El pasado 22 de junio, Eliades Ochoa cumplió 77 años. Cuando lo llamaron para ser parte del proyecto Buena Vista Social Club, hace un cuarto de siglo, era uno de los integrantes más jóvenes. Sus demás compañeros fueron descubiertos por el mundo a su flamante edad. Quizá el caso emblemático fue el de Compay Segundo, quien al momento del lanzamiento del homónimo álbum debut de ese dream team de la música afrocubana ya era un anciano. Más que celebridades, en su Cuba natal todos ellos eran leyendas urbanas. Museos ambulantes. Griots, según la tradición del Africa Occidental, de donde provenían sus ancestros esclavizados. Figuras olvidadas que sólo tenían como goce su instrumento y revisitar ese pasado glorioso. Mientras tanto en el resto de ese Caribe de azul incomparable, que pusieron a sonear y embriagaron con boleros, se les perdió el rastro. De esa generación, la que sorteó el anonimato fue Celia Cruz. Pero porque eligió el exilio.

Con el avance de los 2000, Ibrahim Ferrer, Pío Leyva, Manuel Galbán, Papi Oviedo, Rubén González, “Puntillita” Licea, “Cachaíto López” y Compay Segundo fueron partiendo de este mundo. Uno tras otro. Murieron al menos con el confort de haber conocido el sabor del éxito internacional. Aún les sobrevive de esa formación Omara Portuondo, que a sus 92 años sigue publicando discos y girando, al igual que “Guajiro” Mirabal y Barbarito Torres. Justamente, este último fue inmortalizado en el tema “El cuarto de Tula”, cuando, en medio de un solo suyo de laúd, el cantante dispara: “Se volvió loco, Barbarito…”. Ese fue Ochoa, quien además se tornó en la voz líder de otros clásicos del primer álbum de Buena Vista como “El carretero”, “Candela” y la canción que iza el telón de ese repertorio: “Chan chan”. “Es verdad que mucha gente me conoció a través de Buena Vista, porque fue algo que entró y atravesó el planeta”, asienta el cantante, compositor y guitarrista.

Si bien desde 1978 integró y luego lideró el Cuarteto Patria, grupo insignia de la trova, el bolero, el son y la música campesina manufacturadas en Santiago de Cuba (está en actividad desde 1939), por lo que ya tenía una trayectoria forjada, la realidad es que de ese trabuco dirigido por Juan de Marcos González y Ry Cooder era el músico más ignoto. Pero Buena Vista Social Club no sólo fue vitrina para su exposición internacional, sino también escuela para su crecimiento artístico. De lo que da fe su álbum Guajiro, lanzado recientemente y en el que recuperó su veta compositiva. “Es una etapa diferente con respecto a la que viví cuando hicimos Buena Vista. Gente como Compay e Ibrahim tenían muchas historias para compartir, y hacer ese álbum con ellos me abrió las puertas al mundo entero”, dice. “Ahora siento que es el momento adecuado para contar mis historias. Estoy en un buen momento, y llevo estas canciones en el corazón. Podría decirse que es mi manifiesto”.

-Acá alternás tu vena compositiva con adaptaciones de clásicos de tu paisano Sergio Rivero, del boricua Tite Curet Alonso, y hasta te animás a apropiarte de “Los ejes de mi carreta”, de Atahualpa Yupanqui.

-Hice canciones hace algunos años. Pero, para serte sincero, no le puse mucho asunto a lo que yo hacía. Esa es la verdad. Yo trabajaba con canciones antiguas, de compositores lejanos. De mucho tiempo atrás. Era poesía con música.

Guajiro aparece un año después de que la disquera británica World Circuit, responsable del rescate de esos veteranos antillanos y de varios himnos de la música popular cubana del siglo XX, celebraran los 25 años de la grabación del primer disco de Buena Vista Social Club a través de una reedición especial. “Eramos una familia, y así quedamos. Tengo tantos recuerdos de ese disco que hay que pedir otra entrevista”, sugiere el artista, al otro lado del Zoom, desde su casa en Madrid. “Fue una sorpresa tremenda en todos los sentidos: desde los africanos que no pudieron llegar a Cuba para grabar con nosotros, hasta la alegría de volver a ver a Ibrahim Ferrer. Era mi amigo, pero hacía 20 años que no lo veía. Estaba lustrando zapatos, y a partir de Buena Vista volvió a ser el Ibrahim que debió haber sido siempre. Lo mismo pasó con Rubén González y Compay Segundo, que estuvo algunos años en Santiago de Cuba siendo parte del Cuarteto Patria y cantando conmigo”.

-Si bien el “Chan chan” fue escrito por Compay Segundo, ¿es cierto que vos fuiste parte del proceso compositivo del tema?

-Hice toda la instrumentación del “Chan chan”, y lo sacamos por primera vez en Santiago de Cuba. Y también allá lo grabamos. Luego, se hicieron mil versiones de esa canción.

Ochoa vuelve a las bateas y plataformas digitales de música a siete años de la salida de su anterior álbum de estudio, Los años no determinan. Aparte lo hace con un trabajo de tono autorreferencial, no sólo en sus formas sino también en su sustancia. Aunque existe el mito de que en Cuba y Puerto Rico la palabra guajiro tiene su origen en la guerra hispano-estadounidense de fines del siglo XIX, a partir de la convocatoria a la gente del campo a luchar por su independencia (deriva de la evolución fonética de “war hero”), antes y después de esta circunstancia histórica ya se usaba este término para denominar a los campesinos cubanos. “Yo campesino he nacido, pero vivo en el poblado. Pero no he olvidado que en el campo he vivido”, dice un pasaje de la letra de “Soy guajiro”, canción que inaugura el álbum e inspiró su título. Y el cantautor santiaguero ahonda: “Al que ven cantando y tocando la guitarra siempre es al Eliades campesino. De eso habla ese tema”.

También se trata del disco solista más experimental del músico porque pone a dialogar al son cubano y al bolero con otros géneros como el blues o la plena puertorriqueña. Sin embargo, aclara: “Dentro del disco, en ‘Pajarito voló’ le doy un mimo a la plena. Pero no lo hago con sus instrumentos típicos, sino a mi manera. Es una guajirada, una campesinada mía. No me salgo del son, en ningún momento. Algo parecido sucedió con ‘Creo en la naturaleza’ (versa sobre el cambio climático). Si bien lleva perfectamente el mismo ritmo y la misma forma de un bolero tradicional, podría parecer otro estilo musical (emana un dejo a flamenco) donde me acompaña Joan”. Se refiere a Joan As Police Woman, álter ego de la artista estadounidense de música indie Joan Wasser, una de las voces invitadas del álbum. “Yo quería hacer un bolero especial, por ponerle un nombre”, describe. “Y me gustó mucho la voz de ella, y la armonía cuando toca el violín”.

-Por la sensación de familiaridad del tema, donde incluso ella canta su parte en inglés, parece que se conocían de antes Joan y vos.

-Aunque no lo creas, no nos conocemos personalmente. La sugerencia vino de parte de la discográfica, y estuve de acuerdo. Ellos hablaron con Joan, y se entusiasmó con la idea de hacer el tema juntos. Gracias a ella se siente la fuerza en ese tema. Llevó a fondo el dúo. Me gusta todo lo que no puedes imaginarte.

De entre las 11 canciones que componen lo nuevo del músico cubano, destaca igualmente la colaboración del blusero Charlie Musselwhite (a manera de dato, el artista estadounidense inspiró el personaje de Dan Aykroyd en la película The Blues Brothers) en el tema “West”. “Ya habíamos colaborado en su disco Continental Drifter (1999)”, aclara. “Como la canción tiene un perfil americano, pensé en él para que tocara la armónica. Logró situarla en el Misisipi, que es de donde proviene. Lo invité con las manos abiertas y con mucho amor”. Donde también se nota ese cariño y esa honestidad es en el single promocional “Pajarito voló”, para el que prestó su voz el salsero panameño Rubén Blades. “En el caso de Rubén, sabemos la música que hace. Y sabemos que se le sale la ‘cubanía’. En la música tradicional cubana, los viejos trovadores usaban mucho eso de cantar a dúo. Ellos intentaron alegrar el mundo con el son. Está bueno ya de tristeza”.

-A pesar que lo que decís puede parecer antiguo u obsoleto, sigue siendo una misión muy vigente para el músico.

-Me quise acercar al momento que vivimos, a la juventud de hoy, que escuchó a Buena Vista cuando tenía 9 años y que hoy ya tiene treinta y tantos. Este es mi disco solista más contemporáneo, en comparación a los otros que hice. Traté de mantener la tradición, imitando lo que hacían los veteranos de la trova vieja, pero pensando en la gente joven. No es posible que no podamos cambiar. Quería que la gente escuchara algo distinto, y creo que en Guajiro está hecho.

-¿Sentís que la invitación que te hizo C. Tangana para su proyecto discográfico El madrileño influyó al momento de hacer tu nuevo álbum?

-Precisamente, él entendió la forma en que yo hago las cosas. El no me dijo que cantara de tal manera (el tema se titula “Muriendo de envidia”), sino que hiciera ese pedazo a mi manera. Y luego el grupo hizo un mambo al final.

Habitué de la vestimenta negra y del sombrero de yarey (lo usa la gente del campo en Santiago de Cuba), marca identitaria que le valió el símil con Johnny Cash, uno de los rasgos que distingue a la obra de Ochoa post Buena Vista Social Club son las contribuciones. No sólo quedó en evidencia en este nuevo álbum. Vale la pena rescatar, amén de la de C. Tangana, las que hizo anteriormente con Pablo Milanés (en el disco Vamos a bailar un son, de 2020) y con el maliense Toumani Diabaté (en el álbum AfroCubism, de 2010). Pareciera que esas experiencias le sirven para probar la frescura del son cubano, de la misma forma que sus puntos en común con estilos como el soukus congoleño o los folklores boricua y quisqueyano. Y hasta con las músicas que legaron los esclavos afrodescendientes en el sur de los Estados Unidos. Sin embargo, por más que no es un fundamentalista del género, el propio artista establece sus límites.

-¿Hasta dónde llega tu mestizaje del son?

-No te voy a decir que no hice cruces, porque creo que lo dejé muy presente en mis discos. Mezclas con el rock y con otras cosas. Lo hago porque lo siento, porque me gusta hacerlo y por la distinción que me da hacerlo. No sé. Lo hago por muchas cosas. Pero esa influencia que traigo de monte adentro, sencillamente no me va a permitir que yo haga un son montuno y que lo lleve al rock and roll. No me sale. Esa fusión no la voy a poder hacer porque creo que me queda mal.

-Pero no necesitás hacerlo. Sos un rockero de corazón o al menos tenés una actitud muy rockera cuando te subís al escenario.

-Si así lo entiende al público, lo agradezco y lo tomo (en ese momento, espeta una risa nerviosa. Como si la metáfora lo sorprendiera). Tengo un amigo, Juan de Marcos González, que me dijo que a la hora de tocar la guitarra se me sale la forma del rock. No sabe por qué, ni tampoco entiende cómo. Pero lo siente así. Sin querer, lo hago. Debe ser un rock montuno.

-En Cuba, ¿los músicos jóvenes también se encuentran en esta sintonía de renovación del son y de géneros afines?

 

-Las orquestas grandes están en otra cosa, en la timba o en el jazz. Pero las agrupaciones de pequeños formatos, en parte gracias al proyecto Buena Vista Social Club, siguen haciendo el son cubano o la guajira desde una perspectiva más fresca. No me parece que lo hagan mal. Tú le pides “El carretero”, y te lo hacen como lo hice yo en Buena Vista Social Club. En Cuba, todos los grupos no sólo se saben esa canción, sino también el “Chan chan y “El cuarto de Tula”. Y eso hay que agradecérselo a Buena Vista.