En algún momento de 2015, Jaime Roos sintió la necesidad de frenar las giras, abrirse del circuito musical y poner la casa en orden. Hacer una limpieza externa e interna. En esos días, incluso se le cruzó una idea por la cabeza que sólo le confesó a algunos amigos y a su mujer: no subir nunca más a un escenario. La crisis era total. Luego de un tiempo sabático alejado de la escena musical, que coincidió con su mudanza a La Floresta, en el interior del Uruguay, el cantautor uruguayo –tal vez el artista más popular e influyente de su país- reapareció con bombos y platillos. En dos oportunidades convirtió al estadio Centenario de Montevideo en una verdadera fiesta popular con su espectáculo Mediosiglo: en diciembre de 2021 –luego de varias postergaciones- y en noviembre de 2022.

Ahora, después de ocho años, volverá a cruzar el charco para presentarse el 10 de junio a las 21 en el estadio Luna Park (Madero 470), además de Santa Fe (27 de junio), Rosario (29 de junio) y Córdoba (1 de julio). “Para mí es, no te voy a decir tocar en mi país, porque vivimos en países políticamente separados por la historia, pero significa tocar en mi región. El Río de la Plata es un solo lugar para mí”, dice Roos sobre su vínculo con Argentina. “El Río de la Plata es una sola región, una sola sensibilidad, una sola cultura, nos conocemos los piques, los modismos, las palabras que utilizamos. Y con respecto a los conciertos, mi única expectativa es la de siempre: quiero tocar bien, quiero cantar bien. Es mi único deseo”, cuenta a través de una videollamada desde Estados Unidos, donde se encuentra por “motivos de trabajo”.

El espectáculo que presentará en Argentina mantiene la esencia de Mediosiglo: un recorrido por canciones de diferentes discos y épocas en cincuenta años de carrera. El concierto se debería haber realizado a mediados de 2021, pero la pandemia se lo impidió. “Entonces, si bien el espectáculo no es Mediosiglo, está en la línea de ese show, porque tocamos con la misma banda –que está integrada por 22 músicos en escena y tiene en sus filas a joyas charrúas como los hermanos Nicolás y Martín Ibarburu, Gustavo Montemurro y Nego Haedo-. Y además porque es un concierto retrospectivo”, precisa Roos. “La idea de hacer Mediosiglo era darle un cierre en vivo a un proyecto discográfico que me llevó más o menos cinco años, que fue la restauración, remasterización y publicación de mi Obra completa. Fue muy complejo. El público estaba impaciente, me pedía que tocara, yo no sabía si iba a volver a hacerlo, hasta que finalmente decidí que valía la pena”, cuenta.

-¿Es difícil armar la lista de canciones después de tantos discos?

-Sí. Es muy complejo. Porque un espectáculo no puede durar cuatro horas. De hecho, llegué a hacer un show en Buenos Aires en 2001 que duraba tres horas y cuarenta minutos. Con el paso del tiempo me di cuenta que el umbral de atención del público tiene límites. Es lógico, nos pasa a todos. En los hechos existe una duración ideal básica. No quise que mi espectáculo durara más de dos horas treinta. Eso te limita. Luego, hay canciones que no pueden faltar. Sin embargo faltan algunas, porque también está el capricho del autor. Este año cumplo setenta años. Y a esta altura del partido uno no solamente pierde las pulgas, sino que también tiene ganas de darse ciertos gustos. Entonces, hay canciones que son a pedido del autor, sin embargo, el autor no se puede poner caprichoso y pasar por encima del gusto del público. Es difícil balancear. Y ahora viene la otra cosa, que es aún más compleja. Sucede que tengo -y lo digo a grosso modo- canciones que son populares, que son elegidas por el gran público, y después tengo las que yo llamo escondidas, los lados B. En algunos casos están dentro del núcleo de mis canciones favoritas pero que sin embargo hay un sector grande del público que no las conoce. Entonces, aquí aparece otra ley del escenario: es difícil que el público esté contento de escuchar cosas que no conoce. Y me pasa a mí también cuando voy a ver un espectáculo.

-¿Por ejemplo?

-La última vez que fui a ver a Piazzolla estaba esperando el momento que tocara "Adiós Nonino". Me lo he preguntado: ¿Por qué yo quería escuchar "Adiós Nonino" teniendo en cuenta que Piazzolla -fue con el sexteto en el año ‘88- estaba mostrando unas cuantas cosas nuevas? Y es porque cuando uno escucha determinada canción que lo conmueve interpretada por el autor vuelve a vivir esa canción, se vuelve a meter en un universo mágico. Entonces, para armar un repertorio hay que tomar en cuenta todas estas cosas. Todas las canciones que vamos a interpretar están dentro de mis favoritas, inclusive las canciones más exitosas. Hay artistas que tienden a empacharse con sus propios éxitos y llegan a renegar de ellas. En el caso mío, cada vez que toco "Colombina" soy feliz, porque considero que es una canción de la cual me siento orgulloso, pero además porque me provoca felicidad interpretar. El caso extremo es "Cometa de la farola", que fue mi primera canción conocida, la que siempre tuve que tocar en los distintos conciertos, y es una canción que tiene 47 años. Estadísticamente es la que toqué más veces. Sin embargo, en el momento de interpretarla logro revivirla como si estuviera en el primer año de presentación. Soy feliz interpretando las populares y conocidas.

-Hay una especie de pacto implícito entre el artista popular y el público en el hecho de hacer esas canciones que tocaron una fibra popular. Debe ser muy difícil sacar "Brindis por Pierrot", ¿no?

-Es cierto. Ese lugar común que es decir "el artista se debe al público". A veces no se aplica la frase. La mayoría de las veces sí. Tengo un concepto del espectáculo en vivo que es opuesto al del disco. El disco lo grabo para mí y nada más que para mí, con la esperanza de que les guste a los demás. Pero en el momento de presentar esas canciones no me importa complacer a nadie. Con un espectáculo funciona al revés: me siento un anfitrión. Siento que voy a recibir gente en mi casa y que tengo que ser un buen anfitrión, porque esa gente se ha sacrificado, atraviesa ciudades, deja de dormir y paga una entrada para venir a mi celebración. Entonces, quiero que se sientan bien, cómodos, que les guste la comida. Es lógico. Si vos hacés una reunión en tu casa no querés darle de comer un menú a la gente solamente con las cosas que te gustan a vos. Con respecto al arte no se trata de ser complaciente, que es otra cosa; no se trata de convertir un concierto en una maniobra de marketing. Pero, bueno, si me subo a un escenario y no interpreto "Colombina", "Cometa de la farola", "Adiós juventud" o "Brindis por Pierrot"… hay mucha gente que quiere escucharlas porque las quiere volver a vivir. Nosotros somos como niños a los que les gusta que le cuenten el mismo cuento.

Aquel retiro

-Sentiste la necesidad de retirarte de la escena y te fuiste a vivir a La Floresta, en Canelones. ¿Qué cambió para que volviera el deseo de subir al escenario?

-Yo no se lo dije a nadie, pero en 2015 creí que no iba a volver a tocar. Salvo mi mujer y algunos amigos, no lo sabía nadie. Hice bien en no decir "nunca más". Ya lo dijo James Bond: “Nunca digas nunca jamás”. Sean Connery había dicho: "Nunca más voy a hacer el papel de James Bond. Soy muy buen actor y no quiero que se me identifique exclusivamente con ese personaje". Y bueno, hubo un par de películas sin él, hasta que al final no sé cuánto le ofrecieron y volvió Connery a hacer de James Bond. Y los productores le pusieron a la película Nunca digas nunca jamás. Una picardía. Bueno, estaba quemado. Es difícil lograr un nivel profesional en el plano latinoamericano en un país sin una estructura realmente sólida en el mundo del espectáculo como es Uruguay. Terminé siendo no solamente el artista sino el productor artístico, el director de la puesta en escena, haciendo los afiches. Hubo un momento en el que dije: "Yo no puedo seguir viviendo así".

-¿Y qué hiciste?

-Ahí empecé a involucrarme con este proyecto llamado Obra completa al darme cuenta además que muchos de mis discos estaban discontinuados y la mayoría de los jóvenes solamente conocían diez hits. Creí que iba a ser un proyecto de un año pero terminó siendo de cuatro años y medio. Muchísimo más complicado de lo que creí. En el interín, yo seguía quemado, pero hubo un momento en el que algo se movió dentro mío, como una perilla de cosquilleo que se encendió. Esto fue a fines de 2018, comienzos de 2019. Hice un auto-psicoanálisis. No fui a un psicólogo, me imaginé todas las preguntas que tenía para hacer, porque más o menos uno ya se conoce. Habré estado un par de meses que sí, que no. Algunos días me decía: "Pero yo estoy loco, meterme en el horno de vuelta". Y al otro día decía: "Sí, quiero ser feliz arriba del escenario". Allá por marzo de 2020 tomé la decisión de armar esta banda, me imaginé un repertorio y me puse optimista. Y dos días antes de empezar a ensayar, en la recta final para el espectáculo, se declaró la pandemia. Vengo corrido. Debería haber tocado en Argentina en 2021, bueno, toco en 2023, ¿cuál sería el problema?

-Las fechas son algo anecdótico, pero lo importante de la cuestión es tu decisión o tus ganas de volver a presentarte en vivo.

-No era una cuestión de ganas de tocar. Porque ganas de tocar tengo siempre. El razonamiento era el siguiente: por dos horas de felicidad arriba del escenario yo tenía que pagar un precio de veinte días de desgracia. Le decía a mis amigos: "Soy un desgraciado". A ese nivel. Las cosas han cambiado, más allá de los enormes problemas que tuve no solamente con la pandemia sino con un contrato que tenía con la productora que ya expiró y que hizo que se retrasara todo más. Estoy ilusionado por la época que estoy viviendo. Y con respecto a tocar en Argentina es una mezcla de alegría y alivio, puesto que la palabra es "finalmente". Vamos a poder tocar en Argentina, que es un lugar tan importante para mí y es el país, sin lugar a dudas, donde he recibido más afecto y respeto desde 1982. Toqué por primera vez en La Trastienda vieja. De ahí en más solamente he recibido amor de parte de la Argentina.

-Recién citabas a Connery, que decía que no iba a interpretar más a James Bond, pero finalmente lo volvió a hacer. ¿Te pasó en todos estos años de haberte agotado de ser Jaime Roos?

-Estoy cansado todos los días de ser Jaime Roos (silencio). La lucha es cotidiana. Por lo cual, en ningún momento tuve una crisis, en ningún momento sentí la explosión de decir "no quiero ser más un muñeco". No. Puesto que es un trabajo cotidiano. Y no se trata de que yo me sienta alguien especial o un personaje, porque no es así, dada mi forma de ser. Pretendo que mi obra sea especial, yo no soy especial. El problema real es cuando los demás te toman a vos como a un personaje. Uno tiene que crear una suerte de coraza o anticuerpos de una constante ubicación y humildad. La buena humildad. Hay humildades que son a veces contraproducentes.

-Al ser una figura tan importante dentro de la música popular uruguaya se te debe exigir más: que toques, que hagas obra…

-Yo me refiero a la vida cotidiana. El día a día, en la calle, en una reunión, en cualquier lugar donde interactuás con gente que te conoce y gente que no te conoce. A eso me refiero. No tanto al momento de subirse a un escenario donde el artista es el artista. El escenario es su habitat. Pero el problema es abajo, en la vida cotidiana.

-Y haberte alejado del centro de Montevideo, ¿te permitió tener una vida más tranquila?

-Desde el punto de vista de la calidad de vida fue una sabia decisión. Yo tenía esa casa de balneario desde 1990. Lo que pasa es que era una casa precaria que servía para el verano, no podía vivir todo el año allí. Pero me sentía feliz cada vez que iba y con el paso del tiempo me di cuenta de que cada vez me sentía más feliz. Llegó un momento, que tiene que ver con esta bajada del escenario, en donde me di cuenta que no era necesario que yo viviera en Montevideo. La Floresta queda a cincuenta kilómetros, tampoco es irse a la montaña. Tuve que refaccionar, ampliar la casa, fue una movida bastante estresante pero al final me fui a vivir en 2016 y cuando voy a Montevideo voy a un apartamento que alquilo o a un hotel. Es muy sencillita la cosa: mi casa es en La Floresta.

-Es interesante la metáfora de la casa. Necesitaste ordenar la casa, ordenar tu obra. Salió la biografía ampliada de Milita Alfaro y libros sobre discos y canciones, y la remasterización de la obra completa. Ahora salís a tocar después de haber puesto en orden la casa.

-Amplío el concepto. Mi vida estaba desordenada. El día que cumplí 60 años, en 2013, dejé de tomar. En noviembre no voy a festejar mis 70 años, voy a festejar mis diez años limpio. Mi administración personal era un desastre. No tenía medias. Refaccionar y construir prácticamente una casa fue muy complejo. Llevar adelante el proyecto Obra completa fue muy difícil. El libro de Milita Alfaro, El Montevideano (2017), me llevó 300 horas de conversación. Dejé de hacer notas de prensa porque no tenía nada que decir. La gente gruñía porque no hacía notas ¡Pero si yo hice 300 horas de charla para este libro! Me paso hablando de mí mismo. Después conversé con Andrés Torrón cuando hizo el libro sobre Mediocampo y con Mauricio Rodríguez cuando hizo el libro sobre “Brindis por Pierrot”. Las reseñas de cada uno de los veinte discos de la obra completa algunas las hice con Guilherme de Alencar Pinto y otras con Andrés Torrón. Cada cuentito de esos llevaba dos horas de charlas. Fueron 400 horas hablando de mí mismo, llegaba un momento en el que no me soportaba más. Entonces, cuando hablaba de ordenar fue una cuestión macro.

-Más allá de la publicación de discos, todo este proceso de orden interno, ¿Te motivó a escribir canciones sobre tu presente?

-Sí, estoy escribiendo. Desafortunadamente tengo poco tiempo en estos meses para dedicarle al proceso de concentración y soledad imprescindible para escribir. Pero más adelante sé que se va a despejar. Y así como sentí el cosquilleo de hacer un espectáculo nuevo, empiezo a sentir el cosquilleo de grabar estas canciones. El último disco con canciones inéditas fue Fuera de ambiente, en 2006. A esta altura del partido decir que voy a publicar un disco nuevo me parece fuera de lugar. Si en algún momento estoy con los auriculares puestos en una sala de grabación diré "quizás publico un disco". Estoy escribiendo canciones que tienen que ver con esta época de mi vida, pero también que tienen que ver con esta etapa musical de mi vida. Porque una canción es letra y es música. En este momento estoy más metido adentro del candombe que nunca, por ahí es a donde va mi instinto. Y con respecto a las letras, mi cabeza va cambiando como un prisma frente a la luz, por suerte no soy el mismo de hace veinte o cuarenta años y descubrí nuevas perspectivas.

-¿Y por qué estás más metido adentro del candombe que nunca?

 

-No lo sé. Debe ser una regresión a mi infancia, el candombe era muy importante, puesto que pasaba por la vereda de mi casa todos los días. Pero cada vez que agarro una guitarra mi mano derecha va hacia ahí. Es como que mi lengua materna se hace cada vez más presente. Si bien soy un murguero por esencia, en la mayoría de mis discos hubo siempre una sola murga-canción. Los candombes fueron tres o cuatro veces más. Pero son pocas las murgas que he hecho que no fueron exitosas, tuve mucha suerte. La gente cree que soy más que nada murguero pero mi lado candombero es importante. “Amándote” y “Durazno y Convención” son candombes; mi instinto en este momento está muy focalizado ahí.

 

Candombe, lengua materna

“Para empezar, porque en el candombe ya había una serie de exponentes que habían llevado adelante la fusión en distintas vertientes, tanto el candombe fusionado con el tango, como Romeo Gavioli; el candombe con la música tropical, como Pedro Ferreira; con el jazz, como aquel proyecto (Candombe de Vanguardia) que produjo mi tío George Roos junto a Manolo Guardia; con el rock, como lo que llevaron adelante Rada, Mateo y los hermanos Fattoruso”, responde Roos cuando se le pregunta por qué se le reconocen más sus aportes en el terreno de la murga-canción que en el del candombe. 

“Sin embargo, en la murga había habido fusiones de artistas del interior del Uruguay, no propiamente montevideanos; la murga nace en Montevideo y sin fusión con rock o con jazz. Eso lo llevé adelante yo. En eso particularmente estoy entre los precursores y evidentemente fue algo importante para el público”, dice el uruguayo, continuador del camino abierto por Los Olimareños y El Sabalero en la murga-canción, pero desde un lugar más pop, más beat. “Pero resulta que hice canciones que le gustaron a la gente. Y las murgas se fueron acumulando y seguían sumándose. Puedo hacer un espectáculo exclusivamente de murga con canciones mías. ¿Acaso estoy renegando de la murga posicionando al candombe por encima de ella? De ninguna manera. Soy murguero por esencia, escucho murga desde que tengo tres años, tuve un tablado toda mi infancia a la vuelta de la esquina, vi a los capos máximos del carnaval de niño. Es también mi lengua materna”.

"Mateo es Van Gogh"

 

Jaime Roos siempre cuenta que tuvo dos grandes maestros o referentes en su país: Hugo Fattoruso y Eduardo Mateo (1940-1990). Antes de compartir escenario e incluso grabar con ellos, Jaime iba a verlos tocar a los boliches del under charrúa. Mateo no siempre fue reconocido en el Río de la Plata. El reconocimiento le llegó recién hace quince o veinte años. Hoy no se puede hablar de la canción uruguaya sin mencionarlo. . “La vigencia de Mateo se debe a que el arte prevaleció. Mateo es Van Gogh, metafóricamente hablando. Y en algunos aspectos es inalcanzable. Tarde o temprano el arte se abre camino”, sostiene Roos. 

“Él murió muy joven, a los 49 años. Mateo era mi ídolo, después fue un amigo, pero siguió siendo mi ídolo. Cuando uno tiene un ídolo de la juventud es ídolo vitalicio. Yo todavía cuando me encuentro con Hugo Fattoruso o con Rubén Rada los sigo viendo desde el escalón del fan hacia el ídolo, es algo que nunca se te va. Aprendí mucho de Mateo y todavía me duele que se haya ido y más aún porque se fue muy joven”.