Estas líneas merecen dos aclaraciones quizás obvias, pero imprescindibles en opinión de quien las firma.

La primera es que si la economía sale de caja en forma generalizada, con precios enloquecidos, se desvanecerá todo lo sólido de cualquier especulación o argumento. Por suerte circunstancial y méritos ¿asentados?, Argentina tiene estabilidad política pese a vivir terremotos económicos frecuentes. Si no fuese así, estaríamos preguntándonos quiénes serían hoy los Alfonsín y Duhalde, como variantes de liderazgo institucional, para encontrar una salida.

Luego, las proyecciones electorales carecen prácticamente de toda seguridad. Es al igual que en la previa de las Primarias. Puras conjeturas, puros papelones de los encuestadores, plenos apuros de los comentaristas. De ahí la segunda aclaración, o subrayado: nadie sabe nada; y si dice que sabe, miente. Versea.

Por supuesto, hay datos incontrastables. Lo de los tercios era veraz. Gobernadores e intendentes peronistas del conurbano jugaron su partido y no movieron un dedo por la campaña oficial, que no existió. Larreta fue un bluff de los que no se encuentran todos los días. Bullrich está como turco en la neblina. Y goza Macri, quien se fue al Mundial de Bridge en Marruecos tras haber elogiado al “libertario” en el mal disimulado velorio del bunker cambiemita. El colega Ignacio Zuleta tiene la teoría atractiva de que Javier Milei es, en rigor, el vocero de Macri.

Como quiera que sea, el ganador de las Primarias es hoy el centro del universo y se impone una tercera advertencia: a Milei no le da el piné para ser considerado un fascista. A sus votantes tampoco, y enojarse con ellos sería otro yerro descomunal.

El personaje puede tener componentes de esa categoría ideológica, a partir de la violencia de sus gestos y declaraciones.

Es cierto que algunos dichos en particular, como los relativos a la venta libre de órganos, lo acercan a concepciones inhumanas (digamos). Es cierto que su candidata a vice resulta una negacionista del genocidio y que, como indica otra colega por estas horas, no se trata de una militante pro-dictadura: Victoria Villarruel es la dictadura. Y son ciertos tantos otros elementos que, en prospectiva, dibujan la imagen de un facho, susceptible de operar como tal cuando llegue el caso.

Nadie en su sano juicio debiera imaginar que las declamaciones de Milei -tan sólo de ser intentadas- no provocarían un incendio de magnitudes desconocidas, en un país de profunda vocación callejera, con minorías intensísimas que, tarde o temprano, con avances y retrocesos, responden golpe por golpe.

Y por otro lado, concurrente, Milei no tiene más militancia que su base mediática y de redes. En principio, no es gente que vaya a poner el cuerpo en defensa de su voto-bronca. Y menos todavía sus franjas juveniles (siempre en principio), que constituyen buena parte del núcleo duro de su voto. La apoyatura mediática, encima, pasó a estar en duda porque el establishment no parece tener claro cómo posicionarse.

Los turba el Frankestein que crearon o dejaron correr sus periodistas, como alguno de ellos llegó a admitirlo en público. Que Milei les haya servido para consolidar un discurso social de derechas, a fines de extremarlo pero manteniendo en pie a la derecha “posible” de los cambiemitas, no es lo mismo que haber dejado al personaje en condiciones ganadoras hoy probablemente potenciadas, porque vencer llama a la pretensión de vencer más aún.

Una respuesta facilista sería que el Poder -a secas, como corresponde- debe asumir la extravagancia que estimuló. Disponer a sus cuadros para rodear y dirigir al candidato que se llevó puesta a su copia berreta. Y a la hibridez de uno de los votos más caros de la historia electoral argentina.

Después de todo, el manual fascista radica en un espíritu colectivo, criminal (capitalismo más asesinato) y con injerencia siniestra del Estado.

¿En qué se relaciona eso -salvo por su carácter fanático- con un ultraliberal que pregona el individualismo hasta límites indescriptibles, y que hace agua por todos los costados al momento de explicar técnica y socialmente cómo podría llevar a cabo sus proclamas? Desde ya, nada de eso les interesa a sus votantes ni a los comunicadores que lo ¿entrevistan?

Milei tiene licencia para inventar lo que fuere.

A manotear la plata de ahorristas y jubilados, constituyendo un reemplazo de bonos que atraería miles de millones de dólares de inversores externos, casi de la noche a la mañana, le llama algo así como “creación de clima expansivo”. Mezcla el Conicet con la NASA. Sobre cómo pagarle al Fondo Monetario la herencia más siniestra que se registe, apenas recurre al slogan de que él es más ajustador que ellos. Propone alegre y constipadamente a la vez -porque nada en él tiene algún síntoma de cariño, salvo lo estimable de sus perros y la hermana- que Educación y Salud se arreglan con vouchers y martingalas ancladas en no se sabe cuál afectación de intereses (poderosos, en serio, no el “costo de la política”); ni en qué precepto constitucional, en el país donde su admirado menemismo liquidó los alcances nacionales de ambas áreas.

Sergio Massa, en su reaparición pública del miércoles, en TN, le puso los puntos sobre las íes pero, ay, con el pequeño problema de hacerlo en medio de una devaluación repentina que el lunes a la mañana nadie explicó; que según dijo ya estaba pautada con el Fondo; que explica la disparada tremebunda de los precios, en los productos que todavía tienen precio, mientras sigue explicándose que el dólar blue no tendría por qué influir en la canasta básica.

Si es acertado o verosímil que los cambiemitas atraviesan un drama existencial sin retorno porque la Comandante Pato gracias si obtuvo nivel de sargento, porque Larreta fue el fiasco más impactante de las primarias y porque Macri ni siquiera sabe o quiere disimular su respaldo a Milei, el proceso electoral parece encaminarse hacia el “resumen” Fascismo o Democracia (en la hipótesis de que Unión por la Patria sobreviva a un estallido de inflación, siendo que, si eso no ocurre, habremos de toparnos con el escenario fantasmagórico de Milei o Bullrich. En ese caso, nos quedarán Saborido y Capusotto).

Los progres. Los peronistas de cualquier tipo y factor. Algunos radicales que queden en memoria alfonsinista. Muchos asustados de clase media. Otros muchos de sectores “populares” a quienes les penetre la amenaza certera de quedarse con menos derechos de los que ya, de facto, no les reconocen. Otros muchos que se permitieron una cana al aire porque, total, eran Primarias. Y en una de ésas otros cuantos que volvieron a quedarse en su casa. Y en otra de ésas hasta algún medio puntito perdido, o por ahí, de las voluntades de izquierda ortodoxa que jamás crecen ni disminuyen en modo significativo, iremos a votar por aquello de “en defensa propia”. Todos colgados del travesaño.

Pero, aun derrotada en las urnas una probabilidad tenebrosa, seguirá pendiente la pregunta de para qué les sirve la democracia a los ya demasiados sin ganas ni chances de hacerse preguntas.

Debería haber la sensibilidad de no persistir en lo que el sociólogo Daniel Feierstein denomina “la lógica VIP de la política”. Y es que en eso sí hay un andar de “casta”, de no bajar al llano, de mentalidad exclusivamente de palacio, de no importarles mostrar sus lujos y comodidades.

En algún momento hay que empezar por los gestos, de mínima. Salir de la burbuja. Y de lo contrario, después no preguntarse de dónde sale un Milei cuyo espacio para vehiculizar bronca, desconcierto, ausencia de expectativas, regía hace rato. Faltaba saber, y ahora corroborar, quién es su ocupante.

Estas son observaciones hacia mediano plazo porque, ya mismo, en Unión por la Patria no debe haber lugar para lamentos. Al fin y al cabo, es “milagroso” que haya conseguido alrededor de un tercio de los votos para permanecer competitivos.

Es tiempo urgente de ponerse a trabajar con medidas específicas que siquiera amortigüen el drama inflacionario y, a la vez, no descansar en el señalamiento de lo que significa el terraplanismo bestial de Milei (aunque semeje que ya no sirve porque, inclusive, hasta pinta jugarle a favor). No es sólo un paquete de acciones que restituyan alguna confianza, ni sólo alertar sobre el miedo que debe tenerse. No es una cosa o la otra. Son las dos.

Si después sucede que no alcanza porque ya era tarde para acordarse, que al menos no lo sea por haberse quedado inmóviles y derrotados de antemano.