Black Medusa                   6 puntos

Ma Tasma'a Kan Al Reeh; Túnez, 2021

Dirección: ismaël.

Codirección: Youssef Chebbi.

Guion: ismaël y Youssef Chebbi.

Duración: 95 minutos.

Intérpretes: Nour Hajri, Rym Hayouni, Aymen Ben Hmida, Mehdi Hajri, Callum Francis Hugh.

Estreno en MUBI.

No existe una sola reseña de Black Medusa que no mencione, en uno u otro momento de la argumentación crítica, la influencia de la película iraní Una chica regresa sola a casa de noche. Es que la opera prima del tunecino ismaël (la grafía del nombre artístico del realizador no lleva mayúscula), en codirección con Youssef Chebb, con sus imágenes en blanco y negro de una ciudad estilizada, le debe bastante a aquella relectura en clave fantástica de las obsesiones visuales del cine negro. A diferencia del film de Ana Lily Amirpour, el de ismaël no incluye vampiros, pero sí una protagonista sedienta de sangre. 

Estrenada en plena pandemia en el Festival de Rotterdam 2021, Black Medusa, cuyo subtítulo en pantalla reza “Un cuento en nueve noches”, entrecruza el neo noir, el retrato íntimo de una asesina serial y una reflexión sobre los roles femeninos en el cine, con la violencia de género como trasfondo innegable y los géneros cinematográficos bien a mano a la hora de estructurar la trama y sus vericuetos.

Así dispuestos los elementos narrativos y formales, se despliega la violenta historia de una joven sordomuda (¿o acaso no es tan así?) llamada Nada, a lo largo de nueve noches de violencia y muerte. Nada es montajista y trabaja diariamente editando material audiovisual; por las noches se transforma en una suerte de viuda negra que acecha los boliches y bares de la capital de Túnez. Prima lejana de Thana, la protagonista del clásico de Abel Ferrara Ms. 45, la protagonista seduce a una serie de hombres para terminar violentamente con sus vidas. Es lo que ocurre la primera noche, poco después de que una voz en off relata la fábula de un hombre sin memoria atrapado en un foso infinito y sin posibilidad de escape. Esa víctima seminal ni siquiera requiere el uso del fuerte anestésico que la protagonista suele volcar en los vasos de sus víctimas: la intensa borrachera permite que Nada lo asesine de la manera más salvaje (y simbólica) que pueda imaginarse.

Si bien el trauma de origen (de haberlo) detrás de las razones para el raid homicida nunca se explicitan, los detalles de una pesadilla y la obsesión misándrica de su accionar señalan hacia algún hecho personal transformado en odio a todo el género masculino. La llegada de una nueva colega a la oficina, que parece interesada en entablar amistad, permite que la trama incorpore algunos elementos de suspenso de raíz hitchcockiana, pero ismaël prefiere concentrarse en el recorrido de la anti heroína de manera clínica, conjurando un tópico clásico en muchos films de “violación y venganza” de los años 70: el camino de autodestrucción inevitable cuando la víctima se transforma en victimario, en monstruo. Visualmente atractiva, ingeniosa a la hora de transformar la nocturnidad de una gran ciudad en una selva peligrosa, tal vez la mayor virtud de Black Medusa (el título tiene su explicación durante una secuencia en un museo de arte moderno) radique en su negativa a transformarlo todo en una alegoría de la sororidad, los tiempos post #MeToo o el lugar de la mujer en la sociedad tunecina después de la Revolución del Jazmín.