"Soy policía y la verdad me llena de orgullo llevar este uniforme y mostrar gran parte del día a día que muchos azules pasamos". Así afirma un comentario a tono de confesión justo debajo del video donde se puede ver en Youtube El bonaerense, la película dirigida por Pablo Trapero que tuvo su estreno en Argentina hace 21 años. Exitosa meses antes en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes, donde obtuvo una positiva recepción por parte del público y la crítica europeas, para el público argentino los sentimientos fueron encontrados. Por un lado, por las representaciones sobre el territorio y los habitantes de la Provincia de Buenos Aires pero también las formas de hablar de aquella institución para la que no se necesita explicación sino solamente un artículo: la bonaerense. 

A Enrique Orlando Mendoza lo apodan sus amigos "el Zapa", un humilde cerrajero de un pequeño pueblo de la Provincia de Buenos Aires donde el trabajo escasea. Su mundana vida cambia cuando el dueño del local donde trabaja le ordena abrir la caja fuerte de la oficina, desconociendo que quiere robar el contenido. Rápidamente, es culpado por el delito y es detenido. Es en ese momento donde, para escapar de la condena, ingresar a "la bonaerense" aparece como una salida posible a un futuro manchado por el crimen. El Zapa se convierte en un joven aspirante a agente de la Policía, y el resto de la película lo acompañara en su trayectoria como flamante nuevo policía. 

Quizás la mejor analogía sobre la película la haya hecho el gran Horacio González en una contratapa para este mismo diario hace algunos años, comparando el argumento de la película con el del Martín Fierro: "alguien que comete un delito es tomado como carne de cañón y si bien no es obligado a trasponer la frontera, debe actuar dentro de la frontera y reventarse él mismo por dentro". El Zapa será tanto educado como violentado por la institución y sus nuevas reglas, complejizando desde el inicio su aparente carácter de salida laboral. 

El texto de González es de 2020, haciendo un gesto de volver a pensar la película a raíz de su propia contemporaneidad. Como bien sabía el tristemente fallecido ex director de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, las películas no son solo pertinentes en el momento de su estreno, sino también e incluso aún más años después, ayudando a iluminar momentos confusos de nuestro presente. En un mismo gesto, podemos adentrarnos en la misma pensando qué puede decirnos hoy sobre nuestra contemporaneidad, veintiún años después. 

La policía del film de Trapero no se rige con las mismas reglas del mundo real, sino que crea una tangente en el tiempo donde el crimen y la clandestinidad son máximas, resaltando la contradicción de un organismo aparentemente oficial y estatal. La bonaerense crea una isla donde tratarse mal es ley, donde las armas aunque reglamentadas se obsequian y donde la disputa por una mujer (además docente de los que se la disputan) se resuelve en una pelea cuerpo a cuerpo en las mismas inmediaciones de la escuela, con otro profesor oficiando de árbitro de boxeo. En su formación como policía, Zapa también aprenderá a vivir como un canalla, casi a modo de Lazarillo de Tormes. Tendrá su iniciación sexual, aprenderá a delinquir, sabrá sacar ventaja de su placa y su nuevo estatus, proponiendo una película una especie de novela de iniciación en el nuevo mundo absolutamente coptado por la ilegalidad. 

La frase "estudiá, no seas policía" da vueltas en forma de graffiti tanto en las paredes de varios lugares de la provincia como pulula las redes sociales. Aunque vanalogriada hace varios años, leída en términos de clase pierde su poder, por no decir que se torna ofensiva. El comentario con el que empieza esta nota podría tenerla cifrada como subtexto, sin saberlo. 

A pesar de que los pormenores de la representación de la vida "humilde" sean cuestionables (gritos familiares, familia numerosa, una aparente ruralidad, un mate en cacharrito), Trapero logra presentar a sus espectadores un personaje donde las condiciones de su vida que lo trajeron hasta allí son las mismas que lo recibirán en la policía. La ley de la selva, la del más fuerte, ya estaba fuera del circo de la bonaerense en su patrón, que lo engatuza para cometer un crimen por ser el más débil de la cadena. Su camino es casi el de la selección natural, y por eso se siente orgánico. ¿Por qué debería rebelarse ante los azules una vez que forma parte de ellos, y si le presentan las mismas armas y los mismos valores de aquel que lo llevó hasta allí? 

Audre Lorde sentenció una vez, discutiendo el racismo, que "las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo". El Zapa no se insmiscuye en la policía para pasar a ser un héroe desmontando la institución desde adentro. Su vida oprimida encuentra allí una comunidad, reglas, un abrigo, y eso, no es ninguna poca cosa en un mundo desafectado por el capitalismo salvaje. 

De 2020, año del texto de Horacio González, pasó todo y al mismo tiempo, nada. Si en ese momento González apelaba a las demandas gremiales de la policía bonaerense como, a pesar de justas, imposibles de ocultar una lógica interna de mercantilismo, clandestinidad y crimen organizado, hoy en día es imposible no apelar a una sociedad diezmada por la angustia de no llegar a fin de mes a pesar de trabajar tanto formal como informalmente, y con la inseguridad azotando los barrios más vulnerados. 

Las discusiones sobre el antipunitivismo pregnantes en el movimiento peronista dividen flancos, con sendos exponentes en cada una de las partes. Los postulados de la comunicadora y dirigente social Mayra Arena, desprestigiados por el sector mal llamado "progre" del peronismo, resuenan con fuerza. Además de proyectar con razón que Javier Milei iba a "arrasar en los barrios más pobres", Arena es dueña de otro tipo de diagnósticos, como que "cuando se acumula la marginalidad con la pobreza y le sumas un cuadro de exclusión, tenes todas las condiciones dadas para que aparezca la criminalidad". Según la comunicadora, la dirigiencia actual y el peronismo en general ofrecieron respuestas superficiales a problemas en absoluto livianos, y le costó muy caro. 

Sin por eso caer en discursos de odio, clasistas o de extremismo peligroso, sí es por lo menos importante retomar la idea de ruptura del tejido social a la que se refiere Arena, con el énfasis puesto en la palabra "exclusión". ¿Quiénes son los excluídos por el sistema hoy? ¿En qué garras caen y qué valores aprenden de esos nuevos amos? Y sobre todo, ¿de qué escapan, y qué cosas pueden ignorar en pos de volver a sentirse incluídos? Quizás, El bonaerense no tenga las respuestas, pero al igual que el comentario del espectador azul, por lo menos tenga las preguntas.