Podría mencionarles todas las canciones del disco Exile on Main Street de los Rolling Stones de quien soy fan desde pequeño (puede decirse con seguridad: soy un rollinga), pero la canción a la que quiero referirme en estas líneas es una canción que cantaba Claudio Gallardou con la Banda de la Risa en la obra Arlequino, el servidor de dos patrones de Carlo Goldoni, precisamente la canción de la despedida con la que cerraba el espectáculo.

Recuerdo que decía: “Y otra vez el telón se baja, el actor cuelga su máscara entre cajas. Y en un clavo entre bambalinas soltará esa cartapesta un suspiro de papel…” Y más adelante todos los actores y actrices repetían: “Batucada que comanda el Arlequín…” “que comanda… El Arlequín”

Esta canción la conocí, la aprendí y la sigo canturreando desde el año 2001, ese año me encontraba operando las luces de este espectáculo en el teatro Margarita Xirgu. Fue allí que tomé contacto con esta banda de hermosos artistas, que como con los Stones también puedo decir soy fan, y por supuesto con ese maravillo universo de los payasos que distingue a la banda. Esto para mí fue y es muy importante tanto humana como profesionalmente.

Yo venía de Mar del Plata luego de haber terminado la escuela de teatro (EMAD), en esos años durísimos que atravesamos en el país y en la región una profunda crisis económica, política y cultural. Eran los momentos de desmovilización política, del neoliberalismo salvaje, donde aún se seguían alentando las ideas del fin de las utopías, y en el arte “lo posmo” y la asociación de la libertad con “el arte por el arte” como condición.

En ese clima es que recién recibido y con un título en la mano que decía “actor” pensaba cual era mi teatralidad, mi poética, mi lenguaje teatral como generación.

Recuerdo que venía de ver Ya nadie recuerda a Fréderic Chopin de Tito Cossa en el Teatro Nacional Cervantes, y a la compañía catalana La Fura del Baus en la cancha de básquet del club Once Unidos de Mar del Plata. Pues bien, ¿dónde me ubicaba teatralmente con 23 años, y en medio de la explosión social y la confusión política? ¿Dónde me ubicaba en términos poéticos y estéticos cuando la frivolidad y la superficialidad cruzaban toda práctica cultural, y desde los medios de comunicación masiva se legitimaban y promovían producciones artísticas de muy bajo nivel, incluso ideológicamente muy discutibles?

En fin, llegó aquel diciembre del 2001 y el país explotó, y nos largamos a la calle y a las plazas y a las barricadas y a las piedras, desde el impulso primario (pero no menor) de identificar al enemigo que nos venía a reprimir. Pudimos entre otras cosas presenciar el asesinato de jóvenes, descubrir en primera persona que otros te pueden disparar y asesinar en democracia por el hecho de manifestarte. La policía como brazo represivo del estado cumplió con creces su rol, dejando un saldo de 39 muertos en todo el país.

Ese impulso del salir a la calle, de encontrarnos con otros, de ver los múltiples gestos solidarios de nuestro pueblo, y conmovernos y accionar para poner el hombro, la cabeza y el corazón para reconstruir, y construir una realidad mejor fue determinante para mí. Porque dio sentido al “hacer”, aun así, no resolvía esto mi teatralidad ni mi poética. La participación social y política empezó a ser un camino formador, la militancia cultural, social y política de aquellos años dieron profundidad y contenido a las palabras y las escenas. Pero llegaría el momento donde todo eso tendría que hacerse artefacto teatral, y allí fue donde la formación de la escuela y de los maestros cobraría una significancia mayor. Antonio Mónaco, Raúl Serrano, y la importancia de pensar en el teatro independiente como forma capaz de organizar la producción teatral y la grupalidad capaz de proponer un artefacto escénico que pueda transformar y transformarse en herramienta expresiva. Apareció Brecht y el desafío de pensar las ideas teatrales de mi tiempo, como una épica argentina y latinoamericana, línea de investigación que continúo hasta hoy.

Pero, además, se me cruzó la banda. Allí La Banda de La Risa aparece con la contundencia del payaso y me linkea directamente al nacimiento de la escena nacional. Si yo pudiera hacer un trabajo de antropología gestual, advertiría y reconocería el legado del payaso. Este elemento termina de completarme un camino y una explicación posible al por qué me resuena así el teatro que hago y quiero hacer.

En 2001 El Gallego Gallardou firmó mi valijita y bautizó a mi payaso con el nombre de Pichirucho. Luego de varios años sin vernos, al encontrarnos le canté de un sopetón la canción de Arlequino, y rematamos juntos “Batucada que comanda el Arlequín”. Ya tengo dos hijes Carmela y Tabaré, que en el mundo del payaso y según Gallardou se llaman Fideíto y Purpurina.

Por último, decir que al texto de Goldoni no lo conocía previamente, pero en una charla que mantuve hace poco con Maurico Kartún supe que las canciones que allí se cantaban, incluida la que motiva este texto habían sido escritas por él. O sea, letra de Kartún, interpretación de Gallardou y la banda. ¡Maravilloso!

¿Qué más se puede pedir? Si tuviera que colorear estas líneas con otra canción, me pondría mi nariz de payaso y pondría "Happy" de los Rolling Stones y su disco Exile on main Street.

Manu Santos Iñurrieta es actor, director y dramaturgo. Es director del grupo Los Internacionales Teatro Ensamble. Y es coordinador del área de teatro y director adjunto de los departamentos de arte del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.