En Yo acuso: las mentiras que matan a los adictos, la doctora Annie Mino se hace eco de la célebre expresión de Émile Zola para cuestionar prácticas y enfoques terapéuticos que se implementaban en la década de 1980 --en el peor momento de la pandemia del sida-- para tratar las adicciones. Escrito en coautoría con la periodista Sylvie Arseve, publicado en 1996 en Ginebra, y este año por primera vez en nuestro pais, Yo acuso reconstruye la experiencia de Mino al frente de la Unidad Especializada en Adicciones del Servicio de Psiquiatría del Hospital Público de Ginebra, donde ella y su equipo se ocuparon de la asistencia a pacientes con consumo problemático de heroína. Se trató de una experiencia transformadora en la que Mino se alejó del enfoque basado en la imposición de la abstinencia para pasar a uno basado en la reducción de daños. Así invirtió la carga de la prueba: lo más peligroso para sus pacientes no era la heroína, sino la marginación, las enfermedades infectocontagiosas y el suicidio.

Por su parte, Sala abierta, publicado en 2022, recoge la experiencia de trabajo de un equipo de profesionales del Hospital Alvarez de la Ciudad de Buenos Aires, quienes trabajaron por llevar adelante las internaciones por salud mental. Narra el proceso de transformación de los saberes, prácticas y relaciones de poder al interior de un dispositivo de internación, que se dio a lo largo de seis años, muchos de ellos vinculados con la reglamentación de la Ley Nacional de Salud Mental y Adicciones. Busca difundir la experiencia, que sea replicada en otros hospitales y así romper las barreras que segregan a los usuarios de salud mental de las instituciones a las que acuden el resto de los ciudadanos.

Yo Acuso fue uno de los motores para impulsar el cambio en la atención de los consumos problemáticos en la sala de internación del Hospital Alvarez. Mino y sus colaboradores se animaron a interrogar los saberes, redistribuir las relaciones de poder y a diversificar las prácticas. En otras palabras, lo que Agamben llamó “profanar los dispositivos clínicos” para generar lugares de amparo para quienes son excluidos por la maquinaria asistencial, sin tener que mentir, fingir estar curados, libres de todo mal. Donde puedan estar, como diría el recientemente fallecido Alfredo Moffatt, “Sin Pedir permiso”.

Nos preguntamos qué motorizo, aquí y allá, esta gesta sin certezas y cargada de incertidumbres. El cambio fue y es sin certezas, con incertidumbres. Solo asi es posible habitar lo imposible de las instituciones en las que vivimos, formamos y trabajamos, donde nos hacemos y somos. Sabiendo que las instituciones tienden a ser feudos infranqueables, la tarea de Mino, la nuestra y la de los que vendrán, será derribar muros.

Yo acuso y Sala Abierta militan por la horizontalidad entre todos los actores: usuarios del sistema de salud, profesionales, directivos, familiares. Horizontalidad que permite estar al lado del otro, acompañar siempre aunque todo salga mal. Para ello se necesitan personas que quieran estar al lado “del problema”. Lejos de las teorías sin práctica.

La necesidad de salir de la indolencia y de las prácticas expulsivas nace de nuestro deseo de salvarnos. No queremos ser los carceleros buenos aunque todo esté dispuesto para ocupar ese lugar cargado de mandatos. La impotencia a la que nos lleva esa posición solo tiene dos destinos: la expulsión de todo aquello que no se adapte a lo esperado --con el sentimiento de hostilidad hacia los usuarios, condenándolos a ser buenos pacientes-- y nuestra propia exclusión. Perdemos lucidez y contentamiento diría Ulloa, nos falta aire, nos quemamos.

Lugares y emplazamientos que desamparan a tratados y tratantes, y de los que será preciso salir. Este recorrido no es sin la hostilidad de muchos y muchas que temen cambios, que prefieren estar dormidos antes que despiertos y donde acompañar desde una posición hospitalaria será la clave, allí y acá. Curar es acompañar: no sin condiciones, pero sí de un modo perseverante y hospitalario.

Desprenderse de la noción de “éxito terapéutico”, incluso cambiar esa noción. El éxito, como dice Mino, es acercarnos de un modo decidido y disponible al paciente con problemática de consumo. El fracaso sucede cuando le exigimos al otro ser lo que esperamos que sea. Si podemos cuestionar lo que se entiende por “fracaso”, entonces no fracasamos nosotros, no fracasan los tratamientos, no fracasan los pacientes; fracasan, más bien, los saberes e ideales que cooptan nuestras prácticas.

La noción de éxito, tal como se plantea en las instituciones, se asemeja más a la respuesta del hombre medio que “ante un problema complicado, tiende a hacer como Alejandro ante el nudo gordiano: coger la espada y cortarlo por la mitad, lo cual es una manera de resolver el problema negándolo” (Steiner, 1979). En Sala abierta intentamos recuperar la inteligencia nutrida del Talmud, que tendría más bien el efecto inverso: “No son las respuestas las que me interesan, las conozco todas. Lo que quiero saber es a qué pregunta corresponden determinadas respuestas”.

Desde Yo acuso y Sala abierta se plantea que lo determinante está en la experiencia, en tanto acontecimiento que atraviesa el quehacer y el saber, interpelandolos. Se trata de una interrogación profunda de lo que se sabe y se hace y desde esa experiencia ya no pensamos ni trabajamos como antes, conocimiento y experiencia se solapan y construyen mutuamente.

En el prefacio a su libro, Mino acusa a los gobiernos, los terapeutas, los especialistas, a los periodistas y políticos que actúan en el campo de los consumos problemáticos por los daños que le producen en los usuarios “al no poder confrontar sus certezas con la realidad”. Se trata, allí y acá, del saber cruel del que habla Fernando Ulloa y que en Sala abierta recuperamos como referencia para pensar los efectos de desamparo que esas certezas oprimen a tratados y tratantes.

Finalmente, Annie Mino se acusa a sí misma “por sus errores de razonamiento y convicciones ciegas”. Gracias a ese movimiento, donde se ubica como parte del problema, es que puede escribir Yo acuso y decir: “Lo que relato en este libro es la historia de mi evolución como terapeuta”.

Annie Mino escribe en nombre propio. Sala Abierta es producto de una experiencia colectiva, una experiencia “entre varios” que apunta a gestar un modo de trabajo posible que no apunta a los saberes seguros, sino a formar saberes compartidos y comprometidos con lo que allí acontece.

En ambos libros se muestra el proceso de interrogación de los saberes que hasta entonces comandaban las prácticas terapéuticas, revelando el carácter instituyente de esta perspectiva. El relato evidencia que el proceso de transformación llevado a cabo no fue lineal, sino más bien plagado de conflictos y resistencias propias y de colega. Tensiones necesarias para alojar las diferencias entre los actores y contruir una posición hospitalaria que permite hablar el idioma del otro.

Sala abierta es una experiencia singular que apunta a las resonancia. Busca promover transformaciones en otros equipos y advierte sobre la necesidad de amplificar estas experiencias con el apoyo de políticas públicas. Yo acuso logra conmover al gobierno suizo y da cuenta de cómo el apoyo de políticas públicas potencia y acompaña la transformación que Mino llevaba a cabo en su práctica médica.

Mino también nos cuenta sobre la soledad que se siente en el intento de incluir a los usuarios, habla del desequilibrio de poder que eso supone, ya que lo instituyente es vivido como una amenaza al status quo. Logra ubicar el desencuentro entre la propuesta terapéutica sostenida hasta el momento y la necesidad real de los pacientes. Señala que esa tensión fuerza a rever los saberes limitantes y sus efectos: imponerles sufrimiento a los pacientes al ponerlos frente a una elección imposible.

Por último, Yo acuso y Sala abierta nos hacen recordar voces que marcan y orientan el camino hacia los otros, para diferenciarlas de las instituciones que devoran la subjetividad.

La propuesta está abierta, los invitamos a leer estos dos libros que, a nuestro entender, deben formar parte de la biblioteca de quienes intenten mantenerse despiertos y atentos en la tarea de acompañar en salud mental.

Alejandro Brain, Gabriela Greggio y Betsave Leicach pertenecen al Hospital General de Agudos Dr. Teodoro Alvarez.