La discusión en el Frente de Todos pone en tela de juicio el papel de las PASO. No se discuten como herramienta de participación, sino por su capacidad de movilizar electores. Porque, en la lectura final, lo que trasciende a los medios y afecta el clima de las elecciones generales ya no es el resultado de la interna sino la comparación de los resultados globales de cada partido. Al meterse por la ventana en ese clima preelectoral ha disparado especulaciones y corridas cambiarias.

Las PASO están establecidas por ley, así que se celebrarán sí o sí, con una lista o con varias. Las internas se pensaron para democratizar en los partidos políticos el proceso de designación de los candidatos. Lo real es que en parte funcionaron así, pero el efecto principal no estuvo en ese mecanismo, sino en la lectura de sus resultados.

No se mide lo que sacó cada candidato en la interna, sino la sumatoria de cada fuerza. La lectura mediática posterior no se fija en la competencia entre las listas de la interna de cada partido, sino en la competencia entre los partidos.

O sea: se convoca a los electores con un objetivo. Y después se hace una lectura de esa convocatoria pero con otro parámetro. El efecto es engañoso pero ha tenido un fuerte impacto en el clima previo a las elecciones reales, inclinando miles de los votos más volátiles hacia uno u otro candidato. Es uno de los argumentos de Sergio Massa y la mayoría del kirchnerismo.

También es real que si hay dedazo, cualquiera se puede presentar como candidato y competir. De esa manera se incorpora un mecanismo democrático al funcionamiento de los partidos y las alianzas. En el caso de alianzas, las PASO permitirían la expresión de las distintas fuerzas que la componen.

Con estos argumentos Daniel Scioli, candidateado por el oficialismo albertista a la presidencia, y Victoria Tolosa Paz, a la gobernación de la provincia de Buenos Aires, se oponen a la conformación de una lista de unidad. También plantean que el debate y la contraposición de ideas atraen electores que quieren intervenir en esas definiciones.

El otro argumento de Massa, como ministro de Economía, es que un hipotético resultado en las PASO favorable a Javier Milei, por ejemplo, que plantea la dolarización de la economía, sería aprovechado para provocar una corrida cambiaria de proporciones. Los índices macroeconómicos serían disparados al filo del descontrol. El golpismo quedaría a un paso. Sectores del Círculo Rojo mantienen la intención de adelantar la entrega del poder y convertirla en un “derrocamiento constitucional”.

El argumento busca rebatir la posición del presidente Alberto Fernández que insiste en que haya candidatos compitiendo en todos los niveles. Pero también es una forma de blindar al mismo Alberto Fernández al ofrecer menos flancos vulnerables.

En el massismo, el rechazo a la presentación de varias listas es irreductible. En el kirchnerismo es más flexible. Los otros candidatos tienen posiciones diversas: Agustín Rossi mantiene una posición similar a la de Scioli; Juan Grabois bajaría su candidatura si el candidato de unidad resultara Wado de Pedro, pero la mantendría si fueran Massa o Scioli, y Claudio Lozano coincidiría con la posición de Scioli y Rossi.

El debate acicateado por encuestas que muestran a un Scioli perdedor ante Wado, pero con una considerable cantidad de simpatías, alcanzó un punto en el que se llegó a hablar de la creación de otro frente por parte del kirchnerismo, sus aliados y el massismo, si se rechaza en el Frente de Todos la lista de unidad. En este nuevo frente no habría competencia y los demás candidatos correrían por separado.

Más que basadas en cuestiones reales, tanto las encuestas como las versiones parecen formateadas para intervenir en forma oblicua en esta discusión. Es difícil que haya rupturas o movidas tan drásticas con las elecciones encima, pero el debate está todavía muy abierto y todo puede suceder.

Lo mismo podría decirse de Juntos por el Cambio, donde las movidas han sido aún más drásticas que en el Frente de Todos. La sucesión más lógica en la alianza liberal conservadora tendría que haber sido Horacio Rodríguez Larreta, pero fue abortada por el mismo Mauricio Macri, quien primero impuso a su primo Jorge Macri como candidato del PRO en CABA y luego taponó la alianza con Juan Schiaretti que proponía Larreta.

Macri no puede ser candidato a nada en estas elecciones porque es el campeón de la imagen negativa. Ninguno de sus adversarios o de sus conmilitantes ni siquiera María Eugenia Vidal es peor visualizado que Macri. Pero se resiste a perder poder en el PRO.

El pensamiento de Macri es reaccionario. Pero además de coincidir con Bullrich, cuando la respalda en esa interna, es claro que busca defender los votos que les muerde Milei. Y además piensa en una posible alianza parlamentaria posterior a las elecciones, cualquiera sea el resultado. Una alianza de ese tipo podría convertirse en un cerrojo para cualquier iniciativa del campo popular. Macri piensa en esa forma. También funcionó como cerrojo el monstruoso préstamo del FMI que gestionó cuando la derrota se le venía encima.

En este caso también hay versiones. Dicen que Macri tiene operadores alrededor de Milei para enchufar en sus listas candidatos que después se unan al bloque de Juntos por el Cambio. Milei no tiene estructura y se apoya en restos del menemismo más rancio o en viejos partidos conservadores, partidarios abiertos de la dictadura, que estaban a punto de extinguirse. Lo peor de la “casta”.

Elisa Carrió está buscando meter candidatos y para lograrlo es capaz de decir cualquier cosa de cualquiera”, dijo Federico Angelini, el hombre que dejó Bullrich al frente del PRO. Más allá de sus motivos, la dirigente de la Coalición Cívica, aliada de Macri, hizo una lúcida descripción de lo que propone el expresidente con un acercamiento a Milei. “Hará un ajuste muy brutal sobre las clases medias en cuatro meses. Irá de la mano de una noción de orden que ya es parte del discurso de Macri, Bullrich y Milei. Pero no de un orden que proviene de la Justicia, de la República o de la represión respetando los derechos humanos, sino en la noción de un orden en el que hay que reprimir hasta matar si es necesario”.

Es lo que fue el gobierno de Macri que ella acompañó y defendió. Cuando mataron a Santiago Maldonado y no se encontraba su cuerpo, fue una de las que dijo que lo habían visto en Chile. Esa fue también la génesis de la violencia en los años de las dictaduras, entre 1955 y 1983. Carrió describió lo que piensa Macri, el que dirige la alianza de la que forma parte, pero también es la descripción de la peor tragedia que vivieron los argentinos con las dictaduras.

Ajuste más represión es la vieja fórmula que cayó sobre los argentinos bajo gobiernos militares y neoliberales. Es la política de la verdadera casta, la que defiende intereses de las elites y asegura sus privilegios con el control de las corporaciones mediáticas más jueces y fiscales que aspiran a ser parte de ella. Antes lo hacía con el control de las Fuerzas Armadas y de Seguridad. Ahora con multimedios y jueces.

La interna de Juntos por el Cambio se estira y deforma por la gravitación del fenómeno Milei. El gritón es, a su vez, la consecuencia de frustraciones políticas y malestar económico, pero también del abuso de los discursos de odio y de la antipolítica promovido por los medios y los grupos que pululan en el macrismo.