El libro 61 postales sobre el viento de Idangel Betancourt es ante todo una metáfora fundacional. Editado por Puerta Roja Ediciones, con una tapa que lleva la potencia artística de Celina Galera y Almendra Acosta, plantea la pregunta fundacional que se hace todo viajero que deja su tierra ¿Podemos escapar a las marcas de nuestro lugar de origen? Pero además, nos interpelan con otras preguntas significativas. ¿Ese nuevo lugar llegará a proporcionarnos una nueva identidad? ¿Podremos soportarla e incluso defenderla?

Como lo dice el propio Extranjero en una de las postales, a través de los versos de Julia Prilutzky:

“Se nace en cualquier parte. Es el misterio

-es el primer misterio inapelable-

Pero se aman una tierra como propia

Y se quiere volver a sus entrañas”.

La narración se construye de forma fragmentaria con el entramado de postales, con un lenguaje lírico. En otro tiempo las postales eran las señales que el viajero enviaba para quienes se quedaban esperando. Lo que constituía también una manera de viajar. Referencias del nómade con el sedentario. Posibilidad de aquel que viajaba de aprender a mirar de otra manera y lograr transmitirlo. Las postales eran breves, con reseñas de lugares, en renglones de cariño y entrelazados con la poesía de los afectos.

Son sesenta y un postales sobre ese viento cálido y fuerte, que asedia y desordena. No sabemos a quién envía estas postales este buscador de destinos. Tampoco traen reseñas afectuosas, ni buenas noticias. Pero lo cierto es que configuran otra manera de interpretar el mundo, menos atada a las tradiciones y los mandatos de Catamarca. Estas sesenta y un postales constituyen un coro de voces eclécticas que el narrador entrelaza con oficio, entre el lirismo y la crudeza. El extranjero, El Narrador, El Pueblo, El Cura, La vidente, La Comandanta, El Niño muerto (El angelito).

La historia comienza con un exilio. El que deja su terruño arrastra un exilio, aunque no lo identifique en ese momento, y ese desarraigo dejará heridas. Toda búsqueda de un nuevo destino intentará conjurar ese exilio y esas heridas. Que es lo que pretende quien narra estas postales. Sin embargo, esa pretensión queda fallida, porque tampoco es alojado en este nuevo destino. Por el contrario, ser de afuera lo condena a ser un extraño. Tolerado sí, pero no integrado, no alojado. Una doble herida marca al extranjero que naufraga: ser rechazado en su tierra de origen y no ser aceptado en la nueva ciudad bendita.

Esta obra abreva, de forma elocuente, en la poesía, como un cántaro que se nutre de un pozo perdido en el desierto. Las frases son estrofas que van entrelazando para hacer desarrollar la trama. Esa trama se configura de voces, que nos recuerdan la dramaturgia clásica de los griegos o del maestro Shakespeare. De esta manera en este texto aparecen las tres texturas de la escritura: poesía, relato y drama.

Relato fundacional

61 postales sobre el viento, esta novela lírica pertenece a los llamados relatos fundacionales, porque su trama se entreteje con el origen mítico de un lugar. En este caso, para ser más específicos, se trataría de una refundación. Si en la primera fundación de Catamarca es la Iglesia la que se encarga de ser garante de los valores cristianos occidentales en detrimento de los vestigios de los pueblos originarios, en esta el narrador, se propone ridiculizar a esos actores, mostrando las pestes que trajo a estos parajes perdidos.

Sin embargo, esta refundación es tan fallida como la primera. Este otro extranjero no logra configurar algo nuevo. Los fantasmas fundacionales siguen apareciendo. Los propios fantasmas del narrador también, que son la manera desviada de mirar esa ciudad que lo recibe pero no lo acepta. Y al mismo tiempo, lo oscuro y siniestro, continúa consumiendo a sus pobladores, sin permitir el ingreso de lo nuevo, por ser ajeno, extraño.

Por momentos su lectura nos acerca a la búsqueda agónica del padre por Pedro Páramo. Por otros al fragmentario Diario de Duelo de Roland Barthes, un exiliado del mundo por la pérdida del amor materno. También se acerca al realismo mágico y a los relatos de creación mítica. Un realismo mágico siniestro, que se parece más a los mundos que describe la uruguaya Marosa Di Giorgio que a los de García Márquez.

De esta manera Betancourt construye un paraíso propio con voces tortuosas. Con el lenguaje mágico y creacionista de los mitos de origen. Construye una Catamarca distinta, que no tiene que ver como se autoperciben los catamarqueños, sino cómo los descubre quien viene de una tierra diferente y lejana. Es una Catamarca extraña, mítica y mágica. El narrador se permite otra mirada de sus mitos religiosos fundacionales: Fray Mamerto Esquiú y La Virgen María. Pero también del mito político moderno: María Soledad Morales.

La trama de esta historia nos deja un sabor amargo, como las naranjas de la plaza central de Catamarca, porque si nada nos ata y no tenemos un lugar al que pertenecemos necesariamente, no somos con exclusividad de ningún lugar. Y esa pregunta inicial, sobre la importancia del lugar de nacimiento para pertenecer a un terruño que nos otorgue identidad, queda en suspenso, casi en desmentida.

Se devela, entonces, que lo que nos hace pertenecer a un poblado, es más bien, mantener la complicidad con un pacto de sangre. Algo propio de la concepción cristiana: “Este es mi cuerpo. Esta es mi sangre”. Porque como lo expresa Freud en Tótem y tabú, toda fundación comunitaria se sustenta en un hecho funesto de sangre.

“No soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad, ni porvenir. Y ser feliz es mi color de identidad”, canta el trotamundos de Facundo Cabral. Alguien que supo llevar el espíritu de mirar con ojos nuevos lugares viejos, produciendo extrañeza en sus lugareños. Sin embargo nuestro narrador no logra pintar de felicidad la historia, más bien que la tragedia acompaña esta ciudad de perfume de azahares. Nada más trágico que la muerte de un niño. ¿La sangre nueva que refundaría la nueva ciudad? Es posible.

En definitiva, su lectura nos deja, interpelados: todos somos exiliados buscando volver a nuestra tierra aunque no hayamos salidos de ella. Lo grave será si nos quedamos en la tierra equivocada sin animarnos a descubrir a dónde pertenecemos. Porque la mayor rebeldía será animarnos a conocer nuestro saber no sabido y aceptar que no nos pertenece.