El periodismo que ejercemos, en un porcentaje lo suficientemente alto, está dañando la salud de sus audiencias y lectores. No ayuda a pensar ni a tomar mejores decisiones. Nos asusta y nos advierte sobre peligros desmedidos. Sociedades refractarias, desinteresadas y resentidas, eso generamos cuando comunicamos con enfoques maliciosos e inadecuados. 

El repertorio propuesto en las agendas es tan circular y acotado que nos deja sin salida, desdibuja nuestro rol como personas capaces de transformar y modificar el mundo inmisericorde en el que vivimos, expulsa a las voces más valiosas, sigue dejando de lado a las mujeres que tienen miradas verdaderamente disruptivas.  

Si todo cambia y se regenera para adaptarse a los nuevos paradigmas del siglo que transitamos, ¿por qué no debiera hacerlo el periodismo? ¿Qué nos exime?  

El contexto real 

La desaparición de especies y el calentamiento global son las circunstancias objetivas más graves que afronta la humanidad por los impactos que eso tendrá en nuestro estilo de vida. Hay un millón de especies de plantas y animales al borde del colapso como consecuencia de la actividad humana. Bastaron 40 años para acabar con el 60% de la fauna silvestre de todo el planeta. Deberemos ocuparnos de eso y sus consecuencias (sociedades profundamente insostenibles) antes de 2030. En los próximos 7 años deberemos reducir las emisiones de Carbono a la mitad. De lo contrario, un cuarto de la población mundial quedará sumida en la pobreza y millones de personas podrían desaparecer por la destrucción de los ecosistemas. ¿Seguiremos poniendo en agenda los vaivenes del dólar, reproduciendo las chicanas de la política tradicional, hablando del riesgo país, de la maravillosa educación de Finlandia y de la destrucción de los territorios como única salida posible ante la crisis que nos aqueja? 

Periodismo regenerativo 

Tenemos por delante el desafío del siglo: reconstituir las sociedades donde vivimos. Y es transversal, incluye a la economía, a las relaciones entre los países, el mundo del trabajo, la educación y las instituciones. El periodismo debe constituirse en el verdadero conector de las conversaciones ausentes, bregar por la comunicación impecable, por la escucha activa y, definitivamente, por la concordia. Pero no será posible sin antes darnos una interpelación histórica. Correspondería que sea bien ruidosa, capaz de espantar a los miedosos, a los que ejercen el periodismo cómodo, y acercar a los más bravos.  

Necesitamos discutir acerca de un periodismo regenerativo. Aquel que acompañe, se involucre y colabore en la reconstrucción que viene. Que atienda nuevos planos éticos, morales y de responsabilidad socioambiental. Un periodismo que entusiasme y anime, que no se remita exclusivamente a la maledicencia. Un periodismo que busque profesionalizarse y aprenda a preguntar. Preguntar, preguntar y preguntar. Que opinen las audiencias. Periodistas capaces de adquirir plasticidades para los aprendizajes permanentes que nos esperan. Aprender y desaprender es la nueva consigna.  

Hacer periodismo regenerativo no es una propuesta destinada exclusivamente a que las personas cambien. En primera instancia busca transparencia entre sus filas, redefinir el modo de hacer las cosas, el propósito, su propia legitimidad y cuál será la estrategia para reconstituir el vínculo con las audiencias. Una profunda y movilizadora interpelación que ponga sobre la mesa todos los dilemas de la profesión. Los históricos y los nuevos. Porque el actual ejercicio corrompe nuestros sentidos. Lo ha venido haciendo desde hace tanto tiempo que ya incorporamos las malas artes y estamos al límite de los plazos para reparar. No es posible esperar un minuto más para esa reconstitución que nos debemos.  

Recién superadas esas instancias el periodismo podrá aspirar a alentar las conversaciones públicas que los ciudadanos nos debemos. 

En el Día del Periodista no se me ocurre otra cosa que activar lanzando una llamada a colegas del país y nuestra región para constituir una comunidad de intereses capaz de lanzarse a revisar todo lo hecho y desprenderse de las arrogancias que nos anteceden. Que pueda mirarse y decir lo que haga falta. Compartirlo con otros, escuchar a otros, y aceptar el universo crítico que sobrevendrá. Y una vez que haya pasado todo eso, recién después, empezar a trabajar por el bien común colaborando en la regeneración de todo lo que haga falta para aspirar a la economía justa, la educación necesaria, el trabajo decente, las ciudades vivibles, las instituciones transparentes, la política sensata.

Felicidades y coraje, queridos escribas y hablantes de mi país.

Sergio Elguezábal es periodista, especializado en ambiente y sustentabilidad