Fidel y el Che se conocieron en Méjico, en la casa de María Antonia, el centro de los cubanos complotados. Ambos estaban exiliados y fueron presentados por Raúl Castro. Conversaron varias horas. El Che lo contaría en carta a su madre: “Un acontecimiento político es haber conocido a Fidel Castro, el revolucionario cubano, muchacho joven, inteligente, muy seguro de sí mismo y de extraordinaria audacia; creo que simpatizamos mutuamente”. A partir de entonces se tejió entre ambos una vigorosa relación de confianza y admiración recíprocas. Fidel le adjudicó posiciones importantes en su proyecto revolucionario: primero lo quiso como médico en el Granma; luego, probada su astucia y su coraje, sería su primer comandante designado en “Sierra Maestra” y el jefe de una de las dos columnas que asaltaron La Habana poniendo en fuga al crudelísimo Fulgencio Batista; ya en el gobierno el argentino sería ministro de Industria y director del Banco Nacional, estando a su cargo el diseño de la política económica inicial. También le tocarían tareas menos agradables pero necesarias para consolidar la revolución como la de presidente de los juicios sumarios de cientos de personeros batistianos fusilados en el Fuerte de La Cabaña. Es claro que Fidel y el Che tuvieron también disidencias , sobre todo por el saboteo de los cubanos pro Moscú que querían imponer las políticas económicas que llegaban desde la URSS, quienes terminaron ganando por algunos errores de Guevara pero sobre todo por el poder que les daba la dependencia económica de Moscú. Pero dichas divergencias nunca empañaron la amistad entre ambos camaradas. Habiendo perdido su poder político el Che, en vez de vivir la vida muelle de prócer de la Sierra Maestra, volvió a embarcarse en campañas guerrilleras en el Congo y en Bolivia. Relacionado con esta última las agencias propagandísticas que deseaban desprestigiar a Fidel divulgaron que éste había enviado a la muerte al argentino a propósito. Nada más lejano que eso. Le fue imposible rescatar a su amigo como lo hizo en Africa, la CIA y el gobierno militar boliviano habían enfocado todos sus medios en terminar con el Che. Pero el afecto y el respeto recíproco que los unía fue indeleble hasta el final. Una prueba de ello la tuve cuando, para mi biografía del Che, entrevisté a Dariel Alarcón, “Benigno”, sobreviviente  de la guerrilla en Bolivia. Fue en París donde estaba huido de la isla por su compromiso con el “affaire” del general Ochoa. Su resentimiento con Fidel tiñó todo nuestro diálogo, pero no impidió que en un momento hiciera una pausa y me confesara: “Le voy a decir algo que me duele en el alma: cuando ya no había mas posibilidades el Che nos reunió a los que quedábamos de su columna y nos dijo: ‘Este es el final. Mueran con dignidad y que el último pensamiento sea para la revolución cubana y para Fidel’”.