Ni la mente ni las manos ni mucho menos la intuición: a Miguel Rep lo gobiernan sus ojos. El humorista y dibujante analiza el mundo a través de sus lúcidos ojos observadores. Su proceso mental comienza siempre desde la imagen. “Así como Charly tiene el oído absoluto, yo creo que tengo el ojo absoluto”, dice, tratando de explicar esa deformación profesional de la que ya no puede escapar. Un dispositivo que, cuenta, lo lleva a convivir con la desilusión diaria. “El mundo me entra por el ojo, después se procesa y se transforma en una idea imposible de reproducir. Cuando la mano ejecuta esa idealización, siempre hay desilusión”, reconoce el artista que desde hace un tiempo combina esa particular naturaleza con la entrevista en Mundo Rep, el ciclo de reportajes dibujados que este viernes 15 a las 22.30 comienza una nueva temporada en la TV Pública.

Creador de la tira en contratapa de Página/12 desde su fundación, Rep se autodefine como alguien curioso por naturaleza. Una cualidad que lo llevó a intentar comprender el mundo por medio de viñetas y dibujos. Una misión imposible pero que no abandona. “Las ideas son 360 grados; no aparecen como un globito dibujado. Como me considero un dibujante no dotado, siempre hay decepción en la obra. La única estrategia que encontré para no suicidarme en el intento fue seguir el accidente y traicionar la idealización”, detalla el hombre que desde hace un tiempo se le animó la palabra como forma expresiva. Lo hace desde hace años en El holograma y la anchoa, el ciclo de reportajes radiales que los domingos a la medianoche conduce en la AM 750, y ahora en la pantalla chica con Mundo Rep, donde aborda diversos temas a partir de la charla con especialistas “que tengan algo para decir”.

En esta nueva temporada, Rep indagará sobre obsesiones que le rondan por su cabeza. El primer envío estará dedicado a Charly García, y luego le seguirán programas sobre Roberto Fontanarrosa, la Inteligencia Artificial, el libro, la fotografía, la Justicia, la cocina argentina, el humor y el Mundial de Qatar 2022. “Son temas que yo dibujé, no son temáticas que no domino, que no me calientan. Los he dibujado, pensado, los he vivido, que me gustan, que tienen que ver con el mundo artístico, el mundo futbolístico, conmocionantes. No soy periodista ni pretendo serlo. Soy un dibujante que pregunta, escucha y mientras dibujo una situación contada por el entrevistado”, cuenta.

-Al dibujar rompés con la tradición del género de mirar a los ojos al entrevistado. ¿Fue buscado?

-Los entrevistados vienen a mi ámbito. El papel y los materiales estaban sobre el tablero para jugar, para darle un efecto visual al formato. Pero no era que tenía que hacer un dibujo para regalárselos al final del programa. Se dio y quedó. Al principio me criticaban por no mirar al entrevistado. Creo que no mirar a los ojos le da al entrevistado más libertad, lo desinhibe. No tengo nada que ver con el periodismo; soy dibujante. Estamos generando un momentito en el que se pueda hablar tranquilo. Como no soy periodista no busco zócalos. A mí dibujar me relaja y me dispara creativamente. Y al entrevistado creo que también.

-¿Por qué el ciclo es editado y no en vivo?

-Yo sirvo para ser editado. He hecho El holograma y la anchoa en vivo, pero siento que no sirvo. Debe ser algo que me viene de la gráfica. Yo hago los libros con mucha edición, propia y a veces con alguna curación. Para mí las cosas se arman y después tienen que ser editadas, tener un montaje. Toda expresión artística tiene que tener renuncias, sacar lo que está de más, quitar el balbuceo. Y eso que para cada entrevista discutimos con los productores el cuestionario, que sirve de guía pero para repreguntar e indagar según mi curiosidad y la de la gente. Vivo negociando entre mi curiosidad y la de la gente.

-¿Cómo es eso?

-Mi curiosidad es rara. Lo distintivo de mis entrevistas es que mis preguntas son visuales, son del ojo. No son del oído, de la cabeza bien preparada. Es como que va a parar a la indagación sobre la creación, o de las imágenes que se generaron. Tengo esa deformidad, mi manera de ser curioso en público. Como dibujante, como artista, soy un tipo que se preocupa por el presente, estoy politizado, estoy socializado. No soy El Principito, pero no me da hacer entrevistas periodísticas. Me perdono hacer el ridículo, o preguntas “tontas”. Se perdona porque hay un “territorio niño” en uno, que tiene que ver con ser humorista gráfico, con aliviar los pesares del mundo a partir del humor.

-¿Tenés límites como entrevistador?

-Como humorista gráfico, como artista, no. Igual, es raro: solo al humor le piden límites. Al drama no le piden límites. Ahora, cuando estoy entrevistando me salta una responsabilidad. No quiero hacerle pisar palitos. Ese es un límite. No quiero manipular. En Mundo Rep quiero construir un momento luminoso. Ninguno de los invitados es un sorete, una mala persona, sino que es gente que admiramos y tienen cosas para decir. En un momento de tanta fealdad, generar belleza es subversivo. ¿Por qué escarbar en zonas que le corresponden más al periodismo amarillo, más corporativo, que quieren hacer negocio con eso? Hay que escapar un poco de la coyuntura. Hay una necesidad de los entrevistados de salir de esa maqueta, que es dominio del periodista. Y ese hablar de otras cosas también va a terminar con las grietas. Porque para mí de cerca la gente es mejor, al contrario de lo que dice Caetano. Para mí acercarse desprejuicia. Yo soy un tipo muy prejuicioso, pero con las entrevistas me volví menos prejuicioso.

-¿Ese fue uno de los aprendizajes?

-Hay que evitar los momentos feos e incómodos. Ya bastante el mundo se torna muy feo. Hay que tratar de buscar luces. Como comunicador, humorista, te preguntan muchas veces por cosas que no te interesan y que sabes poco. Porque hay una gran república del opinador. Yo no sé de todo ni tampoco tengo chistes para zafar.

-Si el humor es sorpresa, ¿la entrevista qué es?

-Es sorpresa para mí. Es sorpresa invertida. Porque yo soy el auscultador. La entrevista me ayudó a vencer prejuicios. Siempre tuve prejuicios con el humor de José Luis Gioia, jamás hubiera comprado una entrada para verlo, pero al charlar me di cuenta que tiene una vida en la que reflexionó sobre el humor y la comicidad. Lo mismo con Florencia Peña. Nunca la consumí. Y ahora estoy abierto a la sorpresa. El programa establece un convivio breve entre personas sobre un tema que nos gusta. Eso que decía Truffaut de que hay que hablar de las cosas que nos gustan. Al menos en el tiempo que dura el ciclo, porque es la mejor manera de transmitirle a la gente una circulación de sabiduría mínima. ¿Cuántos prejuicios hemos tenido con Alejandro Romay y hoy nos damos cuenta de cuánto trabajo daba? Y pasa con el tango también, ¿no? Uno ha tratado de ser un joven iconoclasta y por prejuicio no le dio el lugar que tiene. Nosotros venimos de medios muy prejuiciosos. Yo vengo de la Humor Registrado, que era muy prejuiciosa. Página es un medio que viene después...

-¿La progresía es muy prejuiciosa?

-Establecemos lo que está bien culturalmente y establecemos un parámetro de las cosas que son correctas, que hablan de un mundo mejor, de un hombre nuevo, de un arte... Pero hoy esto ha sido dinamitado. Hoy quizás muchos de los productos progres han envejecido y son exactamente todo lo contrario a lo que queríamos. Ya no son más novedad. Y por ahí en las cosas nuevas como el streaming hay algún tipo de prueba, a pesar de que estén contaminados por el capitalismo y la novedad permanente... Lo que no podemos es seguir juzgando desde los parámetros de los 80s y 90s. El capitalismo ha vencido y las novedades son permanentes.

-¿Creés que el progresismo no supo readaptar sus discursos y acciones al mundo actual, que es mucho más pragmático? Y por eso aparecen tal vez personajes como Milei, concentrando la rebeldía por derecha.

-La progresía argentina ha estado siempre muy escrupulosa y muy moralista. Y eso ha perdido mucho de lo que la gente quiere, que a veces es jugar, divertirse, reírse. Yo no sé si lo he percibido. Yo también fui un progresista. Y hoy estoy muy cansado y creo que la solución no está ahí, ya no está en ningún lugar fijo y estático. No está, por supuesto, en la ultraderecha, no está en el fascismo... Si somos conspirativos, los que dominan el mundo son los medios. Son los que bandean a la gente, los que dicen hasta hoy llegó esta noticia, mañana empieza otra... y no hay filósofo ni filósofa, no hay pensador que esté a la altura y a la velocidad de los cambios que generó este paradigma tecnológico. Cosas que hace un año eran álgidas, hoy se evaporaron y fueron álgidas durante dos, tres días. ¿Cómo puede ser?

(Imagen: Jorge Larrosa)

-La inmediatez se impone. ¿Los cambios son tan rápidos por la tecnología que no hay tiempo de procesarlos?

-Ahora no hay sedimentación del pensamiento. Siempre estás con la novedad. Pasa con las ideas también, con las modas. Ahora en filosofía está de moda el coreano Byung- Chul Han y el año que viene va a salir otro coreano y después va a salir un noruego y así. ¿Y dónde queda esa gente que tuvo sus 15 minutos de fama? Antes había una espera, una paciencia para elaborar, para que Tato Pavlovsky elabore un teatro. Lo mismo pasa con los memes. Se viralizan y desaparecen. La muerte de las redacciones es otro signo de época. Las redacciones eran muy importantes para el periodismo y el humor gráfico. Hoy ya no hay más. Entonces, el potrero solo dispara individualidades que no se tocan con otros porque no han tenido ese convivio y ese lugar de discusión. Aparece un autor, un dibujante lindísimo, una dibujante buenísima, pero no han tenido la oportunidad de cruzarse como nos hemos cruzado nosotros con otros y discutido y peleado y competido. En Humor competíamos con nuestros amigos. Yo lo llamaba a Meiji o a Cilencio y los cargaba porque había publicado yo y ellos no, porque Cascioli me había elegido. Había ojos y cabezas que decidían. Hoy, con las redes, no hay ojos y cabezas. No hay facultad. No hay profesor, no hay juicio. No hay una guía estética.

-Es interesante porque esa individualización que planteás de la cultura y el proceso creativo termina impidiendo la construcción de movimientos en cualquier área.

-Sí, por supuesto. Los políticos son re veletas en sus discursos. Lo escuchás a cierto candidato y va con todas las comidas. Incluso toma del habla popular cierto humor, cierta canchereada y termina no diciendo nada, zafando con temas superficialmente. Y no ahondan porque aparte la gente no tiene tiempo, no tiene paciencia. Para eso la única respuesta, la única reacción, es ser autor, tener cierta coherencia. Permitiendo formas lúdicas que aparezcan y te hagan reír. Pero que haya una línea de pensamiento que permita incluso cotejar discursos. No siguiendo solamente a Galeano o a Serrat, también leyendo qué opina Sebreli, en las antípodas. En este contexto, encuentro muy interesante a todo lo que pasa alrededor de la actividad teatral porteña. El teatro no es unidireccional.

-El problema no es la mirada unidireccional, que puede encontrarse en el comercial, sino que solo se imponga esa perspectiva. En el teatro está el off para buscar alternativas.

-Por eso llegamos a esta instancia política donde todo va a parar al mismo lugar con colores distintos. Todo es la centro-derecha, la derecha y la ultra-derecha. La experiencia de la latinoamericanización de los 2000 hasta el 2012 hoy no está. Esa riqueza no está. Es una especie de fatalismo, donde todos estamos votando lo menos peor. Y es por cómo nos está formando la cultura. Las redes no te dan tiempo a reflexionar. Twitter no te da tiempo, Instagram tampoco y después aparece TikTok. Y después va a aparecer otra cosa. Hay una velocidad de las cosas que requiere de pensadores que paren un poco la pelota. Pero no desde la academia y lo aburrido, sino también desde lo que el pueblo quiere como alivio. Por eso el humor es tan necesario. El humor es pensamiento que alivia.

-¿También el de las redes?

-El humor de hoy es muy quick, muy de reacción ante lo que pasa y en general con poca técnica. Antes el Menchi Sabat se pasaba toda una vida haciendo pluma, buscando un punto de vista al dibujo, viendo cómo se imprimía… Fueron maestros que llegaban con una técnica muy personal y muy laburada, como artesanos. Hoy cualquiera puede agarrar el sistema de inteligencia artificial y mezclarlo y generarte una situación que a ojos berretas es bella. Te mezclan a Trump con Game of Thrones con un click y generan algo. Antes para hacer eso se requería que en una revista laburaran por lo menos dos días un fotomontajista, o Cascioli haciéndote el dibujito ahí. Era muy laborioso eso, hoy es facilísimo. La diferencia es que hoy exponés la obra de Cascioli y sigue durando. Los memes duran un suspiro. ¿Dónde está el banco de datos de memes? Son Alka-Seltzer. Todo lo liviano se disuelve en el aire, es la insoportable levedad de las redes. No queda registro, por eso es necesario que los diarios sigan saliendo en papel, aunque sea tiradas mínimas, y que gracias a Dios el libro siga funcionando. Necesitamos seguir dejando constancia. La búsqueda del chiste permanente como seducción o como publicidad es una pelotudez. Hoy estamos invadidos de técnica de humor, se la han aprendido los políticos, las agencias de publicidad, los influencers… La radio, la tele tiene un humor, una comicidad. Lo que no tienen es parar la pelota como hace el autor, la autora.

- ¿Y a vos la cultura del meme te modificó en algún aspecto de tu tarea?

-La tecnología me cambió. Me dio otra velocidad. Yo antes era un autor más cerrado, más encriptado, tenía como una especie de tribu y ahora aprendí -con una especie de cosa más popular- a no hacerme tan el difícil. Muchas veces hacerme el difícil no venía por el lado del humor, sino por el dibujo. La apetencia o las necesidades de dibujante me llevaban a hacer dibujos raros, para no caer en la maqueta. Me gobernaba la plástica. La devolución de la gente me volvió menos cerrado y más abierto.

-¿Más popular?

-Yo quiero llegar a la mayor cantidad de gente posible, porque si no me hubiera dedicado a la plástica y a hacer regalos de arte. Me enamoré de esto porque leía Larguirucho, Patoruzito y Hortensia y Satiricón. Yo quería ser un artista popular. La cosa difícil o elitista vino por los cruces que tuve con la libertad. Hay que renovar la manera de mostrar las obras, porque si no se apolillan, se agujerean y se ensucian. Las banderas hay que aggiornarlas, hay que darle nuevas formas, hay que darle una pátina de humor. Otra cosa que pasa con la situación internéetica es que antes laburábamos para una tribu. Si vos laburabas en Página/12, no salías de la tribu de Página/12. Y no es que compraban el diario por vos. Vos eras un laburante más de ese diario. Siempre circulabas dentro de la opinión de los lectores del diario; no te iban a comprar los lectores de La Nación. Hoy por las redes te leen, y te malentienden. La joda ahora es que te malentienden.

-Lacan decía que uno sabe lo que dice pero no lo que el otro interpretó.

-Claro, porque cuando laburás para un tribu -Página/12, El Porteño, Humor, Orsai mismo- hay sobreentendidos. Sabías que había un lector que te iba a discutir matices, te podrían decir que era un dibujo medio reaccionario, pero siempre dentro de una comprensión y un código. Ahora la exposición es mayor y hay códigos distintos. Hay reacciones rarísimas. Esa es la parte jodida de la liberalización. Pero a mí me abrió la cabeza, me desprejuició mucho, y me va a cansar también. Me voy a retirar.

-¿Sí?

-Tengo un punto de retiro, sé que me voy a agotar y que me voy a dedicar solamente a hacer dos cosas muy férreas para la gente que me entienda y nada más. Pero en algún momento me voy a retirar de esta vorágine, porque es agotadora y porque terminás siendo Carrefour si seguís así. Mientras tanto, con mis formatos, soy feliz. La radio como expresión, la tele como expresión, las animaciones en Demogracias y en Télam, Página/12 y los libros.

-¿Aún con esa desilusión diaria que carga?

-Sí, siempre tengo una desilusión hasta que elijo ir por tal lado y me cago en el “Miguel Superyoyco”, el ese “Superyo” que me dice que no dibujo como Munch, ni como Lucian Freud ni Carlos Alonso ni como Nine. Ya sé que no voy a dibujar como ellos porque no tengo ese dote. Dibujo como puedo y lo único que puedo hacer es dibujarlo todo como puedo, con voluntad. La oralidad me ayuda mucho. Es otro lenguaje. A los dibujantes nos miran como los raritos, como los psicóticos que estamos sentados sin hablar. He tenido situaciones a los 18, 19 años donde me ponían una mesa redonda, tartamudeaba y me sacaban el micrófono. Apropiarme de cada vez mayor vocabulario, escuchar al otro en la entrevistas me retira del tablero y me enriquece visualmente. Me abre, me desprejuicia y me hace volver más cubista. No quiero ser el dibujante callado, gruñón, huraño en el tablero. Quiero ir a otros lugares y saber hablar, saber preguntar, saber responder porque eso a la larga trae al pensamiento. Paradójicamente, la era de la imagen me tiene las pelotas llenas. Quiero que sea la era de la palabra. Quiero más palabras, más palabras, más libros, que la gente hable mejor. Lo he visto al Negro Fontanarrosa, que era un tímido bárbaro y terminó siendo el mejor orador del mundo. ¿Por qué? Porque escribió. Porque en el medio dejó de dibujar tanto y escribió. Y escribir te enseña a hablar. Ser lector te enseña a hablar. Ser lector te enseña a escribir. Es un lenguaje que enriquece al lenguaje plástico. Sin embargo, si hoy viene un demonio y me dice que tengo que elegir un lenguaje, elijo solamente dibujar. Y si tengo que renunciar al humor, renuncio al humor. Y si tengo que hacer solo una cosa, elijo el jardín botánico y dibujar todas las plantas. Eso es mi manera de abstraerme y responder al mundo.