En Emoji: La película se dice que ya no es cool escribir y que ahora garpa más acertar un emoticón para que el interlocutor sepa exactamente qué está pasando. También que leer no tiene sentido, que para qué si ahora todo se puede ilustrar. Celebración de las patologías y de los vicios más dañinos de la era digital, Emoji olvida que quien no lee difícilmente pueda alguna vez articular un discurso propio que vaya más allá de la reiteración de ideas ajenas. Sus creadores tampoco parecen saberlo, dado que no hay prácticamente nada que no huela a refrito. Acá entran incluso sus lineamentos básicos: lo de meterse “dentro” de la tecnología informática es algo con lo que Hollywood viene fantaseando desde Tron (1982), y ya el año pasado Angry Birds le birló el rótulo de “Primera película basada en una aplicación”. 

Dueño de una estética que de tanto brillo obliga a entrecerrar los ojos para no encandilarse, el film de Tony Leondis tiene a las caritas conviviendo en un mundo llamado “Textópolis” mientras esperan el turno de salir a trabajar. Es decir, a que el pibe tímido y secretamente enamorado de su compañerita que comanda el celular abra el aparato y se disponga a mandar un emoticon. No a escribir, claro: parece que en la adolescencia ahora hay que ser ágrafo para levantar. Lo que sucede a partir de ahí es algo muy parecido a Intensa-mente: un control central desde donde se pulsa la figura elegida, y de allí al exterior mediante la pantalla. El tema es que todas las caritas tienen que tener ese único gesto, porque si no dejarían de servir para su misión ilustradora, e “Indiferencia”, que la llaman algo así como “Meh”, tiene muchas. Es una falla que un Triunvirato de emoticones, liderados por la malvada sonrisa dientuda y alertados de un pedido de cita del pibe con el servicio técnico, decide solucionar pidiendo su cabeza. Sin imaginación para crear un mundo metadigital, a Emoji no la ayuda ni siquiera el doblaje, que hace perder la potencia explosiva de la voz de T. J. Miller (el programador dueño de la casa de la serie Silicon Valley) en el idioma original. Otra cosa del doblaje: atención al icónico sorete con la sonrisa, porque por su voceo y su forma de conjugar verbos parece ser, mínimo, rioplatense. 

El buenudo de “Meh” escapa con la manito “Hi-5”, otro descastado, y se vuelven terceto cuando den con una hacker que sabe moverse por el sistema operativo, incluida la temida papelera de reciclaje. La mezcla entre fallados y descastados también estaba en Ralph El demoledor. La diferencia es que la película de Disney era autónoma de su contexto “real” y, por lo tanto, siempre vigente, y en ésta se habla con nombre propio de Spotify, Youtube, Dropbox, Facebook, Twitter y demás, lo que significa condenar a la película a envejecer de acá a cinco años, cuando el desarrollo informático haga que todas esas aplicaciones sean superadas por otras mejores. Otra diferencia es que Ralph era genuinamente emotiva a pesar de su moraleja. Ésta, en cambio, intenta que sea la moraleja el motivo de la emoción. Emoji es un pulgar abajo al lado de la carita roja de bronca.