Cachencho dibuja en una posición que llama la atención, con su torso arqueado y su cabeza a pocos centímetros de la hoja de papel. Trabaja sobre un escritorio grande pero que a primera vista parece chico, debido a la altura del artista. Sobre el escritorio sólo tiene desplegados un lápiz negro, una resma de hojas A4, un sacapuntas y un frasquito donde deposita la viruta del lápiz a medida que le va sacando punta.

“No miro el dibujo, sino cómo dibuja la mano", explica el artista visual, como si él también fuese un espectador de sus propias creaciones. "Es como si fuera dos personas: una que dibuja y otra que mira el dibujo", completa.

Ya superó los 200 dibujos (irónicos, ingenuos, sarcásticos), que va colgando en las paredes del amplio hall de entrada del centro cultural Benito Quinquela Martín, del Municipio de Hurlingham.

La performance “Todo lo que entra en un lápiz” comenzó el 10 de agosto y culminará el día que se termine el lápiz. “Como cuando éramos chicos y dibujábamos hasta que ya no podíamos agarrar el lápiz de tan chiquito que había quedado, esa es la consigna”, explica el artista.

La muestra en el centro cultural Quinquela Martín.

El día que la performance fue inaugurada tocó una banda y luego Cachencho puso la “hoja fundacional”: colgó sobre uno de los tantos hilos dispuestos en las paredes “un pliego blanco y marcó” el largo del lápiz con el que segundos después comenzaría a trabajar.

“No hay dibujo que se tire, no hay selección, no uso goma. El dibujo que queda plasmado en la hoja, va a las paredes”, cuenta. Y define a esta singular propuesta como una especie de maratón artística, "una experiencia de arte en progreso", en la cual "me importa más todo el proceso de estar dibujando con público y no tanto el dibujo en sí mismo".

Cachencho también cuenta que antes de empezar con su maratón de dibujos sintió que estaba dando "un salto al vacío", que no sabía si iba a poder cumplir con los lineamientos de la performance y que esa zumbona idea le provocaba mucha inquietud, "como suele ocurrir antes de cualquier acto creativo". A medida que empezó a dibujar, las dudas se disiparon: "Fue como un dique que se abre y el agua empieza a fluir con naturalidad".

Cachencho es Héctor Olivera, graduado en Bellas Artes y en Pintura y Grabado en la Escuela Nacional Pueyrredón y docente en colegios públicos secundarios, donde es conocido como el profe Cachen. La performance, que también funciona como exposición, se puede visitar de lunes a viernes de 9 a 20 horas en el centro cultural Quinquela Martín (Delfor Díaz 1660, Hurlingham).

El artista trabaja todos los días en su escritorio -que parece chico pero en realidad es bastante grande- del centro cultural en distintos horarios. Nunca se sabe a qué hora estará ayudando a su lápiz a parir pequeños mundos fantásticos ni cuánto tiempo durará ese ritual creativo. Algunos días está dos horas, otros hasta cinco. Mientras dibuja, no repara en lo que sucede a su alrededor. Ni siquiera lo distrae el ruidoso ir y venir de vecinos de todas las edades que acuden a la biblioteca municipal o a los diversos talleres que se desarrollan durante todo el día en el edificio del centro cultural.

Del lápiz resta el 40% de su tamaño original.

Cachencho Olivera pasa largos ratos con su cabeza casi metida en la hoja blanca donde de a poco con sus trazos van creciendo criaturas y personajes. Tampoco percibe que casi todos los vecinos que pasan a su lado miran de reojo el tamaño del lápiz, calculando cuántos dibujos más saldrán de esa pluma.

A su derecha y a su izquierda, las paredes ya están completamente cubiertas por sus ilustraciones. Ahora comenzó a colgar sus dibujos en la pared vidriada que se levanta a sus espaldas. Cachencho sigue inclinado en su escritorio, apretado por los cientos de mundos oníricos que atesoraba en su interior el ya gastado lápiz negro.

Lo rodean una anciana con una ametralladora junto a una mesa de luz con los cajones vacíos; Don Fulgencio con un ramo de flores; un ciclista que conduce sobre una cuerda con ropa colgada; un pececito tentado por un anzuelo o un hipopótamo tocando una guitarra eléctrica.

También lo acompañan un chico con gorrito paseando con una correa a una letra Ñ; dos hombrecitos entrando en un sacapuntas; una pareja de perros sentados a la mesa de un restaurante; un elefante alado oliendo una flor; un Frankenstein leyendo un libro o un hombrecito sentado en un enorme libro que observa el horizonte marino.

Ayer Cachencho Olivera dejó de dibujar un rato antes de las 20. Como todos los días, colgó la hoja de fin de jornada, con la fecha, el horario y la marca del tamaño del lápiz. Luego partió hacia nuevos dibujos, con sus alumnos secundarios.

Una vez que termine la performance, los dibujos será encuadernados y quedarán en la biblioteca del centro cultural Quinquela Martín "a disposición de la comunidad de Hurlingham".

Al igual que los vecinos que miran de reojo el tamaño del lápiz, Cachencho tampoco se anima a precisar cuándo culminará su performance. Lo único seguro es que eso será cuando el lápiz ya haya quedado tan chiquito que el artista no lo pueda tomar entre sus dedos para seguir dibujando. Pero aún faltan muchos días para llegar a ese momento.

"Creo que al lápiz todavía le quedan alrededor de 150 dibujos y entre siete o diez días de trabajo, algo que no puedo calcular con mucha exactitud porque el ritmo se va haciendo más lento, ya que el cansancio se empieza a sentir".

Al lápiz le queda más o menos el 40 por ciento de su tamaño original. Todavía hay muchas criaturas y personajes encerrados en el lápiz de Cachencho, que esperan ver la luz y llenar las paredes con fantásticas historias estampadas en una hoja.