Desde Barcelona

UNO El juego de palabras --y esto viene de jugar-- es casi obvio, piensa Rodríguez: Barbie como barbitúrico omnipresente a la que todos se han hecho adictos. Barbie como opioide que pone a todos a delirar. Barbie como clásico eterno y Barbie como moda pasajera. Y así hijas y de madres y de abuelas (la muñeca es un fenómeno intergeneracional y permanente a la altura del de The Beatles) desbordando salas de cine vestidas de rosa-barbie y acompañadas, a veces a regañadientes o fingiendo resignación, por hijos y padres y abuelos. Y todas (las más grandes parecen haber olvidado el amor que alguna vez profesaron a sus Nancys o a sus Nenucos) haciéndose una película a la que ahora le salen interpretaciones por todas partes por un único motivo real: Barbie ha roto todos los récords de estreno. Y hasta ha derribado al pobre Tom Cruise (Ken Golpeado) y a su última misión imposible y quien, de pronto, se descubrió de nuevo volando por los aires pero esta vez no por culpa del explosivo plástico sino por plástico explosivo.

DOS Y, sí, no hay día que Rodríguez no lea algo sobre Barbie abordada desde cualquier ángulo como no hasta hace mucho se leía --con cualquier excusa, acerca de las idas y vueltas de Rosalía: esa Barbie que arrancó como folk-freak universal de prestigio à la Björk y derivó a tropicalentona neumática acerca de la que hace una semana se hizo oficial su ruptura con Rauw Alejandro (Ken Musical-Urbano-Vocoder cantando cosas incomprensibles) "dejando a millones de personas huérfanas de un referente romántico al que admirar".

Así, hay Barbie de todos los modelos y profesiones. Signo de los tiempos, se dice Rodríguez: esa supuesta madurez de lo infantil o infantilización de lo maduro (que acaso haya comenzado con el fenómeno Harry Potter) y el tratamiento de la eterna superficialidad con pretendida profundidad efímera y la intelectualización de lo popular cueste lo que cueste pero costando tan poco. (Y días atrás, Rodríguez se topó con el titular "El estilismo de Shakira como nuevo Finnegans Wake" y, por las dudas, optó por no seguir leyendo). Así, se teoriza y discute acerca de Barbie como proeza del marketing. Así, Barbie como parte del fenómeno Barbieheimer (en tándem con el Oppenheimer de Christopher Nolan considerando al atribulado J. Robert como Ken Atómico) y así la física de uno con la química de la otra y millones saliendo de sus livings a solas para volver a vivir en la más masiva y luminosa de las oscuridades. Y a Barbie se le toman medidas desde el ángulo feminista-machista (y lo cierto es que Rodríguez, habiéndola visto, todavía no está del todo seguro si se trata de una celebración torpe o una burla sutil del empoderamiento). Se suceden entrevistas a su directora repitiendo una y otra vez que de chica no le querían comprar Barbies (Greta Gerwig, quien tuvo la astucia de darse cuenta de que su faceta como actriz atolondrada en cámara lenta --una suerte de Diane Keaton/Meg Ryan para millennials-mumblecore-- ya estaba pasándose de fecha y viró a la dirección con una ayudita de su pareja Noah Baumbach). Se recordó aquel film maldito de Todd Haynes (Superstar: The Karen Carpenter Story) donde se contaba la anorexia de la cantante con la ayuda de Barbies surtidas a las que se acusa de fomentar trastornos alimenticios infantiles. Se cuentan las veces en las que se mencionan las palabras patriarcado y matriarcado en su guion. Se celebra "la inteligencia no reñida con la belleza de Margot Robbie" (sin importar que apenas meses atrás haya fracasado como desaforada Barbie Hollywood en esa Babylon poseída por el espíritu de Nathanael "El Día de la Langosta" West). Se explica que es el "test perfecto" para, según su reacción a la película, "saber si tu novio te conviene". Se invoca a Beauvoir y a Paris Hilton y a Sontag y a las Kardashian y a Steinem y a Barbie Esposa de Futbolista. Se delimita su polémica limítrofe con China por ese mapita. Se enumeran sus guiños/referencias que van de Stanley Kubrick pasando por cameo de la vestuarista cum laude Ann Roth hasta El padrino y Miguel Ángel. Se duda acerca de si la película en verdad no debería haberse llamado Ken. Se dedican páginas y más páginas en The New Yorker a profile sobre Mattel (analizando límites del reírse con y no de sin burlarse de la corporación) para ponerse cinematográficamente a la altura de la Disney y de la Marvel y coming soon el retorno de He-Man. Se la arma y desarma como herramienta de influencers para apretar a influenciables. Y, por supuesto, se la premia y castiga desde todas las posibles variaciones del feminismo ya sea combativo o pacifista. No hay interpretación/aproximación a Barbie que por bien no venga y vale todo. Y pasen al fondo que hay más lugar mientras se advierte que esa app que barbiekenifica rostros en verdad recaba info para entrenamiento y crecimiento de Barbie A.I.

TRES Digámoslo: viéndola, Rodríguez no es que la haya pasado muy bien pero tampoco la pasó nada mal; disfrutó aire acondicionado; no pudo evitar decirse que Toy-Story o The Lego Movie lo hicieron mucho mejor a la hora del meta-juguetismo; lamentó enterarse a la salida del cine de la muerte del caído en desgracia Paul "Pee-Wee Herman" Reuben (y, sí, qué formidable que fue y sigue siendo --y como ha influido en Barbie-- la Pee-Wee's Big Adventure del entonces debutante y aún no timburtoniano Tim Burton). Pero también es cierto que --con Barbie aquí y allá y en todas partes-- no puede sino desear que cualquier día de estos la muñequita en cuestión se cruce en una esquina con la mucho más brava Annabelle o Cucky y le arranquen la cabeza.

Y los brazos.

Y las piernas.

CUATRO Mientras tanto y hasta entonces, España se le hace a Rodríguez no color de rosa pero sí decididamente bárbiera. Una autopostulada dreamhouse en la que se quiere creer que todo va bien porque no dejar de subir las cifras de turismo. Pero donde, a la vez, esto deviene a que todos los jóvenes nativos no tengan más aspiración posible que la de ser Ken Camareros soñando con ser Ken D.J. o de Barbies Mucamas de Hotel a la espera de que se haga realidad su fantasía de ser Barbie Recepcionista. Un servicial país de servicio en el que ahora Ken Sánchez --quien tiene mucha muñeca-- vuelve a desplegar su admirable sentido de la estrategia y desgaste del rival para juntar apoyos que lo mantengan al frente de su Mojo Dojo Casa House. Una tierra de fantasía en la que se trata de pensar lo menos posible en el próximo otoño-invierno, cuando se acabará la fiesta de los fondos europeos para paliar la crisis del covid y habrá que volver a rendir cuentas como en los viejos tiempos. Un verano en el que la Familia Real (y con el Ken Emérito de vuelta en sus regatas gallegas que, misteriosamente, siempre gana) posa con todos sus accesorios en los jardines de su palacio en Mallorca y se discuten sus peinados y estilismos. Y Catalunya (y Puigdemont) vuelven a avisar que "la pelota es mía". Y a esperar a Barbie Taylor Swift mientras se llora a Sinnead "Me-Niego-A-Ser Barbie" O'Connor y ya nadie parece recordar a la alguna vez Eco-Barbie (otra Greta, Thunberg, ya demasiado grande para jugar con muñecas). Y Rodríguez solloza y pide ayuda a los Madelman y Geyperman de su infancia para que acudan en su auxilio. Pero no. Y no puede evitar sentirse como juguete roto en un mundo en el que son siempre los juguetes los que acaban y siguen jugando con sus teóricos y en la práctica tan frágiles y rompibles dueños.

 

Hasta que, claro, se aburren de ellos.