Un dicho popular denota que “Dios atiende en Buenos Aires”. Sin embargo, el infierno también tuvo una sucursal en tierra porteña, más precisamente en la planta baja del Palacio Barolo. El imponente edificio de Avenida de Mayo 1370 resalta por sus curvas en el paisaje del centro de la Ciudad. Miles de protestas, festejos y homenajes desfilaron por su puerta a lo largo de sus más de 100 años de historia. Gárgolas, serpientes y dragones dan la bienvenida a una aventura que combina la nostalgia de dos migrantes italianos de finales del siglo XIX con la pasión por la obra del poeta Dante Alighieri.

Faltaba poco para que terminara el siglo XIX, cuando Luis Barolo llegó a Buenos Aires desde Piamonte, Italia, como muchos de sus compatriotas, con la ilusión de un mejor futuro. Algunos años después de su llegada acumuló una considerable fortuna gracias a su trabajo en el rubro agropecuario y textil —tenía campos de ovejas y trajo al país unas máquinas de hilado innovadoras para la época—. Para el centenario de la independencia argentina, Barolo conoció a un jovencísimo Mario Palanti, el arquitecto italiano que nueve años más tarde empezó a construir el único edificio con su propio faro en la Ciudad.

Fachada del edificio, en Avenida de Mayo 1370 (Foto: Télam)

La obra arquitectónica con la que soñaban Barolo y Palanti se construyó en cuatro años, pero estuvo completa recién 100 años después de su inauguración. En el medio, el edificio pasó por décadas sin mantenimiento, robos y modificaciones inconsultas al interior de las unidades.

La vista de Plaza Congreso desde el Palacio Barolo, en Avenida de Mayo (Fotos: Télam / Enrique Garcia Medina - Página|12)

Un antes y un después para la Ciudad

El Palacio Barolo fue el primer proyecto inmobiliario de la Ciudad que modificó el código urbanístico para concretar su construcción, ya que el financista tuvo varias exigencias. Una de ellas fue construir el edificio más alto de Buenos Aires y llenarlo de referencias de "La Divina Comedia", la obra máxima del escritor italiano Dante Alighieri.

Hall de ingreso al Palacio (Foto: Enrique Garcia Medina / Página|12)

Los creadores se ocuparon de dejar huellas de la conexión simbólica con la Divina Comedia en la estructura del edificio. Los 9 círculos del infierno representados en las 9 bóvedas del pasaje, cada una con una frase en Latín, le dan la bienvenida a los visitantes. Desde el primer piso y hasta el 14 se purgan cada uno de los 7 pecados capitales: los dragones y serpientes presentes en los capiteles del infierno se transforman en bestias amorfas de las que, con suerte, se pueden identificar algunas garras y ojos enmarañados.

En las puertas del paraíso la luz natural inunda el ambiente, ya no hay monstruos ni animales mitológicos. La decoración se vuelve minimalista, comienza el último tramo para la ascensión. Los últimos 8 pisos, que se suben por escalera, representan los 8 planetas que se conocían en el momento que se publicó la obra. Quienes llegan al faro, el punto accesible más alto del Barolo, experimentan lo que Palanti interpretó de la ascendencia a la iluminación.

Foto: Télam

Barolo murió a los 52 años, unos meses antes de ver el edificio terminado, en 1923. Sin embargo, el empresario ostentó el título de haber ordenado la construcción del inmueble más alto de la ciudad (100 metros) hasta 1936, cuando el Kavanagh, inauguró sus 120 metros de altura.

Los 22 pisos del Palacio siempre fueron de oficinas. Así lo pensó quien le dio su nombre y Palanti lo hizo realidad. En sus 100 años de vida, esas oficinas fueron compradas y alquiladas por un público bien amplio. Un puñado de esas unidades fueron modificadas antes de que el edificio fuera declarado Patrimonio Cultural de la Ciudad en 1997, lo que dio como resultado espacios sin luz natural y la convivencia de estilos muy diferentes en un mismo ambiente.

El Palacio Barolo siempre alojó oficinas (Foto: Enrique Garcia Medina / Página|12)

Las oficinas son pequeñas. La mayoría de ocho metros cuadrados en promedio y comparten el baño con otras del mismo piso. Actualmente, muy pocas están disponibles para alquiler o venta. Arrendar una de esas oficinas cuesta, según la oferta disponible en internet, desde 300.000 pesos por mes. Gracias a la protección patrimonial ya no pueden hacerse modificaciones estéticas ni estructurales al interior de los pisos.

Historias del Barolo: el águila desaparecida

Uno de los primeros inquilinos fue Carlos Jorio, economista y contador, apasionado de “La Divina Comedia”, que alquiló una oficina en el séptimo piso solo tres años después de la inauguración del edificio. Jorio logró contagiar el amor por el Barolo a su familia, incluso a generaciones que no llegó a conocer, entre otras cosas gracias a la desaparición de la escultura que se expone en el hall de ingreso: "La Ascensión", un águila con las alas desplegadas que lleva en su lomo un hombre moribundo.

La Ascensión, de Amelia Jorio, recibe a los visitantes del Barolo (Foto: Télam)

Mario Palanti la esculpió en 1919 como homenaje a las víctimas de la guerra, y la pensó especialmente para el hall del palacio, pero la escultura desapareció misteriosamente antes de la inauguración y no se supo de ella por muchos años. Hace alrededor de una década, la escultora Amelia Jorio —hija de Carlos— creó una réplica y la donó al edificio. Finalmente, en 2021, los nietos de Amelia, Miqueas y Tomás Thärigen, le compraron a un coleccionista de Mar del Plata solo la parte inferior de la obra original que había sido vandalizada un tiempo atrás.

“Era una escultura altísima, la tenía un dueño que no la quería vender al Barolo y un día le robaron la parte superior. Después me permitieron ver la parte de abajo. Con esa base y tres fotos que nos dio la exdueña de la escultura en Mar del Plata, mi abuela hizo la escultura que está en planta baja", cuenta a Página|12 Miqueas Thärigen, directivo de la Fundación Amigos del Palacio Barolo y bisnieto de Carlos Jorio.

El faro: de la épica a la obsolescencia

Fernando Carral se enamoró del Barolo cuando tenía cinco años y paseaba por Plaza Congreso, pero a esa edad, no tenía forma de saber que estaría a cargo de la restauración del gran faro que corona el edificio.

Carral ya había estudiado ingeniería, aunque seducido por las curvas de los balcones del palacio y, por supuesto, el faro que iluminaba el cielo, estudió después arquitectura. Algunos años después de recibirse, decidió comprar una oficina en el piso 19 del edificio que lo había inspirado.

El faro es el punto más alto accesible del Palacio Barolo (Foto: Enrique Garcia Medina / Página|12)

Al poco tiempo, ya era responsable de la mantención del edificio y uno de sus trabajos más grandes fue la reparación del faro. Pensado originalmente para darle la bienvenida a los inmigrantes que llegaban en barco, junto al faro del Edificio Salvo, en Montevideo, al otro lado del Río de la Plata. Sin embargo, los juegos de luces terminaron confundiendo a los navegantes y el destino del faro nunca llegó a concretarse.

Los largos años de abandono hicieron que se volviera obsoleto, por lo que la reparación precisó de un trabajo profundo e integral. Como las piezas del reflector eran imposibles de desmontar, Fernando emprendió la reparación a 100 metros de altura. "La desarmamos con temor. No pudimos tomar una referencia de quien aprender, ya que no se había hecho nada similar", cuenta.

El Graf Zeppelin sobrevuela el Palacio Barolo hace varias décadas, cuando la cúpula aún estaba en construcción (Foto: Télam)

Entre las pampas y la Avenida de Mayo

Otra de las presencias emblemáticas del Barolo es la de Francisco Salamone, aunque no en cuerpo, sino en espíritu: en el piso 17 funcionó hasta 2021 la Fundación en honor a este italiano conocido como el "arquitecto de las pampas".

Durante la década del 30, Salamone proyectó y construyó edificios municipales, plazas públicas, cementerios y mataderos en la extensa llanura bonaerense. Muchas de esas construcciones hoy son atractivos turísticos, aun los que están en ruinas. Alberti, Carhué, Salliqueló y Tornquist son algunas de las ciudades que llevan su impronta y forman parte de la "ruta salamónica".

Del infierno al paraíso en solo 100 metros

En el punto más alejado de la vista aérea de la Ciudad, debajo del segundo subsuelo del Palacio Barolo pasa el Arroyo Tercero del Medio, el mismo que atraviesa el Teatro Colón. Los guías del edificio aseguran que esta característica le aporta la acústica ideal para los conciertos que se organizan regularmente en el hall de entrada. Pero no siempre la cultura brilló en ese espacio.

En los años de la última dictadura cívico militar en Argentina, la agencia de noticias Saporiti —de estrecho vínculo con la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE)— se mudó a la planta baja del Barolo. Desde una oficina vidriada se creaban y difundían noticias falsas que validaban ante la opinión pública los crímenes del gobierno militar.

Una de las oficinas del Barolo (Foto: Enrique Garcia Medina / Página|12)

Ascender al cielo no es para cualquiera. A partir de piso 14 las escaleras comienzan a estrecharse, el techo coquetea con el suelo y la luz natural queda en pausa. “¡Cuidado con el hombro!” o “¡Cuidado con la cabeza!”, son algunas de las advertencias con las que se encuentran los visitantes cuándo se acercan al final del recorrido.

En el punto más alto del edificio se ubica el gran faro contenido en una cápsula de vidrio. El emblemático edificio de Avenida de Mayo fue testigo de la transformación de Buenos Aires en el último siglo. 

Cúpulas minuciosamente trabajadas conviven con pantallas led y edificios con amenities. La celebración del Bicentenario de la Independencia logró, quizás, unir todas las vidas del Barolo. Desde ese día, cada noche a las 22, el faro ilumina las marquesinas de la ciudad y juega con la ilusión de transformar el infierno en paraíso.

Las visitas guiadas al Palacio Barolo pueden reservarse en la web oficial. Hay visitas gratuitas para escuelas públicas.

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