Quizás un punto de exaltación de la cultura y el arte en decenas de miles de años de la humanidad, fue cuando el italiano Piero Manzoni en 1961 expuso su “Merda d'artista”, en la Galería Pescetto. Una lata cerrada con un cartel que decía “esto es mierda de artista”, creando una escatológica ironía que rompería una vez más lo que Rancière llama “la eficacia del disenso”, en tanto y en cuanto disenso es un conflicto entre diversos regímenes de sensibilidad.

La primera cuestión política, dice Rancière, es saber: qué objetos y qué sujetos están concernidos por las instituciones y leyes. Qué formas de relaciones definen propiamente a una comunidad política, qué objetos conciernen esas relaciones, qué sujetos son aptos para designar esos objetos y para discutirlos.

En definitiva y para recapitular, la política es el poder de definir sujetos y objetos, y la relación que habrá o deberá haber entre ellos. Y ese sistema de regímenes de sensibilidad interroga tanto al arte como a las relaciones en general.

Eso lo supo León Ferrari, que interpeló con su obra las bases mismas del poder, la violencia, y confrontó con el sistema organizado de dominación de la iglesia. Es una paradoja que su propia obra haya sido vandalizada, lo cual lo vuelve incluso más difícil de encasillar, y revierte el curso previsible de la conducta de dominación.

La enfermedad del hombre espectador puede resumirse en una breve fórmula “cuanto más contempla, menos se es”, según Debord. Para Hume el sentido común puede ser una categoría para estandarizar el sentido del gusto, y colocar una u otra obra, en tal o cual estándar.

La universalidad del gusto estético es una cuestión sobre la cual sigue teorizando una buena porción del pensamiento filosófico: qué es considerado “bello”, o “buen arte” en sí mismo. La belleza puede establecerse por el contraste de lo que la idea de lo bello representa.

El “homenaje” a Garfield que firma sistemáticamente el dibujante Nik, en un movimiento que se ha autodiagnosticado el neo-vandalismo, comenzó con una especie de enojo para luego ejercitar lo que pretende ser un gracioso deporte entre sus seguidores: “pintar a Gaturro”.

La falta de delicadeza de la imaginación”, es una magistral definición de Hume para describir a quienes no están en condiciones de percibir las sutilezas de lo que se contempla. La sensibilidad que alcanza un grado de perfección más complejo, es capaz de apreciar con mayor sensibilidad lo bello o su contraste. El buen o mal arte. Y a su vez nos inhibe de percibir como importante al sentido estético, aquello de una complejidad menor. Nik.

Si alguien sabe de vandalismo es Banksy, que no sabemos quién es. Volviendo a los regímenes de artistas, en este caso, el que se diluye en anonimato es el artista, y no lo que caga. Al revés del gatoturro. En Banksy, si usted representara una amenaza no tolerable lo sabría. La pared pública se convierte en la obra, y no solo está permitido vandalizar al vándalo, sino que es regla general intentar lograr el borramiento total del anónimo. Sobre todo porque es una obra que a la vez crítica y no permitida. Hay un intento de “no estar” dentro del circuito comercial del arte: una pared no puede venderse en un museo. Al margen de la espectacular obra que el propio Banksy subastó y por la que se pagó por ella un millón de libras, un sistema la destruyó a la mitad”, o quizás la repotenció.

Duchamps jugó mucho con las implicancias de “eso no es una pipa” y el mingitorio, en el mismo objetivo, molestar. Emancipar al espectador. Un mingitorio o urinario en una pared dentro del museo ya decía muchas cosas que necesitábamos decir. Pero aún no escapaba a la museificación.

En Maglione, pequeño pueblo italiano, cuyo central atractivo es el MACAM (Museo de Arte Contemporáneo al Abierto), el artista es quizás el pueblo, también inexistente, que pinta -junto con el sol y con el frío- el momento, la experiencia, el temblequeo de mirar la ventana, la puerta o el cielo. Da igual.

Como las obras están en el camino, el paseo pasa. El detenimiento es el gesto artístico siempre. Pero ojo, la obra estará allí mañana: “Luego la veo bien”. Cuidado, el tiempo pasa para todos, la obra se corrompe -embellece-, luego se degrada (sublime ruina), y luego desaparece. En 10 años todo el museo gratuito y all' aperto es un mismo museo-otro. Es decir, las obras han cambiado siendo las mismas. El pueblo no cambia, pero en su eterna pervivencia, muere en una agonía infinita. Visiblemente decadente. Decadente en el mejor de los sentidos, quizás en el único, las obras de hecho: “caen”, se desmoronan, la gravedad opera sobre ellas también, siendo obras aun no terminadas, muriendo. Algo bastante humano. El sueño rancierano del espectador emancipado entre flaneur, turista y ciudadano.

Lo que el museo afirma como arte, el arte al aire libre lo discute. Pero a su vez discute con la ventana, con la puerta, con el cartel de “atenti al cane”, con la señal de tránsito, con la señora perfecta y su ademán perfecto, y con la sombra del ademán en la pared que no tenía obra aún, con la vulgar escultura felina.

Quizás todas las obras sean esa sombra original; y lo real la copia, o la esperanza de realidad. Habría que construir la genealogía de Garfield, a fines de sustentar mi hipótesis. Más allá de que la escultura del Gaturro sea copia, réplica, original, o incluso no sea una escultura.

Maglione se halla a mitad de camino entre el museo y el grafiti. El grafiti delictivo, se vuelve difícil de narrar. Inhallable capa tras capa. Un mero recuerdo confuso más interesado en el autor (si es que existe), que en la obra. A menos que la obra sea el autor, o su nombre. En ese sentido, podríamos preguntarnos si Garfield es más o menos vandalizable que Gaturro, ya que la obra no se separa de su autor, o al menos del “coautor inmediato”. Miau.

Los procedimientos de la crítica social, en efecto, tienen la finalidad - siguiendo a Rancière nuevamente- de curar a los incapaces, a los que no saben ver, a los que no comprenden el sentido de lo que ven, a los que no saben transformar el saber adquirido en energía militante. Y los médicos tienen la necesidad de curar a esos enfermos. Para curar las incapacidades, necesitan reproducirse indefinidamente. “Salvajes vándalos” que reformulan el plagio. Este elemento tutelar y preocupación paternal con la salud de la sociedad vandálica, persiste en su ejemplo, poner una escultura ahí, para que la barbarie se exprese. El sentido buscado de una pseudo esperanza o profecía autocumplida, en realidad logra el efecto absolutamente opuesto y es la participación, la diversión y el goce. Luego, el disenso estético se reformula en un no-mensaje de deleite. Lejos de una cura o un señalamiento de una patología, tiene la eficacia de la emancipación.

Qué viva el pueblo y los artistas de mierda. Como decía Sylvie Blocher “quiero una palabra vacía que yo pueda llenar”.