Europa se encuentra subsumida desde hace semanas en una nueva ola de calor, con temperaturas récord de hasta 47 grados en algunos puntos. El recrudecimiento del verano en el viejo continente afecta no solo a los europeos, sino también a los argentinos que viven allí. Para sobrellevar este evento climático extremo, muchos de ellos evitan trasladarse a pie, se duchan con agua fría, se encierran en sus casas, readecúan sus horarios laborales y hasta se llevan un ventilador personal al trabajo.

Después de que esta zona experimentara la semana más calurosa de su historia en los primeros días de julio, las temperaturas extremas continúan por estos días. “La última semana fue tremenda. El martes fue el día más caluroso y justo se cortó la luz, y lo padecimos mucho. No pude dormir, trabajé malhumorada”, cuenta María Golè, una porteña de 34 años y médica pediatra en la ciudad sureña Monopoli, de la región italiana de Puglia.

En el país del sur europeo hubo 16 ciudades en alerta roja en el comienzo de este verano. En Sicilia, donde se marcó el récord histórico en 2021 –cuando el termómetro alcanzó los 48,8 grados–, la situación devino incluso en múltiples incendios con miles de evacuados estas últimas semanas, al igual que en zonas de Grecia, Francia y Turquía.

En otros puntos del continente no hubo fuego, pero sí un agobio que modificó temporalmente los hábitos y rutinas de los habitantes. Eso mismo se vive en Málaga, España, donde reside desde hace tres años Pablo Barragán Grondona, un argentino de 32 años que trabaja en el área de comunicación interna de una empresa de desarrollo de videojuegos.

Pablo Barragán Grondona, en las playas de Málaga, España.

Al calor estival del hemisferio norte, en la ciudad de la costa sur española se suma además un fenómeno climático llamado “el terral”, un viento proveniente del sur, que llega desde los desiertos del norte de África, cargado de calor y polvo. “El viento te pega y lo sentís caliente”, indica Pablo, que vive en un barrio de casas bajas cerca del mar.

Lo que en Málaga se llama terral, en el resto de la zona mediterránea europea lleva otros nombres, como “jugo”, en Croacia, o “siroco”, en Italia. María Golè, de Monopoli, lo describe como un “aire caliente que te quema la espalda y te cuesta respirar”.

Pablo, por su parte, precisa: “Es como cuando estás cocinando algo, abrís el horno y te pega la cara. Así es salir a la calle todo el tiempo. Estás quieto y tu cuerpo está transpirando, como en un estado constante de fiebre”. Además, cuenta que un compañero suyo va en moto al trabajo y hace poco terminó con la piel irritada del viento que lo quemaba.

El calor intenso en Europa afecta la diaria

El calor afecta la rutina. “Hay veces que los veranos acá son tan duros que no baja lo suficiente la temperatura a la noche y no podés ni dormir”, señala María Del Huerto, una modista de 57 años que vive desde hace dos décadas en Quijorna, un pueblo en las afueras de Madrid.

Sin embargo, la mujer advierte que, al vivir en una zona menos urbanizada, en su barrio “hay 3 grados menos que en la capital”. La diferencia se provoca a causa del conocido fenómeno de las “islas de calor” que generan las grandes urbes.

La organización climática internacional C40 Cities advirtió que la población urbana del planeta llegará a 3500 millones de personas en 2050, y un 45% (1600 millones) “vivirá bajo estas condiciones de calor”, lo que significa "un aumento de ocho veces en el número de residentes urbanos que enfrentan estrés por calor sostenido", detalló hace unos meses el vocero de la organización, Rolf Rosenkranz, a Página|12.

María Golè, médica pediatra, trabaja hace 2 años en Monopoli, Italia.

También en España, pero más al sur, en Málaga, Pablo sufrió hace pocos días un mal momento. “Salimos a comer con unos amigos afuera, estábamos sentados en la terraza. Me paré y entré al local para ir a pagar y me agarró un bajón de presión que casi me desmayo”, relata. Además, lamenta: “Tengo trámites pendientes. Con este calor no me dan ganas de salir y los horarios de banco son en pleno mediodía”.

Lo cierto es que el evento climático extremo que se experimenta desde hace semanas en Europa altera de forma concreta la diaria de las personas. “El martes se suspendió el gimnasio, que es al aire libre. Fue la única vez desde que estoy en Italia que me suspendieron el entrenamiento”, puntualiza María Golè, que tiene su propío emprendimiento de consultas pediátricas, @handprimerosdias.

Cambios de hábitos y tácticas para sobrellevar el calor

Si bien las temperaturas por encima de la media se sienten en todo Europa, es alrededor del Mar Mediterráneo donde se encuentran los casos más sofocantes, como en Israel, que si bien geográficamente no forma parte del viejo continente, sí se lo considera muchas veces como un país culturalmente euroasiático.

Tobi Cymberknoh nació en Argentina pero a los 2 años de vida migró con su familia a Mevaseret Tzion, un barrio cercano a Jerusalén. Ahora, a los 24, trabaja como personal trainer en un gimnasio que queda a 10 minutos a pie de su casa. No obstante, señala: “Trato de no ir caminando porque es imposible con este calor”.

Tobi Cymberknoh vive a pocos minutos de Jerusalén, Israel, desde hace 22 años.

Otros directamente readecuaron sus horarios de trabajo, como María Del Huerto, que al tener su propio emprendimiento cuenta con esa posibilidad. “Tengo un taller, que no está muy bien aislado. Voy a la mañana temprano, a partir de las 12 del mediodía me vuelvo a mi casa, me meto a la piscina, y recién regreso a la tarde cuando baja un poco el sol”, narra la modista.

“Durante el día la gente baja las persianas, se esconde, se mantiene dentro de casa. Tratás de no salir entre las 11 y las 17. Se empieza la vida a las 8 de la noche”, observa Pablo, que “hace un montón” que no ve a su mejor amiga. “No nos estamos pudiendo juntar porque no se puede salir”, aclara.

Además, hay otras pequeñas tácticas para sobrellevar el calor. Tobi, que además trabaja como DJ, por ejemplo, menciona: “Pronto tengo una fiesta de día y me voy a tener que llevar un ventilador conmigo”.

María Del Huerto vive en España, cerca de Madrid, hace más de 20 años.

Algunos optan por bañarse con agua fría –aunque por la temperatura, muchas veces sale tibia–; evitar el uso del horno, que calienta el ambiente; no comer pesado e hidratarse; e incluso poner la heladera al mínimo, porque le cuesta tanta energía enfriar, que se sobrecalienta. En algunos lugares, estacionan los autos con las ventanas un poco abiertas, porque de lo contrario, se llenan de aire y las superficies no se pueden ni tocar.

“Siempre pienso que el verano que estoy viviendo es el más caluroso que hay”, reconoce Tobi Cymberknoh, una apreciación que no dista de la realidad. En un estudio reciente, la World Weather Attribution (WWA) afirmó que la ola de calor extremo de las últimas semanas habría sido "prácticamente imposible" de ocurrir sin el cambio climático. En rigor, la de este julio fue 2,5 grados mayor que la que habría sido en Europa sin el perjuicio ambiental. A su vez, aseguró que se producirán de manera cada vez más frecuente.

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