Victoria Couto tenía siete años cuando se despidió de su mamá, Graciela Passalacqua, en el Olimpo, el centro clandestino de detención, tortura y exterminio que funcionó en el barrio de Floresta entre 1978 y 1979. Su mamá, que llevaba un vestido floreado, le dijo unas pocas palabras: que se cuidara y que pronto iba a volver. Después, subieron a Victoria y a su hermana de once meses, Florencia, a un auto lleno de armas para llevarlas a la casa de sus abuelos. Las dos nenas habían pasado tres días en un campo de concentración donde cada minuto que transcurría se convertía en un tormento. Durante décadas, los padecimientos de los niños o niñas que estuvieron presentes en los secuestros de sus padres o fueron trasladados con ellos a los lugares de detención estuvieron invisibilizados. Desde hace casi cuatro años, hijos e hijas de quienes estuvieron secuestrados en Club Atlético, Banco y Olimpo (ABO) empezaron a reconstruir la historia de ese circuito: ya documentaron alrededor de 300 casos de niños o niñas como víctimas directas del terrorismo de Estado.

Victoria vivía con su hermanita, su mamá y la pareja de ella, Ricardo Tajes, en una casa de Burzaco, en la zona sur del Gran Buenos Aires. Las tres debieron abandonar la vivienda un día de diciembre de 1978 cuando Ricardo no llegó a la hora que lo esperaban. Graciela llevó a las chicas a la casa de unos amigos en Lomas de Zamora y emprendió la búsqueda de su compañero. Así fue como también la secuestraron a ella. La patota llegó después a llevarse a las chicas. A Victoria la sentaron en un coche –con su hermanita sobre la falda– y la llevaron al Olimpo.

Susana Caride era una de las secuestradas que estaba en ese centro clandestino. La habían secuestrado el 26 de julio de 1978. Cuando llegaron Victoria y Florencia, la sacaron del “pozo” y la llevaron a una zona de oficinas para cuidarlas. Victoria le preguntó dónde estaban y ella le dijo que era una fábrica y que estaban trabajando ahí.

Esa misma tarde, “Paco”, uno de los represores que operaban ahí y que después se lo identificó como Mario Chacra, se acercó a Susana para decirle que ese mismo día la iban a liberar. Victoria empezó a llorar y a decirle que no se fuera. La mujer le preguntó al represor qué pensaban hacer con las nenas. Él le respondió que las iban a llevar con los abuelos, pero que todavía no podían hacerlo. Ella, entonces, le dijo que se quedaba a esperar que las devolvieran con su familia.

– Sos la única “chupada” que no quiere irse. ¿No pensás en tus hijos?

– Para mis hijos hace cinco meses que estoy muerta. En este momento es más importante que me quede con ellas.

Victoria permaneció la mayor parte del tiempo con Susana. A Florencia la llevaron en algunos momentos a ver a su mamá. El 23 de diciembre de 1978, al mediodía, le ordenaron a Caride que preparara a las chicas. A Graciela le permitieron despedirse. Victoria tiene borroso ese momento. Las subieron al auto y las llevaron a la casa de los abuelos. Iban con una carta de su mamá. “Queridos padres: Llegó la hora de que ustedes cumplan con la promesa que me hicieron de cuidar a las nenas y de mantenerlas juntas”, comenzaba la nota.

Ese mismo día, Graciela llamó para constatar que sus hijas estuvieran allí. Ella sigue desaparecida.


El secuestro

Dafne Casoy nació en 1976 mientras sus padres estaban en la clandestinidad. Tal era la clandestinidad que aunque vivían a metros del Hospital Garrahan su mamá, Eva Ullman, debió parir en la casa en la que estaban quedándose. Su compañero, Claudio Casoy, no logró encontrar al médico que iba a asistir y, en cambio, consiguió que un compañero de la organización que estudiaba Medicina la ayudara con el parto.

Dafne tenía diez meses el 17 de abril de 1977, cuando una patota del Atlético llegó a la quinta de La Reja, Moreno, donde se estaban quedando con sus padres. A Eva y a Claudio se los llevaron.

En la quinta vivía un casero, a quien ataron a una silla. Sobre sus rodillas, dejaron a la beba. Fue este hombre quien la llevó con la familia. De Claudio no se supo nada más; a Eva la vieron hasta septiembre en el Atlético. Los dos están desaparecidos.

La pregunta más difícil

El 10 de enero de 1977, Isabel Cerruti festejó su cumpleaños en la clandestinidad. Ella y su compañero, Ernesto Berner, tenían una noticia importante para compartir con la familia: estaban esperando a su primer hijo. Ernesto fue secuestrado al día siguiente por una patota de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y posteriormente desaparecido.

Isabel dio a luz a su hijo, Norberto, el 23 de agosto de 1977 en el consultorio de un médico que estaba convencido de que, por su seguridad, no debía ir al hospital. Cada dos semanas solía llevar a Norberto a visitar a sus abuelos paternos. El 22 de julio de 1978, cuando fueron al departamento, los estaba esperando una patota del Banco.

Los dos –madre e hijo de once meses– terminaron en el centro clandestino ubicado en la autopista General Riccheri, aunque separados. Isabel preguntó dónde estaba su bebé. “Quedate tranquila, que lo está cuidando una chica”, le contestaron. Después le pidieron una dirección para llevarlo. Ella les dio la dirección de sus padres, aunque no creyó que los represores lo fueran a devolver a la familia.

Mientras estaba en el “tubo” –una especie de celda–, Isabel lloraba y uno de los guardias le preguntó qué le pasaba. Ella se animó a decirle que era porque no sabía dónde estaba su hijo. El guardia le pidió un teléfono y llamó, pero nadie atendió porque sus padres los estaban buscando. Al rato, la sacó y la dejó llamar a ella. Finalmente su madre contestó. Después de una conversación que intentó ser trivial, ella se apuró a pronunciar la pregunta más temida:

–¿Cómo está Norber?

– Está durmiendo.

Entonces respiró tranquila, saludó a su mamá y le dijo: “Todo va a estar bien”.

Norberto cumplió un año mientras su mamá estaba secuestrada. Del Banco, Isabel pasó al Olimpo y recuperó la libertad recién en enero de 1979. Él no tiene recuerdos de su paso por el centro clandestino ni de cómo eran los encuentros con su mamá mediados por un represor que la llevaba esporádicamente a casa de sus padres. Sí recuerda que su abuela le contó cómo lloraba y se aferraba a ella cada vez que se la volvían a llevar.


Títeres en Olimpo

-- Yo estuve con vos en Olimpo. Sos igual a tu mamá.

Adriana Lewi abrió grandes los ojos ante la mujer que le hablaba en los tribunales de Comodoro Py. Era Cristina Jurkiewicz, que también había estado secuestrada en ese centro clandestino con su bebé y con su mamá, María del Carmen Artero.

Adriana es la hija de Ana María Sonder y de Jorge Lewi, secuestrados el 8 de octubre de 1978. Al momento de los secuestros, tenía un año y medio. Por Cristina, Adriana se enteró de que su mamá jugaba con ella dentro del campo de concentración y le hacía con las manos como si fueran títeres. También le cantaba bien bajito en ese lugar donde el sonido más frecuente era el del dolor. 

Recuperar, gracias al testimonio de Cristina, esas escenas de amor dentro del horror fue para ella la posibilidad de ver la vida con otros colores, como si alguien le sacara la venda que tenía en los ojos, cuenta.

Personajes secundarios de una tragedia

Los testimonios sobre la presencia de los chicos y chicas en los centros clandestinos o en los operativos en los que sus padres fueron secuestrados datan desde el Juicio a las Juntas. Caride declaró haber cuidado a Victoria y a su hermana ante la atenta mirada de la Cámara Federal porteña en 1985. Después de los casi 20 años de vigencia de las leyes de impunidad, la causa que forzó la reapertura de los juicios de lesa humanidad estuvo vinculada al secuestro de José Liborio Poblete, Gertrudis Hlaczik y su hijita, Claudia Victoria, que también fue llevada al Olimpo antes de ser apropiada por el matrimonio Landa.  Los procesos penales por las apropiaciones, promovidos por Abuelas de Plaza de Mayo, también dieron cuenta de los nacimientos o el paso de los bebés por los lugares de cautiverio de sus madres. Ya en el primer juicio por crímenes en Atlético-Banco-Olimpo, el tribunal ordenó extraer testimonios e investigar qué pasó con los hijos y las hijas que estuvieron en esos campos de concentración.

“No es un dato menor que durante todos los juicios no se contempló qué pasó con esos chicos. Nos llamaban a testimoniar por nuestros padres, pero no nos preguntaban qué pasó con nosotros”, dice Iván Troitero, que es uno de los que encaró que la tarea de reconstruir qué había pasado con los niños, niñas y adolescentes desde el sitio de memoria Olimpo, donde él trabaja actualmente.

El testimonio de Iván fue fundamental en la justicia para probar el secuestro de sus padres, Alfredo Amílcar Troitero y Marta Elvira Tilger. El 12 de octubre de 1978, Iván tenía 16 años y estaba durmiendo con sus hermanos de trece, diez y ocho años cuando escucharon un disparo en la calle. Después, una patota irrumpió en su departamento de Lugano en el que vivía la familia. A todos les preguntaron por sus padres y a él particularmente por ser el mayor lo sometieron a un interrogatorio que incluyó un simulacro de fusilamiento. Los represores los ataron y apagaron las luces para esperar la llegada del matrimonio. Él alcanzó a gritarles “rajen” pero el grupo de tareas los capturó. Marta --a quien en la militancia conocían como "Julia"-- pidió despedirse de sus hijos. Esa fue la última vez que los vieron.

Hace más de una década que Mariana Eva Pérez, Leonardo Surraco y Águeda Goyochea advertían que a los hijos e hijas se los trataba como personajes secundarios de una tragedia protagonizada por sus padres, los detenidos-desaparecidos. Algo empezó a cambiar en la justicia, pero hace falta mucho para reconocer lo padecido por quienes eran menores de edad en los años del terrorismo de Estado. En el circuito ABO, muchos destacan como parte de ese reconocimiento las preguntas que empezó a hacer la auxiliar fiscal Gabriela Sosti cuando un hijo o una hija era citado a declarar.

“Estamos ante una etapa nueva del proceso de memoria, verdad y justicia en la que empiezan a converger las nuevas generaciones”, dice Norberto Berner. “Nos toca un poco a nosotros ponerle el cuerpo. Con los compañeros abogados que llevan los casos se está empezando a discutir lo que hicieron los represores con nosotros cuando éramos más chicos. Esto es parte de lo que no está visibilizado sobre lo que sucedió en la dictadura. Es parte de lo que nos falta saber, como el destino de los compañeros desaparecidos y de los niños –hoy adultos– que no conocen su identidad”, remarca.

“Mi expectativa es que se asuma que los hijos fuimos víctimas”, dice Victoria Couto, que ya no es más la nena de siete años que pasó tres días en el Olimpo sino una mujer de 53 años. “No somos los que tendríamos que haber sido. Siempre se nos tomó como ‘hijos de’. Quiero que el hecho quede plasmado en la historia, que se le dé la importancia que tiene y que sirva para que nunca más vuelva a suceder”.

Adriana Lewi subraya, por su parte, un reclamo profundo con la justicia. "Nos han tomado como objetos que acompañábamos a nuestros padres y no como víctimas. Ahora el mundo cambió, las niñeces son reconocidas como sujetos de derecho. Nosotres nos merecemos nuestra justicia. Nos pasaron cosas terribles y queremos que quede escrito en la historia que los genocidas también nos victimizaron a nosotres".

Adriana Lewi. Foto: Adrián Perez


La investigación

En 2018, se inauguró una muestra en el Espacio para la Memoria ex Olimpo que llevaba por título una pregunta: “¿Aquí hubo niñes?”. La exhibición –que aún puede visitarse– buscaba recrear cómo fue la infancia en dictadura y reflexionar cómo el Estado terrorista actuó sobre estos niños, niñas y adolescentes.

En todos los juicios, la presencia de los chicos fue una constante. Así lo advirtieron quienes venían siguiendo las audiencias de ABO desde el Observatorio de Crímenes de Estado (OCE) de la Facultad de Ciencias Sociales (FSOC) de la Universidad de Buenos Aires (UBA), un espacio que dirige el sociólogo Daniel Feierstein. De esa forma, empezaron a trabajar quienes investigaban en la universidad y quienes lo hacían en los sitios de memoria, particularmente los equipos del Olimpo y del Atlético. “Nos propusimos reconstruir la cantidad de violencias que sufrieron los niños, las niñas y los adolescentes y que no habían sido escuchadas en los tribunales. Decimos que no habían sido escuchadas porque sí fueron narradas”, explica la socióloga Florencia Urosevich, una de las coordinadoras del OCE.

Un primer relevamiento que hicieron desde el Observatorio daba cuenta de 111 niños y niñas que vivenciaron operativos de secuestro y que habían sido mencionados en testimonios judiciales relativos al circuito ABO. En esos 111 casos se englobaba tanto a quienes fueron dejados en la casa o con un vecino, a quienes fueron llevados al centro clandestino, a quienes fueron apropiados y a quienes fueron conducidos a alguna institución –como puede ser un instituto de menores–.

A partir de 2019, se convocó a esos niños y niñas –hoy adultos– para empezar a pensar su situación y cómo esto podría tener un correlato en los tribunales. En la primera reunión, participaron solo nueve; después se convirtió en un espacio bastante más amplio. Ellos mismos trabajaron en la preparación de sus “casos” para presentarle a la Procuraduría de Crímenes Contra la Humanidad (PCCH), que conduce la fiscal Ángeles Ramos.


Muestra "¿Aquí hubo niñes?" en el exCCDTyE Olimpo. Foto: Adrián Perez


En esas reuniones, se llegaron a documentar alrededor de 300 casos de niños/as vinculados al circuito represivo –el número también incluye, por ejemplo, a aquellos que nacieron mientras sus padres o madres estaban en libertad vigilada–. “Les hijes tienen la voluntad de reconstruir qué pasó con sus viejos y que sus historias sean escuchadas. Antes no supimos verlas. Es importante que se haga desde acá porque los espacios de memoria son también espacios de reparación simbólica”, dice la socióloga María Eugenia Mendizábal, coordinadora del Espacio ex Olimpo.

“Desde la PCCH, a partir del análisis de sentencias judiciales, estamos promoviendo el relevamiento y la investigación penal de casos en los que no se ha contemplado la violencia que sufrieron niños, niñas y adolescentes en el marco de operativos de secuestro de quienes eran objeto de esos operativos –en la mayoría de los casos, sus padres–”, explica la fiscal Ramos. “Advertimos que los niños, las niñas y adolescentes fueron secuestrados junto a sus padres, llevados a centros clandestinos, sometidos a las mismas condiciones inhumanas que los adultos y, en algunos casos, abandonados en la vía pública o en institutos de menores por varios días. Esto nos obliga y determina a iniciar investigaciones penales para poder esclarecer esos crímenes al igual que se promovieron en relación con sus padres o familiares directos”, agrega.

En el interior del país, son muchas las fiscalías que ya vienen trabajando en esta temática: Rosario, Tucumán, Córdoba. En La Plata, terminó recientemente el juicio por lo padecido por los hermanitos Ramírez en el hogar Casa de Belén después del operativo en el que asesinaron a su mamá. En 2019, se hizo en esa jurisdicción otro juicio que contempló lo que pasó con otros tres hermanos después de un grupo de tareas del Batallón de Comunicaciones 601 irrumpiera en la casa que compartían con su mamá: fueron separados y a la mayor, de doce años, la llevaron a los centros clandestinos conocidos como Vesubio, Sheraton y el Regimiento de La Tablada. En Comodoro Py también se condenó al agente del Batallón 601 Carlos Españadero por los secuestros de los niños/as de la familia Santucho mientras festejaban un cumpleaños infantil. En el juicio de Vuelos de la muerte de Campo de Mayo, el tribunal dispuso notificar al diario Clarín que dos hermanitos no habían sido abandonados, como publicó, sino que sus padres habían sido secuestrados.

Los casos son muchos. Los números de Atlético, Banco y Olimpo son escalofriantes para ser pensados en el resto del país. “La idea es que esta reconstrucción que nosotros hacemos desde acá se replique en otros lugares de la forma que el equipo de investigación decida”, opina Isabel Cerruti, sobreviviente y coordinadora del Espacio de Memoria ex Olimpo. “Nosotros queremos que los sitios sean un lugar reparador, un lugar de encuentro”.