Juan Mónaco no escucha al juez de silla que le dice que ya pasó 1 minuto y 20 segundos y es tiempo de levantarse del banco. Está pálido, mirando el piso y cada instante se le hace eterno. Del otro lado de la red está el croata Marin Cilic. Están jugando los cuartos de final del ATP 500 de Tokio. Mónaco no tiene ninguna molestia física, acaba de perder un competitivo set ante un top 10, pero lo invade una avalancha repentina de nostalgia: está tratando de digerir en su interior lo que es sentirse un extenista. Nadie se dio cuenta lo que él estaba viviendo, en un estadio con 12.000 personas. El partido fue derrota 7-5 y 6-1 en una hora y 19 minutos y durante ese período Mónaco se sintió en un laberinto: “Tenía una angustia terrible, miedo… Sentía que era el último partido que iba a jugar en mi carrera. Lloré en un cambio de lado, no podía salir a jugar el game, era el final y lo procesé de repente, solo”, relata Mónaco, en charla con Enganche en un sillón en Estudio Mayor, donde un rato después hará el programa diario ‘Con amigos así’ del cual forma parte junto al Pollo Álvarez y Mariano Zabaleta, por la nueva señal KZO. 

Luego de aquel partido en octubre de 2016, su gira debía continuar por Shanghai, un Master 1000 al que había ingresado al cuadro principal. Sin embargo, decidió subirse a un avión y volverse a Buenos Aires. Esa misma noche y durante las 30 horas de vuelo vía Qatar y Brasil, Mónaco encontró una forma particular de descarga y fue escribirle una carta de despedida al tenis: “Se llama ‘Adiós mi novia imperfecta’. Me salió volcar las cosas que me pasaron en la cabeza ese día y mi vínculo con el tenis. Es muy loco, es una carta larga. La tengo yo y solo la leyó una persona, ni a mi familia se la mostré”. Diez meses después, Pico reconoce que aún no tuvo el coraje para hacer público ese texto. Tampoco ha vuelto a tocar las raquetas, salvo para algunos compromisos benéficos, desde su último partido oficial, en Houston, el 11 de abril. Jugó tres torneos en 2017, Indian Wells, Miami y Houston, pero el desenlace ya estaba definido. En mayo anunció su retiro y comenzó otra etapa: su presente transcurre entre el asedio de las revistas de espectáculos, su relación con Carolina “Pampita” Ardohain, un nuevo trabajo en TV y las pasiones que nada tienen que ver con el tenis.

Mariana Hernández

 

–¿Cómo se empieza después de años haciendo lo mismo? 

–Vivo el día a día. Disfruto de dormir en la misma cama 20 días seguidos, algo simple. O de desayunar tranquilo o de lo que tenga ganas; de tomar mil mates. Tengo la libertad de que si extraño a mi sobrina agarró el auto y me voy a Tandil a verla, puedo seguir mis emprendimientos de cerca: tengo una cervecería con amigos en Mar del Plata (La Paloma) o un campo de yerba. Son cosas que quizá el tenis no te deja ver, hay vida más allá de una pelotita… Cuando jugás es todo tenis, tenis y tenis. Hoy puedo disfrutar más de la relación con Caro (Pampita), de conocer más a la otra persona, a pensar de a dos. El tenista es muy egoísta y una vez que dejás de jugar la vida sigue y no sos más solo vos.

–¿Pasaste de una rutina deportiva a soñar con formar una familia?

–Disfruto la vida y lo que venga será por decantación. Caro es una chica con mucha exposición, yo me estoy acomodando a un nuevo ritmo… Mientras todo vaya bien el resto va a surgir. Obvio que pienso en ser padre, me encantaría. Tengo una buena edad y ojalá que llegué esa etapa también en mi vida

–¿La adrenalina de la competencia se reemplaza?

–Estoy en un ámbito distinto y me estoy adaptando. Es un desafío. Me propusieron hacer tele en el momento justo y fue un incentivo. Aunque para ser sincero, el nudo en la panza antes de un partido era algo especial y único.

–Siempre diversificaste más allá del tenis, ¿Por qué?

–El tenis era algo que me gustaba mucho, amaba la competencia, me dio grandes satisfacciones, pero sabía que era mi laburo también. Tenía claro que algún día se iba a terminar, entonces trataba de relajar la mente paralelamente con cosas para salirme de la burbuja del deporte. Pensar todo el tiempo en una disciplina te vuelve básico, tenis-dependiente, te puede llegar a enfermar.

–Sobre todo cuando arrancaste saliendo de tu casa a los 14 años…

–Cuando sos chico no te das cuenta de las cosas. Tuve muchas agallas para tomar esa decisión, para cumplir mi sueño de ser tenista. Fue una determinación loca, pero de las mejores que tomé en toda mi vida. Fui a Miami, primero, a entrenarme con Batata (José Luis Clerc), después a España con Emilio Sanchez Vicario. En Barcelona me recibieron increíble, de otra forma no hubiera podido sostenerme.

–¿Llorabas?

–Algunas veces sí, pero igual son recuerdos lindos. Había brasileños, argentinos... Ya tenía una mezcla de culturas que era espectacular. Compartí casa con un chico japonés, una italiana y un ruso… Tuve que aprender a comunicarme y cada día era un aprendizaje.

–Los tenistas conviven más con derrotas que con éxitos, ¿es un deporte ingrato?

–Es difícil separar sensaciones, sobre todo en el comienzo. Perdés más de lo que ganás, jugás contra tipos que hace 10 años están ahí… Te tenés que acostumbrar a situaciones sin estar preparado emocionalmente. Convivir con eso y tener en claro que hay etapas en las que la vas a pasar mal, es fundamental. 

–Hay muchas cosas en juego, sueños, dinero, ¿cómo se manejan esas prioridades? 

–Al principio pensás en objetivos. Jugar ATP, ser top 100, ganar un torneo. A medida que los cumplís, te relajás, pero sigue la exigencia. Cuando me compré mi casa y mi auto, a los 20 o 21 años, no pensé más en la plata, jugaba por lo que me generaba la competencia. Me encantaba: ‘ganar este torneo’, ‘este año quiero ganarle a 5 top 10’, ‘voy por una semi de M 1000’. Mi piso era ser top 30. Luego me puse en la cabeza el top 10 y ganar no menos de 40 partidos en un año. Esos números me motivaban, no los de la cuenta del banco. 

–Fuiste muchos años top 30, en 2008 te acercaste al 10º lugar, lo lograste en 2012, ¿cómo todo eso? 

–Es complicado. En 2007 me embalé, gané mis primeros tres torneos y terminé ese año casi top 20. Arranco el 2008 encarrilado, llego a la final en Viña del Mar con toda la gira de polvo por delante, fresco, 23 años… Y ¡pum! Me rompí el tobillo en la final de dobles y no pude jugar la de single. Después, llegué a Roland Garros top 20 y me agarró neumonía ¡pum! Tres meses parado. Trataba de no bajonearme. Si quería ser top 10 tenía que sí o sí ser regular, sin lesiones ni cosas exteriores que molesten. Los planetas no se alineaban, se me iba la confianza cuando había puntos en juego. Perdí varias finales, pero sabía que en algún momento iba a llegar. 

–¿Cambió algo en 2012?

–La verdad que 2011 lo terminé bien, jugando la final de Valencia, cuartos de final en París y después vino la final de la Davis, en Sevilla. Cuando arranqué 2012 me decía ‘este tiene que ser mi año’. Con 27 años, maduro. No defendía tantos puntos hasta el final del año… Era mi oportunidad. Fue clave planear un buen calendario y al ganar en Viña del Mar, en febrero (1º torneo en 4 años), se fue dando todo.

–¿Ser regular es lo más difícil?

–Ahora me doy cuenta de que fui un jugador muy regular, es difícil mantenerse top 30. Gané 9 torneos. Luché con la muñeca la última etapa, me infiltraba, me duraba cinco meses, después cuatro y cada vez menos. Hasta que me rompí. Me operé, volví, gané un torneo y me di todos los gustos en 2016. Sin embargo, Argentina es súper exigente con el deporte y hasta se malacostumbró el público con la Legión, con los cracks. Yo estoy contento de haber sido el mejor jugador que pude ser.

–Para tu juego era vital la mentalidad, la intensidad y el físico. Al no tener golpes de definición, ¿es más meritorio haber llegado a ser número 10?

–Cada tenista está donde se merece. Hay jugadores que tienen más tiros y yo potenciaba otras cualidades: la tenacidad, ser exigente conmigo mismo, ser hiper profesional, la alimentación. Estuve 12 años sin tomar gaseosa. A los 20 años me dijeron que no era bueno para mi cuerpo y se me metió en la cabeza. Desde que me retiré tomé de todo tipo, con hielo y en cantidades industriales (se ríe).

–Tenías conducta…

–Fui un obsesivo del entrenamiento. Trataba de dormir mínimo 8 horas, hice yoga para la elasticidad, siempre me preparé de la mejor forma. Antes me ponía ansioso y me aceleraba, hasta que me di cuenta de que si mi ritmo de bola era alto, podía sostener un ritmo físico y mental durante un tiempo largo. 

–¿Qué significó la Copa Davis?

–Algo especial, siempre, cuando venía la Davis me paralizaba. Todo cambiaba. La Davis era lo primero que ponía en mi calendario y fue prioridad toda mi carrera. Nunca la esquivé por priorizar otra cosas o por ganar plata. Muchas veces íbamos y no ganábamos plata y en el circuito sí. Eso la gente no lo sabía.