Desde hace más de una década, Occidente suele no escuchar los reclamos ni advertencias de Vladimir Putin. Y en las relaciones políticas internacionales, ningunear al adversario tiene un costo propio, siempre. Esto parece haber sucedido con la ruptura este lunes del acuerdo que garantizaba la exportación de granos por parte de Rusia y Ucrania. 

Lo mismo había ocurrido al comienzo de la guerra en febrero de 2022. Putin venía denunciando que no se estaban cumpliendo los acuerdos tácitos de que la alianza militar occidental –la OTAN-- no avanzaría sobre el área de influencia rusa. Dijo varias veces en público que el avance de tropas extranjeras cerca de sus fronteras colisionaba con el interés vital de su Estado y rompía los protocolos de seguridad. Incluso cuando ya era claro que Rusia pretendía violar el principio de territorialidad invadiendo a Ucrania, Occidente no hizo otra cosa que empujar esta guerra que probablemente se hubiese evitado, si le cerraban las puertas de la OTAN a Volodimir Zelenski, en lugar de seguir seduciéndolo. Al mes de la invasión, el exprimer ministro de Israel, Naftalí Bennett, logró un pacto entre Rusia y Ucrania que fue tumbado: “hubo una decisión legítima de Occidente de seguir golpeando a Putin y no negociar... bloquearon el acuerdo”, dijo el israelí. En esta guerra, una vez más, EE.UU y la OTAN parecen mirar todo desde su perspectiva occidentalocéntrica, sin contemplar los deseos o necesidades del adversario. Y así todo acuerdo se rompe.

Se cae el único acuerdo

Sería clave que el único acuerdo alcanzado hasta ahora --por vía indirecta-- entre Rusia y Ucrania, se mantuviese. En primer lugar, porque millones de personas y niños pueden caer en una miseria aun mayor e incluso en la hambruna. Y segundo, porque una vez más, Occidente vuelve a horadar la poca o nula confianza que le pueda tener su adversario, hoy ya un enemigo mortal. Y sin confianza, jamás se podría alcanzar un acuerdo de paz en esta guerra atascada en un pantano de sangre y condenada a durar por años con consecuencias para ambos pueblos –en especial el ucraniano-- y bajo riesgo de ataques o accidentes nucleares.

La guerra sin fin

La pregunta más realista no es “por qué Occidente empuja otra vez a dos pueblos hermanos a continuar la lucha”, sino en qué se beneficia promoviendo la continuidad de una guerra, sin dejar mucho margen de negociación para ninguna de las partes. Una posible respuesta es que hasta ahora, el único ganador ha sido EE.UU convertido ya en el mayor exportador mundial de gas desplazando de ese podio a Rusia, país que se ha hundido en una guerra muy perjudicial para sí mismo –la cual había creído de victoria fácil-- que además lo aisló con sanciones comerciales. En paralelo, el mundo se está rearmando a una velocidad inusitada –EE.UU. es el mayor exportador mundial de armas-- y la OTAN que estaba en crisis, se reunificó y avanzó incorporando a Suecia y Finlandia. Este teatro de operaciones, en algún momento, podría repetirse contra China.

Nada de esto implica defender a Putin en algo, sino salirse del binarismo simplificante, el cual es la mejor garantía de que esta sea una guerra sin fin.