Los encuestadores están asustados. No solo se cuidan en público. También en privado. Pasa incluso con los que tienen antiguos pactos con algunos periodistas: a solas exhiben la verdad y nada más que la verdad, y luego es el periodista quien decide si publica o no la encuesta. 

Y es que, por primera vez en 40 años de democracia, no solo está en juego el pronóstico de los números sino la naturaleza de los votantes y el nivel hasta el que llegó la crisis entre ellos y sus representantes. Actuales o eventuales. 

En medio de esa desazón profesional, dos problemas aparecen como certeros cuando los sondeos preguntan por los temas de mayor preocupación popular. Uno es la inflación, que ya pica por encima del miedo al desempleo. Y el otro es la inseguridad, que hace por lo menos un año desplazó a la corrupción. 

La primera preocupación es crónica, y los saltos del dólar la agudizan, tanto a nivel real como de percepciones. 

El segundo tema, la inseguridad, también aparece como un fenómeno estable en las inquietudes de las personas consultadas. Pero, como los saltos del dólar respecto de la inflación, hay episodios que potencian el desagrado cotidiano. El último había sido el asesinato del colectivero Daniel Barrientos en Virrey del Pino, localidad perteneciente a La Matanza, en abril último. Dos personas subieron a un interno de la línea 620 a las cuatro y media de la mañana y, además de robarles mochilas y celulares a los pocos pasajeros, le dispararon al chofer. Los homicidios como éste son esporádicos, pero siempre en un caso así la reacción es multitudinaria. Por lo pronto, porque hay un gremio detrás. Y también porque deja una sensación indeleble. 

Es una secuencia conocida: 

*Hasta tomar un colectivo para ir a trabajar puede ser  peligroso. 

*Lo de Barrientos le puede pasar a cualquiera. 

*Ergo, me puede pasar a mí. O mi mamá. O a mis chicos. 

Pocos se acuerdan hoy del asesinato, y el furor enciclopédico de la tele ya no existe. ¿Se instalaron las cámaras en los colectivos? ¿Hay suficientes botones de pánico para llamar a la policía en las paradas de las zonas definidas como calientes? El tema ya no existe mediáticamente. 

El asesinato de Morena Domínguez tiene componentes parecidos. Sobre todo uno: la certeza, ya no la sensación, de que le pueda pasar a cualquiera. Peor todavía, porque le puede pasar a cualquier chiquita que vaya a la escuela. Y no solo puede ser robada. También puede ser matada. Es el fruto del contexto violento del robo, sin el oficio sin duda ilegal, pero sin daño físico, que utiliza el punga de subte. Aquí, en cambio, la muerte puede ser posible. A golpes. O por una caída. 

La tragedia de Morena fue, también, una tormenta perfecta con varios componentes. Uno, el asalto en sí mismo. Otro, la modalidad brutal, la saña. El tercero, la denuncia de los vecinos de que hay zonas liberadas por la comisaría quinta de Lanús. Según los habitantes de Villa Giardino y el barrio Acuba, los dos próximos y los dos en Lanús, algunos jefes policiales utilizan y alternativamente castigan a adolescentes transas de droga. 

A esos factores se les suman dos nombres. Un nombre es el de Diego Kravetz, secretario de Seguridad del intendente Néstor Grindetti y ahora intendente interino y candidato a sucesor de Grindetti. Kravetz viene de jactarse de que detuvo a un ladrón con su propia arma. ¿Cuál es el mensaje? ¿Que todos los funcionarios salgan a perseguir ladrones? ¿Que lo haga cualquiera? Otro nombre es el del propio Grindetti, que cometió al mismo tiempo tres bloopers. Hizo propaganda del SAME de Lanús cuando es un remedo precario del SAME porteño. Hizo publicidad de que había bajado el delito en su distrito, cuando como publicó aquí el columnista Pablo Vera el departamento judicial es el de Avellaneda-Lanús y no hay manera de que uno de los dos mida el delito de manera confiable e individual. Y dejó la intendencia no solo para ser precandidato a gobernador, algo popularmente aceptado, sino para presidir un club de fútbol. Eso y el abandono suenan parecido. 

Completa la historia el detallado y valiente testimonio en Buenos Aires/12 de Carlos Saba, el médico que atendió primero a Morena pero que quiso haber llegado antes y con más equipamiento, para que a su vez se produjera antes la llegada de la ambulancia al Hospital Evita, más equipado que la ambulancia. 

Y, más allá y más acá de Morena, contribuye al hastío general y a la desconfianza en la eficacia de la política la irritación permanente que produce el permanente robo de celulares y mochilas. El resultado es cada vez con menos frecuencia la muerte, porque las cifras de la Procuración bonaerense indican que desciende todos los años el homicidio intencional en general y en especial el homicidio en ocasión de robo. Pero una muerte sola, más aún si es de una chiquita de 11 años, saca a flor de piel el cansancio soterrado del miedo que se siente al ir a la escuela o a trabajar de madrugada. 

Hace ya muchos años, un ex presidente llamado Néstor Kirchner y una presidenta llamada Cristina Fernández de Kirchner llegaron a la conclusión de que el robo de autos, y por lo tanto el delito a mano armada, bajarían si se atacaba el mercado principal del robo: los desarmaderos. Y un día patrullas de la Policía Federal, con secreto previo para evitar las filtraciones, invadieron los desarmaderos de Warnes para realizar cientos de procedimientos simultáneos. Practicar esos allanamientos con asiduidad es un gran ejercicio persuasivo. 

Hay otro ejemplo más, que protagonizaron el juez Sergio Torres y el supremo Raúl Zaffaroni, también con ayuda de fuerzas federales. En lugar de seguir con las causas fragmentadas sobre droga originadas en los sectores mafiosos del barrio 1-11-14, unificaron las causas y detectaron las jerarquías. De ahí a la ruta del dinero siempre hay un paso. ¿Será tan difícil, mientras se despliegan políticas sociales, se resuelve el problema del hacinamiento urbano y avanza la educación masiva, que Estado y empresas resuelvan o al menos reduzcan drásticamente el mercado negro de los celulares robados? 

Si nadie sigue el camino del dinero, Morena puede no ser la última chiquita con la vida truncada a los 11 años.