Todas las tardes una banda militar se acerca al cementerio de Santa Ifigenia y toca el himno cubano. Todas las tardes una banda militar rinde homenaje a José Martí, el patriota que empezó la guerra de liberación contra España y en 1895 murió peleando sin tiempo de comprobar hasta qué punto su sospecha sobre los Estados Unidos se haría realidad: al final de la guerra Cuba se convertiría en un dominio norteamericano. El próximo domingo, 4 de diciembre, otra ceremonia inundará el aire del cementerio de Santiago de Cuba donde también está enterrado Compay Segundo. Ese día comenzarán a reposar en Santa Ifigenia las cenizas de Fidel Castro, el José Martí del siglo XX.
La provincia cubana de Oriente es la tierra de Fidel Alejandro Castro Ruz, nacido de padres gallegos en Birán, Mayarí, el 13 de agosto de 1926 y educado por lasallanos y jesuitas en Santiago de Cuba antes de que el ascenso económico de la familia le permitiera cruzar el país y estudiar Derecho en La Habana. El Oriente de masones y libertarios había sido la base de operaciones de Martí y sería el punto de apoyo de Castro. En Santiago, dentro del Oriente, el 26 de julio de 1953 Fidel intentó tomar el cuartel Moncada, que hoy es una escuela pintada de lacre en el centro de la ciudad. Fracasó y fue preso. Vuelto a México, desembarcó en Cuba con el yate Granma y 81 guerrilleros más y se internó en Sierra Maestra, también en el Oriente, para controlar el área y utilizarla como palanca en una larga marcha hacia La Habana desde donde gobernaba el dictador Fulgencio Batista.
Los grandes hechos suelen agregar encrucijadas que a veces hacen olvidar el origen de los procesos.
El 16 de abril de 1961 Fidel declaró el carácter socialista de la revolución cubana. “Compañeros obreros y campesinos, esta es la Revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes”, dijo Castro. “Y por esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida.” Ya habían comenzado los bombardeos a los aeropuertos y al día siguiente, el 17, se inició la invasión de mercenarios pertrechados en los Estados Unidos en Playa Girón.
El 4 de febrero de 1962 Fidel pronunció el discurso que sería conocido como Segunda Declaración de La Habana. Denunció la intervención de Washington y se comprometió a proyectar la revolución que había triunfado el 1° de enero de 1959 en una dimensión latinoamericana. Fue la respuesta a la expulsión de Cuba de la Organización de los Estados Americanos y a la ruptura de relaciones diplomáticas dispuesta por todos los países de la región menos México. Poco después de la Segunda Declaración los soviéticos, que ya se habían acercado al gobierno de Fidel después de la indiferencia inicial, montaron un dispositivo de misiles tierra-aire. La crisis entre la Unión Soviética y los Estados Unidos instaló ya francamente a Cuba como una frontera caliente más de la guerra Este-Oeste como ya lo eran las dos Alemanias.
El plano de la lucha planetaria entre las dos principales superpotencias se superpuso así a lo que había comenzado como una revolución democrática y nacional que se encadenaba no solo en la práctica sino en la teoría de Martí. Poco antes de morir, en una famosa carta a Manuel Mercado escrita el 18 de mayo de 1895, escribió que era su deber garantizar la independencia de Cuba para impedir “que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”. Sin la revolución de Fidel, el Che y Camilo Cienfuegos es probable que Cuba no fuera el único rincón de América donde los chicos no trabajan sino una Honduras, una Guatemala, una República Dominicana más.
El mismo eje de competencia entre Moscú y Washington se entrecruzó también con el compromiso de Cuba, desplegado a fines de la década de 1960 y sobre todo en la del ‘70, con las guerrillas del continente, desde los Tupamaros uruguayos al Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile hasta el Ejército Revolucionario del Pueblo y los Montoneros en la Argentina. La peronización y posterior fusión de las Fuerzas Armadas Revolucionarias con Montoneros podría haber sido también un efecto de la estrecha relación entre dirigentes de las FAR y autoridades de La Habana.
A esa altura Fidel Castro era un consagrado líder latinoamericano pero también una figura mundial tanto por el símbolo  –el liderazgo de una isla que resistía a los Estados Unidos a solo 144 kilómetros de sus costas–  como por el ejercicio diplomático. Fidel se convirtió en un animador permanente del Movimiento de Países No Alineados. Fue el vértice donde remataban los movimientos independentistas, a menudo convertidos luego en partidos de gobierno, de las nuevas naciones de Asia y África. Si la relación privilegiada con la Unión Soviética funcionaba como un instrumento de disuasión real, es decir nuclear, frente a los Estados Unidos, la Cuba de Fidel compartía la participación abierta en conflictos como el de Angola, donde apoyó a uno de los movimientos de liberación en la guerra civil posterior a la independencia, con una diplomacia fina que de manera permanente tejía lazos para que esa red pudiera ser ofensiva y defensiva al mismo tiempo. Para Fidel el movimiento perpetuo era una forma de supervivencia. Lo era para Cuba y lo era también para su propia preservación física frente a las decenas de intentos de magnicidio. Alineado sin vueltas con la Unión Soviética, Castro nunca dejó de buscar la mayor diversidad posible de relaciones externas.
En la época de las transiciones democráticas de Sudamérica Fidel se convirtió en un aliado de los nuevos presidentes. En 1985, el mismo año del Juicio a las Juntas, Raúl Alfonsín imaginó que el despliegue guerrillero del Frente Patriótico Manuel Rodríguez en Chile terminaría fortaleciendo a los militares chilenos y, de modo indirecto, a los militares argentinos. Su razonamiento era que les daba una excusa para litigar por mayor presupuesto y poder. Tras una reunión de Alfonsín con Fidel en La Habana, en 1986, la actividad del FP Manuel Rodríguez se atenuó. Dos años después el gobierno de Alfonsín dispuso el uso de fondos reservados para financiar al comando del No en el plebiscito que convocó Augusto Pinochet. El dictador fue derrotado y en marzo de 1990 terminó la tiranía.
Los años ‘90 fueron difíciles para Castro y Cuba. En 1991 implosionó la Unión Soviética y con ella se terminaron tanto la ayuda económica, que canjeaba en condiciones inmejorables azúcar por petróleo, como la existencia del disuasivo nuclear. Fidel definió que para Cuba la caída soviética era un nuevo bloqueo que se agregaba al embargo forzoso dispuesto por los Estados Unidos en 1960. “Surgió un nuevo bloqueo cuando aún teníamos el viejo bloqueo”, dijo en un discurso pronunciado el 16 de diciembre de 1991, que dio comienzo al llamado Período Especial marcado por severas restricciones de consumo, transporte y energía.
Las transiciones habían concluido y los gobiernos neoliberales como el de Carlos Menem hostigaron a Fidel. El caso saliente fue el de Menem, que para congraciarse con los Estados Unidos y, por qué no juntar placer con negocios, para que sus colaboradores establecieran un nuevo sistema de ganancias se asoció a la Fundación Cubano Americana de Jorge Mas Canosa, con sede en Miami y raíces en los veteranos de Bahía Cochinos.
El primer respiro asomó recién a comienzos de 1999, con la asunción de Hugo Chávez en Venezuela. El proceso bolivariano se transformó en el proveedor petrolero de la isla. Luego el radio de alianzas se amplió con el triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva y el comienzo de los gobiernos del Partido de los Trabajadores el 1° de enero de 2003 y con el inicio del gobierno de Néstor Kirchner el 25 de mayo del mismo año.
Fidel no solo apoyó activamente la negativa a la formación de un Área de Libre Comercio (ver página 2) sino que alentó la integración en sus distintos niveles: la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la Unión Suramericana de Naciones y el Mercosur. No es casual que su último viaje al exterior como presidente de Cuba, cargo que dejaría en manos de su hermano Raúl en 2011, fue justamente a una cumbre del Mercosur, la de Córdoba en 2006.
Lula contó a este diario que cuando ya era presidente del sindicato metalúrgico y había fundado el Partido de los Trabajadores, en 1980, en el momento de decidir si emprendía o no la carrera electoral consultó a Fidel en Cuba. ¿Estaba bien ser candidato a diputado estadual de San Pablo o la transformación de Brasil requería mucho más? Fidel le dijo que fuera candidato porque la diputación sería una base más de la construcción política alrededor de los gremios y del PT. Lula terminaría siendo presidente. Bajo su gobierno y el de Dilma Rousseff Brasil, además, se convirtió en el principal inversor privado en Cuba y la clave de la expansión portuaria en el complejo de Mariel.
Evo Morales narró a PáginaI12 que antes de Hugo Chávez, Lula y Néstor Kirchner, solo Fidel era su referencia. Dijo que con él conversaba sobre la organización de los cocaleros. Sobre los Estados Unidos. Y también sobre la política. “Néstor, Hugo y Lula eran hermanos mayores”, señaló. “Fidel era todavía más, pero por suerte vinieron ellos.”
En los últimos años, ya retirado de la primera línea, Fidel utilizó cada encuentro con dirigentes extranjeros, incluida Cristina Fernández de Kirchner, que lo vio varias veces hasta la última reunión, durante la visita del Papa Francisco a Cuba en 2015, para subrayar la importancia de una integración múltiple como única manera de supervivencia para el conjunto de países y para cada uno. Incluida Cuba, naturalmente, donde hoy gobierna el último Castro, porque ya anunció que no buscará ser reelecto, y está abierto el desafío de fortalecer un sector cooperativo y de pequeña empresa sin desarmar la educación, la salud y la autoestima.
Chávez fue uno de sus discípulos en la pertinacia en favor de la integración. Con él, Fidel actuó directamente como un maestro. Y cara a cara. Hasta fue el encargado de comunicarle el cáncer que le habían descubierto los médicos cubanos. El presidente venezolano llamó a Fidel de todas las maneras imaginables. Una es la que resuena más fuerte: “padre nuestro”.

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