Desde Córdoba

Excavar y remover más de cuatro toneladas de tierra. El clima no ayuda: a la sombra hace 47 grados, los primeros días de enero de este año. “Algo tiene que haber” –asegura el entrenado Equipo Argentino de Antropología Forense– detrás de los tres pinos de esa casa en Villa Belgrano, en el noroeste de la ciudad de Córdoba. Liliana Vanella y Dardo Alzogaray, una pareja de historiadores, habían enterrado parte de su biblioteca en el patio entre diciembre de 1975 y marzo de 1976. No querían quemarlos, práctica tan frecuente como efectiva para deshacerse de los textos considerados peligrosos y no dejar rastros. Necesitaban protegerlos, esconderlos, preservarlos de la represión y el terror. Los libros podían pasar a la clandestinidad, pero no se exiliaban. Salvar esos libros y salvar sus vidas era lo mismo. Después de ocho años en México, la familia regresó al país. Luego de algunos intentos fallidos, Dardo cavó y encontró una bolsa con un libro deshecho por la humedad. Decidieron cerrar el pozo y dar la biblioteca por perdida. Gabriela Halac y Tomás Alzogaray Vanella, unidos por la misma indagación en torno al destino de las bibliotecas de sus padres, empiezan a trabajar juntos: entrevistan a Dardo –que murió en septiembre de 2015– y a Liliana, y aventuran la posibilidad de exhumar los libros. Se une al proyecto Agustín Berti. A un metro y medio bajo tierra se encontraron dieciséis paquetes. La Biblioteca Roja. Brevísima relación de la destrucción de los libros, publicado por Ediciones DocumentA/Escénicas, es un libro extraño, inclasificable en su bellísima y anómala rareza, como si fuera un dispositivo escénico que construye, narra y ensaya procedimientos de transmisión de experiencias complejas e intensas. 

¿Un libro tierra es un libro?

Más de 250 cincuenta personas recorren las vitrinas de la sala donde se exhiben algunos de los paquetes encontrados, previo a la presentación en la sala DocumentA/Escénicas, de la que participan Halac, Berti, Alzogaray Vanella, Liliana Vanella y Alejandro Dujovne. Una de las tapas, la “mejor” conservada o la menos deteriorada, permite establecer que es un ejemplar de Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci, publicado por la editorial Lautaro. “Intento escribir lo que veo: paquetes de tierra, atravesados por raíces, pegados a una base de ladrillos, aplastados y amalgamados al suelo, varios de ellos meteorizados, otros en bloque prometen algo de papel”, plantea Halac en uno de los textos de La Biblioteca Roja. “¿Qué es un libro que no se puede leer? ¿Un libro tierra es un libro? ¿Un libro raíz es un libro? No alcanza el lenguaje para la descripción. Es una especie conocida pero transmutada”, agrega la escritora y editora. Dujovne lanza una pregunta al principio de la presentación: “¿Qué es un libro? ¿Qué significados tienen los libros en las vidas de las personas? Los libros cambian de sentido en función del tiempo en que se leen, quiénes los leen y la edad que uno tiene. Los libros eran peligrosos porque tenían una potencia transformadora, por eso necesitaban ser destruidos”.

 Halac comenta que su padre quemó una biblioteca y reconstruye los primeros pasos de este proyecto, que fue seleccionado por el programa Plataforma Futuro del Ministerio de Cultura de la Nación. “Cuando me enteré de que se habían quemado unos libros en el Archivo Provincial de la Memoria en 2010, me impactó mucho. El libro se llama La búsqueda y era una entrevista a Charlie Moore. Ya desde el oficio de editora sentí que no era algo del pasado. Todavía nos quedaremos con la intriga de si la quema fue intencional o no, pero en mí activó un sentido de alerta. El encuentro con Tomás y la historia que me contó me generó el fervor por lo testimonial –reconoce la editora–. Antes de fantasear con desenterrar los libros, primero fuimos a buscar los testimonios de Dardo y Liliana. Cuando se sumó Agustín al proyecto, su mirada fue importantísima para poder darle otra perspectiva. Cuando fuimos a preguntarle a Darío Olmo si podíamos hacer un desentierro vinculado al tipo de trabajo que hacían desde el Equipo Argentino de Antropología Forense, lejos de espantarse nos alentó y nos dijo que consideraba que era de gran importancia hacerlo”.

Libros como cuerpos

Ana Sánchez es una de las antropólogas forenses que participó de la excavación junto con Anahí Ginarte, Yamila de la Arada, Flavia Moreyra y Pedro Muller. “Excavar la biblioteca significó desde un primer momento el encuentro con una experiencia nueva, impensada. Significó tratar esos libros como cuerpos. Exhumar la biblioteca de una persona es, en última instancia, similar a desenterrar los restos de alguien que eventualmente ‘despareció’: tanto los huesos como los libros nos hablan de alguien, de una identidad compleja, emocional, política y social. Es el descubrimiento per se el que tiene ese valor socio-político que excede cualquier significado que pudieran otorgarle sus parientes o sus dueños”, reflexiona Sánchez en un breve texto incluido en el libro. “Desde que nos reunimos para planear la excavación hasta que la terminamos, e incluso hoy que escribo, gran parte del trabajo pasó por el lado de la sensibilidad. Pienso: desde la labor forense, uno espera exhumar y encontrar la evidencia de la muerte: huesos. No así, como fue el caso, la vida o la resistencia de los libros, la posibilidad de la restitución de los sentidos construidos en ese material hallado, un sentido que no ha desaparecido, y que se vuelve a ofrecer a nuevas formas de relación y de conocimiento”.

Dujovne define a esta experiencia como “inédita” en varios sentidos. “Que se llamara al equipo de Antropología Forense para el desentierro era impresionante: parecía que desenterraban cadáveres. De hecho cuando vi los libros unos meses atrás no me animé a tocarlos”, admite el autor de Una historia del libro judío. Agustín Berti, profesor de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Córdoba e investigador del CONICET, revela que cuando comenzó “esta aventura ominosa en el fondo del jardín no sabíamos qué podíamos llegar a encontrar”. “Tuvimos varias discusiones sobre qué eran los libros destruidos. Darío Olmo nos decía que toda excavación arqueológica es un fenómeno único, destructivo e irrepetible. A priori uno podía pensar que no era sólo la persecución política la que destruía los libros, sino que nosotros al desenterrarlos los estábamos destruyendo”. Liliana Vanella repite una y otra vez que está impresionada por el eco que ha tenido la historia de su biblioteca en distintas generaciones. “Durante los años 74, 75, 76, un gran tema de conversación era qué hacer con los libros por lo que significaban para nosotros. No aceptábamos tener que deshacernos de los libros. Cuando encontramos qué hacer con los libros, que fue enterrarlos en el jardín de la casa, lo que hicimos fue eso: enterrarlos tratando de cuidar las maneras de cómo preservarlos –recuerda–. Después de eso nos tuvimos que ir, a fines del 76. Cuando volvimos en el 84 a buscar los libros, ya estaban muy deteriorados. Los encontramos, sacamos un paquete y cuando vimos que no estaban para ser usados, los volvimos a enterrar y ahí quedaron”. Vanella confiesa que le impresiona cómo han reaccionado las generaciones más jóvenes. “Me doy cuenta de que es un legado que tal vez nosotros como generación lo pasamos por alto. ¿Cuántas veces en estos treinta años nos hemos dedicado a hablar de nuestros libros? Son estos chicos los que nos hacen hablar”.

–Me parece que ustedes estaban preocupados por otras cosas–, interviene Halac. Poder desenterrar los libros es formar parte de esa memoria, es una oportunidad que tenemos de ir a buscarla con las manos también.

Diario de la excavación

Alzogaray Vanella admite que al principio se sentía un poco Indiana Jones. “Los primeros dos días empezó siendo una experiencia divertida, pero a medida que fuimos abriendo surcos en la tierra, empezaron a emanar otras cosas. Yo estaba superado emocionalmente, enojado y feliz, cuando encontramos la fosa. Planté bandera: ‘esto no se mueve de acá, no lo sacamos’, fue una de las tantas discusiones hermosas y profundas que tuvimos durante este proceso. Esto es lo que tenemos: si alguien quiere ver, tiene que venir acá y pondremos un vidrio y encontraremos la manera de que se preserve desde aquí. Eso generó confusión porque estábamos para desenterrar, no para dejar eso ahí”, dice el artista plástico y actor. Halac comparte que el momento del hallazgo fue “uno de los más intensos y complejos”. “Este es un proyecto colectivo, pero la biblioteca es una biblioteca privada, que estaba en el patio de la casa de Liliana y Dardo. Cuando están los familiares, uno es una voz extranjera que viene a dar una opinión, pero que no tiene una decisión. Dejarlos así me parecía un acto de crueldad, porque los dejábamos expuestos a su suerte. Si habíamos llegado hasta ahí, teníamos que tomar decisiones. El acto responsable era sacarlos, guardarlos, acogerlos en una nueva vida. Eso era una fosa común, eso tenía otro peso. Mi espíritu práctico me llevaba a tratar de resolver la cuestión”.

Hay una especie de diario de la excavación en La Biblioteca Roja. El cuarto día, el 11 de enero de 2017, Halac escribe: “Pensábamos que en un par de horas de cavar ya habríamos llegado al fondo. Pero no. Hay que hacer el pasillo para poder trabajar y ser más cuidadosos que nunca. Casi al mediodía aparece la imagen del primer paquete. 12:16 dice mi primera foto. Un bulto rosa y otro negro. Digo paquetes porque están envueltos en bolsas de nylon y atados con un hilo azul en forma de cruz. Cada uno parece contener varios volúmenes de libros. Primero vemos dos. Los pinceles van despejando suavemente la tierra. A las 12.19 aparece el tercero. Están acostados y dan la sensación de cuerpo muerto, de fosa común, de compañeros de entierro. Un entierro hecho con mucho cuidado. Me imagino que fue Liliana la que armó los paquetes, la que eligió las bolsas donde pondría los libros, la que puso esos hilos para después poder sacarlos tirando de ellos. Los envoltorios son coloridos: rosa, celeste, negro, beige, naranja. A las 15.31 tomo la foto de la primera imagen que muestra la biblioteca completa. Aparece alguna palabra, ‘citas del presidente Mao’, en un libro que está por fuera”.

Las discusiones del equipo derivaron en diálogos delirantes, como si fueran un sketch de Peter Capusotto (ver aparte). Ni siquiera se ponen de acuerdo dos conservadoras de papel. “Sólo se puede leer el título. Y en esos términos, no son libros, son objetos que están simbolizando una biblioteca que funcionó en un determinado momento, para determinadas cosas, para solaz, para estudio, y que sufrió un proceso: el entierro, el desentierro que volvió a ser entierro… Hay una cuestión afectiva muy grande además de intereses de otro tipo que llevan a desenterrarla pero difícil es que vuelva a funcionar como biblioteca”, opina Noemí Laguzzi. “Para mí no van a dejar de ser libros por más que no se abran, no se lean. Porque forman parte de una biblioteca”, subraya Belén Domínguez. “¿Qué son estos objetos, estos libros? No hay un protocolo de conservación de este tipo de materiales –advierte Halac–. El subtítulo Brevísima relación con la destrucción de los libros es perfecto para definir dónde estamos parados”. La dueña de la biblioteca propone reflexionar acerca de lo público y lo privado. “Qué tan personales eran esos libros de Dardo. Son de la familia, pero también forman parte de una generación. Todos los que éramos estudiantes y teníamos alguna militancia política, estudiantil o social teníamos las mismas preocupaciones. ¿Cuál es el eco que la presentación de este libro tuvo? Es representativo de lo que implicó para aquella generación como problemática de vida. La vida de los libros y la vida nuestra. Nos conmovía el tema de los libros como salvar nuestras vidas. Por eso creo que trasciende los nombres y los apellidos de los que armamos esta biblioteca”.