Entraron a su casa pero no se trató de un robo. Alguien se acostó en la cama matrimonial y puso todos los juguetes en fila en el cuarto de la niña. A partir de ese momento Julia y Rafael serán seres frágiles en el dúplex de un barrio arbolado. Tal vez esa vulnerabilidad estuvo desde siempre pero ahora es una mancha invisible que la deja a Julia desvelada en el calor de la noche.  

Los detalles construyen una narrativa en Umbrío que da cuenta de ese doblez que Josep Maria Miró establece en la anécdota. Como en Nerium Park el autor catalán hace de la posesión de una casa exclusiva y soñada una zona de privilegio a la que se accede dejando a otrxs en la intemperie. La propiedad se convierte en un elemento político y su invasión, el ultraje que los demás personajes realizan, aun con un extraño consentimiento, habilita una batalla íntima que los protagonistas permiten atraídxs y temerosxs. 

Hay algo de esa vida perfecta que no lxs sacia, entonces dejan entrar el peligro a su casa con la condición de entender que esa vecina, ese muchachito musculoso y ese antiguo compañero de trabajo, son sus enemigxs. Cada dato de la dramaturgia, entregado desde un lugar casual o anecdótico, se convierte en el trazado determinante de la trama.

Las miradas operan como líneas de acción que hablan de la vigilancia ejercida entre los personajes. Lucas espía la fachada de la casa de su antigua profesora. Olga observa a Julia en el balcón cuando le tira un cigarrillo encendido a un joven que se besa con una chica. La descubre en esas acciones que son otro enunciado al que los personajes se acercan para poder hallar lo que el otro nunca va a decirles. Si el espectador sabe que los personajes mienten, ese secreto hablará de su conflicto. 

La aventura aparece en el mundo de Miró reducida a un diálogo entre extraños, una incursión detectivesca por el mundo del otro para asomarse al misterio de su pareja y dejarlo entre las sombras. 

Ese montaje entre una información que podría asimilarse al acecho, a las conductas establecidas en la tensión entre la pertenencia material y la inseguridad, se revelan en Umbrío como propias de un mundo íntimo, de familiaridades que se niegan y se ocultan. Si los vínculos son la textura de esta historia, en Miró hay un escepticismo que no se aplaca en las escenas de Olga y Julia, donde la amistad cautelosa podría habilitar la confidencia. 

Entre la casa como el resultado de una posición, como el lugar de poder que Julia y Rafael tendrían y que los demás personajes vienen a subyugar con mayor o menor intención, se articula la belleza de Julia. Hay en la sensualidad del personaje interpretado por Eleonora Wexler, que no pierde la elegancia ni cuando le mete la mano entre las piernas a Lucas, un magnetismo que se lee en la misma clave de la conquista de un territorio ocupado. Acceder al cuerpo de Julia sería el capítulo final de ese hogar de paso para algunos y permanente para Rafael, que se propone domar a su esposa sin conseguirlo.  

En los parlamentos de los personajes el ritmo está marcado por la repetición de las frases, como si se buscara pasar en limpio lo ocurrido o como si se quisiera subrayar lo dicho para que el otro lo entienda o simplemente para recordarlo. 

Si Toni reproduce frente a Julia el modo invasivo, dominante pero a la vez sutil que usaban con Rafael para extorsionar a esas familiar pobres con las que Toni se siente tan identificado, es porque Miró propone una estética de la venganza que se construye a partir de actos que quedan incrustados en el otro, casi invisibles pero lo hacen dudar de sus propios deseos, de su captura frágil de la felicidad. 

Umbrío se presenta de jueves a domingos a las 20 en el Teatro San Martín. Avda. Corrientes 1530. CABA.