra actualidad cultural y política la función de un médium, un médium que facilita las lecturas en presente. Cristina médium, como la posición del analista, sostenida en el deseo y no en el discurso amo. Los efectos de ese discurso se encuentran más allá de ella. Su estrategia de emancipación, después de años de persecución, del intento de proscripción, del fusilamiento fallido, es también el signo de una época en la que los colectivos vuelvan a tallar el pulso de la historia.

Otro de los artilugios de persecución ideológica con los que se estigmatizó, no sólo la figura de Cristina, sino las marcas de este proyecto con el que nos identificamos, se alinea con los imaginarios históricos de las ideologías golpistas y desestabilizadoras. Y ahora las nuevas viejas derechas neofascistas sostenidas desde los sectores financieros

El libro de Hannah Arendt "¿Qué es política?", abre así: "La política se basa en el hecho de la pluralidad". Una campaña, por ahora sin candidatos o con candidatos de la pluralidad advenidos o no de la generación diezmada, y también nosotros en esa convocatoria abierta en este 25 de mayo, podría rubricar lo plural. Pluralidad en un próximo trabajo sobre las políticas deseantes y las políticas de la construcción de nuevos modos de lazo social. Estar presentes es acudir también al encuentro de la función de la palabra en la cultura y sus posibles consensos.

Cristina no es la costilla de Adán, sino precisamente la que va al encuentro a partir del árbol del conocimiento. Cristina, en una posible nueva refundación, alcanza la dimensión no sólo de esa investidura a lo Eva como “jefa espiritual de la nación”, sino como un escribiendo en nuestras actualidades cotidianas. Como todo programa de escritura plural, depende de la función de la serie, es decir de los relevos y de los ecos que interroguen a cada quien en su posición subjetiva y en su historia vivida. Nuestra presencia, en todas sus posibles formas, no es solo testimonial. sino un efecto de multiplicación. También el modo en que ésta se realice: no hay nada escrito, se está escribiendo. No es una religión sino una transversalidad, no es sólo Cristina, sino cada quien en la comunidad, haciendo nacer con su deseo inconsciente. Será, o no, una creación.

Somos los contemporáneos los que hacemos la política, la república, los que definimos el estilo de nuestros lazos sociales y el lugar que le damos al otro. Así, en plural, como señala este retorno de Cristina y La Plaza. Política, en lo singular del que habla, pero que en el entrecruzamiento con el discurso se hace plural en los contemporáneos. Eso que también interroga el psicoanálisis, el lazo social en los contemporáneos.

Cristina propone, incluso más allá de ella, de su finitud material, más allá de su intención formal, el posible nacimiento de esos espacios de realización.

Si el fraticidio se encuentra en el origen del problema planteado por la horda: endogamia, incesto, parricidio, y roza un inadmisible en la cultura, posiblemente una desmentida, sin dudas enriquece la formulación freudiana sobre el complejo de Edipo, ya que ambos complejos --fraticidio y Edipo-- asumen su borde entre lo irreparable de lo humano y la pulsión de muerte.

En esta misma dimensión de lo humano, los infiernos y los objetos técnicos capitalistas nos conciernen a los psicoanalistas y tocan dos soportes, metapsicológicos y sociales del psicoanálisis: horda e incesto por un lado, iluminismo y discurso capitalista por el otro.

Esta es una verdadera metástasis para nuestra república, esta metástasis arrasadora que ha significado, en sus variantes históricas, el clamor de "viva el cáncer", arruinando cualquier atisbo, cualquier posibilidad de desarrollo genuino humano, industrial, científico. El cáncer que ya fue implantado por la generación conservadora de 1870, en 1930, en 1955, en 1976, ese tipo de retorno para desestabilizar gobiernos democráticos y populares. El mismo cáncer que truncó la vida de Eva. A eso le dijimos, como sociedad, nunca más.

Si en un punto la patria fue el matadero, el matadero y la cautividad de Esteban Echeverría, la manera social y solidaria de contrarrestarlo fue sostener la propuesta “la patria es el otro”, una aproximación genuina de los dos primeros mandatos de Cristina que intentaron inscribir algo diferente que el matadero, que el otro en el destierro, en la invisibilidad, en las márgenes de la exclusión. No olvidemos esa premisa.

Y ésta es una cuestión que nos convoca en cada Plaza, considerar no sólo una épica de la oposición a las políticas de autodestrucción neoliberal, que desde la fundación del proyecto liberal y unitario ha estado en pugna: el matadero para con el otro, el otro que hay que mandar al matadero, el otro siendo el matadero --el otro encarnando el matadero--, el enemigo a aniquilar por la posición proyectiva, porque es el que potencialmente puede llevarnos al matadero por portar los signos proyectivos de ese matadero. En definitiva, la nación como tánatos y matadero.

Los días de Cristina en la presidencia y en la vida contemporánea argentina son también el sustrato de lo que algún día nacerá, porque de algún modo ya ha nacido, un sesgo de multiplicación, una serie que garantice la realización de la república, un rasgo identitario argentino que no sea la cruel oligarquía ilustrada ni el etnocentrismo reaccionario, ni el país de las vaquitas ajenas, ni la facilitación hacia el pensamiento represivo con el que parte de la población argentina se autoindulta. Que el extraordinario ingenio individual vernáculo procure también una representación común y colectiva a pesar del estado de crisis. Señala Freud en La transitoriedad, “...no es maravilla que nuestra libido, así empobrecida de objetos, haya investido con intensidad tanto mayor lo que nos ha quedado, ni que hayan crecido de súbito el amor a la patria, la ternura hacia nuestros allegados y el orgullo por lo que tenemos en común”.

Cristina médium, facilitando un consenso, Cristina en tiempo presente. Leemos nuevamente en La transitoriedad, “...sabemos que el duelo, por doloroso que pueda ser, expira de manera espontánea. Cuando acaba de renunciar a todo lo perdido, se ha devorado también a sí mismo, y entonces nuestra libido queda de nuevo libre para, si todavía somos jóvenes y capaces de vida, sustituirnos los objetos perdidos por otros nuevos que sean, en lo posible, tanto o más apreciables”.

Hay una voz que no es neutra en esta nueva convocatoria a la reunión en la Plaza. Como cada vez que allí nos convocamos, recupera en la experiencia colectiva la presencia de los cuerpos no devueltos, flotando en las costas de lo no nacido y de lo desaparecido. También por ellos vamos a la plaza, y no sólo los 24 de marzo. Esta convocatoria va por las arborescencias de la vida. Estuvimos, como otras tantas veces, bajo la lluvia pertinaz y en la marea humana. Que la promesa del paraíso no vuelva una y otra vez para arruinarnos sin piedad, seamos cautos a la hora de embelesarnos con los paraísos perdidos, bajo el brillo fetiche de una religión ausente de toda fe, de toda confianza, se trate del pensamiento mágico o, en sus variantes, del discurso capitalista a ultranza. Los discursos de Cristina médium incluso la desbordan a ella. Oscile o tremole, dice para aferrarse a la política, es decir, a nuestro tiempo.

Cristian Rodríguez es psicoanalista.