El acento cae de sorpresa en lo que podría ser una época esdrújula, donde la sílaba tapada es protagonista frente a las ideas que venían gobernando el poder del tilde.

Como dice Gustavo Cerati “todo se movió y es mejor quedarse quieto (…)“. Pero en múltiples versiones que conquistan el deseo de creer, se barajan las chances de un recurso inestimable: el perfume del asombro en montañas de desasosiego político.

Por ello, se escuchó a un estratega de Bancalari decir: “Hay que juntar diez mil personas para hablarle a los tres que deciden”.

Eso me hizo pensar en el chamuyo de lo que se instala como perfecto.

Recordé a los que buscaban la reforma de la época en un bar del barrio porteño de Villa Santa Rita, en donde mueren de pie los árboles cítricos, imponiendo esa dignidad de lo incorruptible.

Hoy, las discusiones de los que trabajan, sentados a la mañana en una estación de servicio, proponen institucionalizar el “tren fantasma” de la economía en negro.

Pero en el movimiento imperfecto del sistema del disgusto infalible, los boy scout se resisten en bermudas con piernas peludas y pelean por el reconocimiento de hacer todo bien.

El “Grito de Alcorta (1912)”, quedó como el ladrido de un perro débil y anciano frente a esta interna.

Dijo el carpintero que simulaba la madera de Pino por un Roble natural: “Se necesita renovar la estética del nuevo chamuyo Blue”.

Eso le dió lugar a un sujeto que me crucé varias veces, una especie de vago con influencias, que abunda en los asientos de la misma gastronomía de estación de servicio, y que nadie puede explicar su tiempo allí.

Dicen que arma estrategias en vano, para pensar las redes que invaden corazones nobles y con eso, toma café gratis. Pero cada tanto, tira algo que deja pensando a los que cambian moneda extranjera en la mesa de al lado. Allí, de pronto hay un lema: todo debe ser sorpresa a la hora de llegar, y cuando llegue el candidato, abrocharlo como tela de teatro under.

A partir de estas experiencias, asumí, que el mejor recurso en el pantano de esa economía marginal es “El silencio de los inocentes (Demme, J.)” como aquel film.

No obstante, para que constele esa frustración social en un cielo alentador, busque opciones como un juego de preguntas y respuestas de un canal que ya hizo aire, porque la televisión cambió de estado físico.

Otra opinión que me llamó a reflexionar sobre cómo se manipula con prestigio, es lo que hicieron escuchar en un audio que pusieron en alta voz a la salida de la puerta automática corrediza: “En un formato masivo, lo que hay que instalar como relato, es deslumbrar con una idea inexistente de lo popular y cercano“.

Eso me transporta a una sensación de frustración, que tiene el vínculo de aquel hombre que viaja apretado como una lagartija en la mudanza de macetas de cemento, y mira con más resignación que sabiduría como, en hora pico, toda esperanza de desorganiza. Dice por lo bajo: la política de la era no le encuentra el sentido del entusiasmo a la población mundial y todo parece emparentarse, es algo parecido a lo que siente la infancia cuando le prometen un regalo que nunca se cumplió.

Esa defraudación a la niñez es la síntesis del voto que no rindió.

Parece que la semilla de la soberbia que cosecha campos de ignorancia, tal vez en la espera de que se precipite una lluvia de sorpresa de una sequía en la realidad ampliada.

Como una especie de primavera creativa para volver a cultivar desde esa ingenuidad que construye una Nación.

En resumen, todo tiempo vacío reza la segunda venida sorpresiva del mesías para diseñar las nuevas estampitas de la fe tecnicolor.